sábado, 9 de octubre de 2010

Prendidas quedaron las miradas...

Ella se llamaba… en realidad, su nombre es lo de menos. Era una joven doctora, escudriñando los Principios que animan la Vida. Había recorrido medio mundo en pos de un ideal, cruzado el umbral de los treinta años, había llegado a la conclusión de que el ideal verdaderamente importante era la propia vida. Un milagro que siempre la sorprendía.

Él se llamaba… en realidad, su nombre es lo de menos. Coqueteaba con esa difusa edad que ronda el ecuador de los cuarenta y había acumulado el suficiente cinismo en sus ojos para cargar cada una de sus palabras con un sarcasmo lapidario y descreído. Cuando tuvo veinte años quiso cambiar el mundo, tan pequeño y sórdido le parecía que finalmente se contentó con salvar su propia conciencia como desesperado náufrago bajo la tempestad, observándolo todo desde una prudente distancia, arrogante a la par que escéptica.

Puede que fuera un día. Acaso un anochecer… en realidad, el momento es lo de menos. Ella estaba sentada ante su ordenador. Él, en la lejanía, también. Ella, atareada con sus estudios y experimentos de laboratorio. Él, con personajes que reclamaban su emancipación en cuanto se veían entre los cuatro ángulos de una blanca hoja, libres de las cadenas que les imponía la creatividad de su hacedor. Ambos, aburridos en la misma esquina de la Eternidad, decidieron pasearse por una red social. Y entonces se encontraron…

Hablaron de muchas cosas, o puede que de muy pocas… en realidad, los asuntos son lo de menos. Pero cada uno prendió una llama en el corazón del otro, como hace un devoto cuando eleva una plegaria. Días después siguieron encontrándose en esa esquina de la Eternidad, que ya era suya, para escuchar sus voces y sintieron que la débil y tenue lumbrecita era un fuego abrasador que les consumía de pasión.

Prendidas quedaron sus miradas y supieron que ya no habría “ella” o “él” nunca más, sino un “nosotros” con el que, como clara vela desplegada al viento, iniciaron la singladura que les llevará al Infinito cogidos de la mano.

Un inflamado beso, como brújula de carne, les guía…

lunes, 4 de octubre de 2010

Romancín de desamor - III

I

Me dejaste una carta gélida y afilada
para ser cruel heraldo de tu despedida.
Del amor admiro la ardiente gallardía,
noches bajo tu sol, pasión desmedida,
nada queda más, tu cobardía ilimitada.

II

Tinieblas para mis días, cegada mi alma
por la luminaria del recuerdo de tu piel
danzando la dulce melodía de tu corazón.
Ya mi vida es un quebrado y vacío riel
como palmera que ciclón deja sin palma.

III

Tus palabras eran suave y candente caricia,
en deletéreo estilete quedan convertidas.
De tu apremiante pasión, el delicioso licor,
trocado ha en agrias lágrimas contenidas.
Sin ti, mi Camino será un yermo de sevicia.