lunes, 18 de mayo de 2009

Recuerdos de la Creación -

Sabes que igualar es imposible, no puedo,
a maestros como Poe o Bécquer, ni quiero.
Odiosas son las comparaciones, mucho;
mas se sonrojan, tendrás esa corazonada,
ante el celestial fulgor azul de tu mirada.

Si te preguntas cómo es la Eternidad,
sin estar allí yo lo sé, creélo, es verdad.
Dante me lo contó por llamarte como ella,
si es reflejo de tus pensamientos el Cielo,
fijos tus ojos, convierten en fuego el hielo.

Pasarán los años, la tierra nos acogerá,
salvo el nombre, la Sangre nos olvidará.
Aunque así sea, de algo queda segura:
Es imposible mirarte y no creer en el Señor
porque engalanó el firmamento con tu color.

lunes, 11 de mayo de 2009

Crónicas del olvido (II)

“Has de ser como la mañana del día que te conocí”, cantaba la música de Triana, que tanto nos gustaba. Por desgracia tú quisiste ser noche antes que mediodía, y no me dejaste más que mohines de desdén.

Pudiste haber mirado en el fondo de mi corazón. Decías que no te daba vértigo. Decías que no era tan tenebroso como lo describía. Decías que ese era el sitio donde querrías estar el resto de tu vida. A fé mía que lo lograste. Nunca he podido desterrarte de allí.

Hoy tengo las palabras enredadas en mis dedos y las lágrimas aran profundos surcos en mi alma. Un día, cualquier día de hace muchos años, diste la espalda a mis ojos para que la oscuridad los cegase. Y el día se diluyó en las sombras, en una madrugada interminable.

Un hechizo nos separó. Una mala bruja, como de cuento, abrió la fosa que sepultó un sueño sembrando la cizaña en su féretro. Desconfiaste de mí, y yo me refugié en mi arrogancia: un abismo nos alejaba para siempre.

“Has de ser como la mañana del día que te conocí”. No llegaste a cumplir el deseo de la estrofa. En cambio, te convertiste en la deslumbrante luminaria que tortura mis días. Ignoro que pensarás hoy, seguro no me recordarás, pero yo, como Bécquer, aún me lamento de haber callado aquel aciago día.

viernes, 8 de mayo de 2009

Crónicas del olvido (I)

Corre un quinceañero por el túnel. Corre como si le fuera la vida en ello. Corre como si una legión de demonios quisiera arrebatarle el alma. Corre casi sin resuello, corre sin desfallecer. Corre un quinceañero por el túnel.

Aguza el oído para escuchar la entrada del tren en la estación. Aguza el oído más allá de lo que le deja el trepidante palpitar de su joven y enamorado corazón. Aguza el oído por encima del clamor de sus pasos. Aguza el oído pendiente del murmullo de la catenaria. Corre un quinceañero por el túnel.

Ya queda poco para ver a su amada. Ya queda poco. Entra en el andén y se recompone, se atusa para mostrar indiferencia, ya queda poco. Aminora su caminar para que no parezca apresurado. Ya queda poco. Corre un quinceañero por el túnel.

Irrumpe el metro como un trueno. Ya está aquí. Cuenta el quinceañero los vagones, uno, dos, tres… Irrumpe el metro como un trueno. Ya está aquí. La busca de hito en hito, a su diosa, la diana de todos sus pensamientos, de todos sus secretos desvelos, la busca con desesperación, como un condenado escruta el semblante del Señor. Corre un quinceañero por el túnel.

Allí está ella. Ha merecido la pena. Sin apenas aliento, con altivez, él contempla toda la belleza de la Creación en la comisura de sus labios, balcón donde amanece una vida o se puede despeñar a lo más profundo de los infiernos. Allí está ella. Ningún músico podría componer una melodía tan hermosa para que sólo Dios la convirtiese en carne. Allí está ella. Se podría acabar el mundo y nada importaría porque allí está ella, frente a él, y la Eternidad se detiene para venerarla. Corre un quinceañero por el túnel.

Han pasado siglos y nunca más volvió a verla después del bachillerato. Hay momentos en los que se puede morir, como se puede morir toda la vida. Ningún día se esconde el sol sin que la recuerde. Corre un quinceañero por el túnel de su existencia.