(Cuento extraído de "Los Sueños, ¿sueños son?", disponible gratuitamente previa solicitud a través del formulario de contacto de este blog.)
II
¿Qué piensa una llama durante su incandescente y efímera existencia? ¿Qué siente en su dinámica inmovilidad? ¿Se trata de comer cera, desprender calor y luz, y ya está? Las llamas, cuando se apagan, ¿tienen su cielo particular?
Y, Marien se
plantea a menudo, yendo más allá...
¿Adónde va todo lo que existió, en algún momento, y ya no está? ¿Adónde se esconden las frases dichas? ¿Adónde se ocultan para siempre los sueños? ¿Acaso dónde se pierden las lágrimas vertidas? O, aun peor, ¿junto con las que nunca afloraron?
Dicen que los
córvidos son la élite cognitiva de las aves. Quizás por este motivo, Poe
escogió un cuervo para recordarnos que, tras el umbral de la muerte, nos
sorprenderá un “nunca más”; aunque, realmente, ese “nunca más” nos va asaltando
un día y otro, hasta que nos vamos para no volver... nunca más.
“Floro”. Ese fue el nombre con que bauticé al cuervo con el que haríamos el experimento. Su aspecto no tenía ninguna característica especial. Era de un color negro brillante, de movimientos vivarachos, con clara tendencia a la glotonería y, a causa de ello, una inusitada afición a las miguitas de pan mojadas en cacao.
Lo que pretendíamos era muy sencillo: Que cada vez que Floro sintiese hambre, bien por presentar esa sensación, o bien por ser un glotón (como ya he dicho); intentase componer con unas fichas alfabéticas la palabra “hambre”. En función de lo que se acercase al éxito formando dicha palabra, se le premiaba proporcionalmente con un miguitas más o menos grandes, y más o menos empapadas en chocolate, según un baremo que nuestro equipo de investigadores había establecido previamente.
Suponíamos que el estudio llevaría su tiempo, incluso presumíamos que tendríamos que usar varias generaciones de “Floros” dada la excepcional complejidad del experimento, pero el semblante del pájaro seguía tan inexpresivo como si el reto que le estábamos proponiendo (cosas del protocolo para que los crecientemente poderosos grupos de presión ecologista no nos lapidasen), fuese que edificase ex novo el acueducto de Segovia, como si el asunto no fuese con él, lo que no es de extrañar ya que era imposible que comprendiese una sola palabra de nuestras disquisiciones o de los imperativos legales que teníamos que atender.
Así que pusimos
delante del animal varias series alfabéticas con letras repetidas, y
desordenadas adrede, sin distinción entre ellas aparte de la propia del
carácter que presentaba, al alcance de su vista y de su pico; y protegido por
un cristalera, un cuenco con miguitas de diversos tamaños mojadas en cacao. Por
razón del procedimiento antes mencionado y con la esperanza de que nadie nos
viese hablándole a un cuervo, le explicamos a Floro que si quería la miguita
con cacao, tendría que formar la palabra “hambre” con las fichas, deletreándole
cuidadosamente el término y mostrándole cómo se hacía como control del
experimento y verificar su grado intelectivo... De ese modo, yo mismo hice lo
propio...
H |
A |
M |
B |
R |
E |
Floro inclinaba
la cabecita entre interesado y desdeñoso, como diciendo ”estos humanos son unos
pelmazos”. Acto seguido, recogí las seis letras y las mezclé con el resto de
sus alfabéticas hermanas.
Si el pájaro hubiera tenido hombros los habría encogido. Se acercó a la cristalera que guardaba las miguitas como sopesando la recompensa, luego anduvo hasta el objetivo del vídeo que estaba grabando sobre la mesa, miró en su interior como si de un espejo se tratase y fuera preciso atusarse para la posteridad en un alarde de animal coqueteo. Lanzó un seco graznido y se dirigió al montón de letras, moviendo unas y otras como si fuera un obrero de la Construcción en busca de un determinado ladrillo. Y, sin orden, empezó a componer, ante nuestro asombro, una palabra...
F |
Z |
N |
D |
B |
E |
Hace años existió
un juego de mesa que estuvo muy de moda, denominado “Master Mind”, similar,
salvando las distancias, a lo que estábamos practicando con Floro, sólo que
aquel reflejaba los aciertos mediante un código de colores. Ciertamente, en
este experimento, el ave se enfrentaba a un desafío mayor.
Le comentamos a Floro, muy solemnemente, que había acertado con el número de letras, pero que sólo dos eran correctas; y de ellas, una estaba en su ubicación adecuada pero la otra no. Despacito, cogí las fichas ante la impertérrita figura del cuervo, abstraído en su búsqueda del camino correcto a la suculenta miguita de cacao; las revolví y nuevamente compuse la palabra...
H |
A |
M |
B |
R |
E |
Floro observó,
aleteó un par de veces impaciente como si se hubiera percatado de un detalle
esencial y se inclinó ante mis manos mientras recogía las letras (quizás para
asegurarse de que no le hacía trampas), para mezclarlas concienzudamente con
las restantes e iniciar el ejercicio número dos.
El pájaro dio dos saltos alrededor del montón de fichas, como si fuera un indio ensayando su danza de la lluvia (puede que de una lluvia de miguitas de pan mojadas en cacao, en todo caso), y comenzó su selección, una a una, ordenadamente, de izquierda a derecha, tal como yo le había mostrado las dos ocasiones anteriores...
H |
A |
M |
B |
R |
E |
Estábamos
alucinando. Increíble. Lo había clavado, como dicen los jóvenes ahora,
en el segundo ejercicio que le planteábamos, tras ires y venires con fichas en
el pico, dando vueltas a las letras como si se divirtiese jugando al tiovivo
con ellas pero con decisión, para que estuviesen perfectas para su lectura. A
continuación, muy dignamente, como un soldado presentando armas en un
desfile, se puso junto a la cristalera que albergaba su premio, mirando
consecutivamente a las migas y a mi persona, con aire de suficiencia. Como es
de ley, le concedimos su galardón, que disfrutó con fruición mientras los
investigadores nos enzarzábamos en un interminable debate en el que sólo faltó
la intervención de Floro, y con el que terminamos la jornada. Floro regresó a
su jaula, con aspecto de estar pasándolo estupendamente, y las migas con cacao,
a su fuente, sin cristal que ejerciese de centinela. Todo quedó a oscuras y en
soledad.
El desaguisado era tremendo. Las migas con chocolate habían desertado sin dejar rastro, como si se hubieran fugado románticamente; la fuente que las contenía estaba volcado tal que un siniestro provocado por un ebrio conductor, mientras Floro se hallaba en su jaula, con visibles signos de un monumental empacho.
Y sobre la mesa,
con las fichas, una frase...
Y |
O |
N |
O |
H |
E |
S |
I |
D |
O |
Sí, Poe se habría
espantado también.
Y Marien
despierta...
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