miércoles, 6 de abril de 2022

El Umbral del Infinito (publicado como E-book en 2013)

 “(…) En los días que precederán al Último

los vivos no sabrán que lo están

y los difuntos olvidarán que lo son(...)”

“De Postremi Diluculi”. Tenebrarum Códex


CAPÍTULO I

En un despacho del Gran Colisionador de Hadrones (LHC) del CERN (Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire), cerca de Ginebra (Suiza). Una mañana de algún futuro cercano…

- Llevo casi 50 años investigando, entregado a la Ciencia y ahora me pide que acepte unas conjeturas, una serie de hechos aislados y que los relacione con un ensayo fallido. ¿Cómo cree que debo ponerme? Según las Matemáticas sería posible que me encuentre a Napoleón charlando con mi lavadora cuando llegue a casa, pero “eso” no va a ocurrir…
- Que ocurra lo que estamos describiendo no es una posibilidad, sino una certeza. El ensayo D/69522 fue un absoluto fracaso, por el accidente y porque no arrojó los resultados que pretendíamos recabar, pero algo pasó, y eso no es simplemente explicable por un suceso transitorio de histeria colectiva. Causa y efecto, doctor Mittelsbach, si lleva casi 50 años entregado a la experimentación científica, no debería dar la espalda a unos sucesos simplemente porque no “es posible que sean”.

Mittelsbach era un anciano de casi 70 años. Por delante de sus ojos habían pasado las investigaciones más trascendentes de la Física, y él mismo se consideraba un oscuro sacerdote de esa fe. Viudo, entre sus colegas circulaba el dudoso chiste de que su mujer había fallecido por “aburrimiento”. Habían tenido dos hijos con los que hablaba de vez en cuando. Ya eran adultos y tenían sus propias familias por lo que, cuando perdió a su esposa, se sumergió por completo en las instalaciones del CERN. Toda su vida convencido de que los pilares de la materia eran sólidos y ahora venía un matemático del departamento que dirigía, recién doctorado además, para ponerle todo el Universo patas arriba, basándose en unos recortes de periódicos, enlaces de Internet y una procesión de ecuaciones y cálculos. La verdad es que las Matemáticas siempre le habían parecido un boquete en la Ciencia: decían que las mayores bobadas podían ser posibles “matemáticamente” para luego parapetarse tras los números que escupían sus teorías, sin atreverse a demostrarlas en un laboratorio y con instrumentos que pudieran realizar las mediciones objetivas y precisas que fueran pertinentes. Una tomadura de pelo.

- Mire, doctor Montagno, vivimos una época convulsa. La gente está perdida, y basta lo mínimo, cualquier señal, por pequeña que sea, para que se desencadene una alucinación colectiva. Le recuerdo que Orson Welles, con una simple representación por radio, sacó de sus casas a los ciudadanos de los Estados Unidos porque creían “realmente” que eran invadidos por alienígenas. Con todo lo que está pasando, esto que me cuenta es lo menos malo. No puedo dar crédito a que unos hechos inconexos estén vinculados entre sí y mucho menos que tengan su origen en un ensayo fallido. Por lo demás, no debemos monopolizar esta reunión reduciendo al resto de los congregados a meros convidados de piedra, entre otras cosas porque hay otros ensayos que tratar y este ha sido un fracaso.
- Entonces, ¿eso es todo para usted?
- Siempre puede recurrir a Freud…

La burla indignó a Montagno.

- Freud murió en 1939, como bien sabe…

El viejo físico remató…

- Seguro que “matemáticamente” hay algún modo de que se tome un café con usted, máxime si es cierto lo que afirma que ha empezado a suceder…

Montagno salió del despacho, humillado. Volvía a toparse con lo que llamaba el “oscurantismo científico”. El mismo fanatismo calvinista con que se ejecutó a Servet en esa misma ciudad. Gente así es la que altera los experimentos cuando se les observa, según los postulados de la Física Cuántica...

Domenico Montagno estaba en la mitad de los treinta. Considerado un matemático prometedor, formaba parte del equipo que trabajaba a las órdenes de Françoise Mittelsbach, desde hacía un año, en las dependencias del LHC, el acelerador de partículas más grande de Europa. Su labor consistía en analizar los resultados de las colisiones de haces de hadrones (gluones, protones y neutrones, partículas subatómicas, en definitiva) y elaborar complicadas fórmulas que explicasen el “Big Bang” o la mecánica cuántica. Esto le suponía un problema a la hora de relacionarse con mujeres. Se olvidaba de que la inmensa mayoría de las personas se perdían en la segunda frase de la descripción de su actividad y reiteradamente cometía el error de ponerse a hablar de sus observaciones como si fueran colegas. Y las que eran sus colegas no le interesaban. Así que el entusiasmo que despertaba su perfil clásico, de cónsul romano, se disipaba en instantes, por lo que decidió prescindir de sus “argumentos” profesionales como tema de conversación. Enseguida cosechó una merecida fama de mujeriego sin desatender sus investigaciones.

Sus investigaciones. El ensayo D/69522 fue un contratiempo muy serio. Ninguna de sus conclusiones era la concebida y además dejó el acelerador con una seria avería que no trascendió para evitar el escándalo. Todo quedó registrado... y oculto bajo el manto de la burocracia científica que consideró las alteraciones como “un cúmulo de errores”. Varios operarios acabaron en el hospital, pero los heridos no fueron los peor parados. Hubo dos que no salieron nunca de la sala de Psiquiatría: percibieron algo que no se transcribió en informe alguno y nadie, aparte de un reducido número de personas, logró hablar con ellos. A menudo el establishment de la Ciencia se comporta como un estado totalitario. Si estás de acuerdo, “eres”. Si no, te espera el ostracismo más absoluto porque dejarás de “ser” y te mandarán al gulag del descrédito. Nadie publicará nada tuyo, y por supuesto, nadie tomará como referencia tus estudios. Una variante “cuántica” de una realidad paralela en la que todos los colegas se comportarán como si nunca hubieses existido. Tanta cautela que agarrota a los investigadores bajo una apariencia de prudencia. Pero no es más que terror a perder subvenciones, patrocinadores, colaboradores, prestigio... La complicada vida del científico. “Vida”, por llamarlo de algún modo.

Vida y muerte. Domenico Montagno no sabía lo que estaba sucediendo, pero los hechos eran tercos. Y todo comenzó tras el ensayo D/69522. El día en que la materia crujió y el lienzo sobre el que transcurre la realidad se rasgó irremediablemente. Todo se inició casi inmediatamente. Innumerables llamadas a la policía porque la gente que vivía en casas antiguas tenían huéspedes que no deseaban. Sus antiguos moradores, muertos años ha, décadas, incluso siglos antes, venían a turbar la paz de sus inquilinos actuales porque pretendían continuar sus “existencias” en el punto donde se interrumpieron. Viudos que se habían vuelto a casar recibían los reproches de sus difuntos cónyuges, y asesinados que se acercaban a las vistas donde se enjuiciaba a sus asesinos para prestar declaración... y personas que desaparecían sin dejar más rastro que su recuerdo en algunos familiares ante el estupor de los demás que decían no recordar nada de ellos.

Parecía que la sociedad entera se venía abajo. Los medios de comunicación intentaron silenciarlo, pero Internet era un clamor. La comunidad científica se afanaba en explicarlo como un episodio de psicosis colectiva. Sólo que en esta ocasión no eran fotografías borrosas, difuminadas de presuntos fantasmas, o grabaciones balbuceantes y chillonas. Ahora había personajes tan palpables como los que estaban vivos, reclamando sus casas y sus propiedades cada vez que salían de la nada para espanto de los que les habían despedido en un funeral.


El doctor Montagno había recibido la consigna de guardar silencio. El espíritu corporativo no dejaba margen alguno a la indiscreción. Pero si sus cálculos eran correctos, esta situación sólo era el principio de un cataclismo dimensional inconmensurable. Como Einstein aún no se había manifestado, decidió hablar con alguien de su entera confianza. Alguien que pudiese aportar una perspectiva distinta a todo este asunto, cuyo fragor crecía por días. Con ese objetivo viajó a Roma. Y lo haría con los datos precisos que estaban censurados.

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