miércoles, 5 de junio de 2024

Los sueños, ¿sueños son? - II

(Cuento extraído de "Los Sueños, ¿sueños son?", disponible gratuitamente previa solicitud a través del formulario de contacto de este blog.)


II

¿Qué piensa una llama durante su incandescente y efímera existencia? ¿Qué siente en su dinámica inmovilidad? ¿Se trata de comer cera, desprender calor y luz, y ya está? Las llamas, cuando se apagan, ¿tienen su cielo particular?

Y, Marien se plantea a menudo, yendo más allá...

¿Adónde va todo lo que existió, en algún momento, y ya no está? ¿Adónde se esconden las frases dichas? ¿Adónde se ocultan para siempre los sueños? ¿Acaso dónde se pierden las lágrimas vertidas? O, aun peor, ¿junto con las que nunca afloraron?

 

 

Dicen que los córvidos son la élite cognitiva de las aves. Quizás por este motivo, Poe escogió un cuervo para recordarnos que, tras el umbral de la muerte, nos sorprenderá un “nunca más”; aunque, realmente, ese “nunca más” nos va asaltando un día y otro, hasta que nos vamos para no volver... nunca más.

“Floro”. Ese fue el nombre con que bauticé al cuervo con el que haríamos el experimento. Su aspecto no tenía ninguna característica especial. Era de un color negro brillante, de movimientos vivarachos, con clara tendencia a la glotonería y, a causa de ello, una inusitada afición a las miguitas de pan mojadas en cacao.

Lo que pretendíamos era muy sencillo: Que cada vez que Floro sintiese hambre, bien por presentar esa sensación, o bien por ser un glotón (como ya he dicho); intentase componer con unas fichas alfabéticas la palabra “hambre”. En función de lo que se acercase al éxito  formando dicha palabra, se le premiaba proporcionalmente con un miguitas más o menos grandes, y más o menos empapadas en chocolate, según un baremo que nuestro equipo de investigadores había establecido previamente.

Suponíamos que el estudio llevaría su tiempo, incluso presumíamos que tendríamos que usar varias generaciones de “Floros” dada la excepcional complejidad del experimento, pero el semblante del pájaro seguía tan inexpresivo como si el reto que le estábamos proponiendo (cosas del protocolo para que los crecientemente poderosos grupos de presión ecologista no nos lapidasen), fuese que edificase ex novo el acueducto de Segovia, como si el asunto no fuese con él, lo que no es de extrañar ya que era imposible que comprendiese una sola palabra de nuestras disquisiciones o de los imperativos legales que teníamos que atender.

 

Así que pusimos delante del animal varias series alfabéticas con letras repetidas, y desordenadas adrede, sin distinción entre ellas aparte de la propia del carácter que presentaba, al alcance de su vista y de su pico; y protegido por un cristalera, un cuenco con miguitas de diversos tamaños mojadas en cacao. Por razón del procedimiento antes mencionado y con la esperanza de que nadie nos viese hablándole a un cuervo, le explicamos a Floro que si quería la miguita con cacao, tendría que formar la palabra “hambre” con las fichas, deletreándole cuidadosamente el término y mostrándole cómo se hacía como control del experimento y verificar su grado intelectivo... De ese modo, yo mismo hice lo propio...

 

H

A

M

B

R

E

 

 

Floro inclinaba la cabecita entre interesado y desdeñoso, como diciendo ”estos humanos son unos pelmazos”. Acto seguido, recogí las seis letras y las mezclé con el resto de sus alfabéticas hermanas.

Si el pájaro hubiera tenido hombros los habría encogido. Se acercó a la cristalera que guardaba las miguitas como sopesando la recompensa, luego anduvo hasta el objetivo del vídeo que estaba grabando sobre la mesa, miró en su interior como si de un espejo se tratase y fuera preciso atusarse para la posteridad en un alarde de animal coqueteo. Lanzó un seco graznido y se dirigió al montón de letras, moviendo unas y otras como si fuera un obrero de la Construcción en busca de un determinado ladrillo. Y, sin orden, empezó a componer, ante nuestro asombro, una palabra...

 

F

Z

N

D

B

E

 

Hace años existió un juego de mesa que estuvo muy de moda, denominado “Master Mind”, similar, salvando las distancias, a lo que estábamos practicando con Floro, sólo que aquel reflejaba los aciertos mediante un código de colores. Ciertamente, en este experimento, el ave se enfrentaba a un desafío mayor.

Le comentamos a Floro, muy solemnemente, que había acertado con el número de letras, pero que sólo dos eran correctas; y de ellas, una estaba en su ubicación adecuada pero la otra no. Despacito, cogí las fichas ante la impertérrita figura del cuervo, abstraído en su búsqueda del camino correcto a la suculenta miguita de cacao; las revolví y nuevamente compuse la palabra...

 

H

A

M

B

R

E

 

Floro observó, aleteó un par de veces impaciente como si se hubiera percatado de un detalle esencial y se inclinó ante mis manos mientras recogía las letras (quizás para asegurarse de que no le hacía trampas), para mezclarlas concienzudamente con las restantes e iniciar el ejercicio número dos.

 

El pájaro dio dos saltos alrededor del montón de fichas, como si fuera un indio ensayando su danza de la lluvia (puede que de una lluvia de miguitas de pan mojadas en cacao, en todo caso), y comenzó su selección, una a una, ordenadamente, de izquierda a derecha, tal como yo le había mostrado las dos ocasiones anteriores...

 

H

A

M

B

R

E

 

Estábamos alucinando. Increíble. Lo había clavado, como dicen los jóvenes ahora, en el segundo ejercicio que le planteábamos, tras ires y venires con fichas en el pico, dando vueltas a las letras como si se divirtiese jugando al tiovivo con ellas pero con decisión, para que estuviesen perfectas para su lectura. A continuación, muy dignamente, como un soldado presentando armas en un desfile, se puso junto a la cristalera que albergaba su premio, mirando consecutivamente a las migas y a mi persona, con aire de suficiencia. Como es de ley, le concedimos su galardón, que disfrutó con fruición mientras los investigadores nos enzarzábamos en un interminable debate en el que sólo faltó la intervención de Floro, y con el que terminamos la jornada. Floro regresó a su jaula, con aspecto de estar pasándolo estupendamente, y las migas con cacao, a su fuente, sin cristal que ejerciese de centinela. Todo quedó a oscuras y en soledad.

 

 

El desaguisado era tremendo. Las migas con chocolate habían desertado sin dejar rastro, como si se hubieran fugado románticamente; la fuente que las contenía estaba volcado tal que un siniestro provocado por un ebrio conductor, mientras Floro se hallaba en su jaula, con visibles signos de un monumental empacho.

Y sobre la mesa, con las fichas, una frase...

 

Y

O

 

N

O

 

H

E

 

S

I

D

O

 

Sí, Poe se habría espantado también.

 

 

Y Marien despierta...



El relato completo se puede descargar solicitándolo a través del formulario de contacto de este blog (en el margen de su izquierda), indicando su correo electrónico para que se lo remitamos, GRATUITAMENTE, en formato PDF.


Los sueños, ¿sueños son? © 2024 by Angel Nevernet-Lancaster is licensed under CC BY-NC-ND 4.0   

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