lunes, 29 de julio de 2013

Los fantasmas de Yuste (Reflexiones antes de la Eternidad - VI)

Monasterio de Yuste, septiembre de 1558

No es un anciano pero la enfermedad, y la cercanía de la muerte, le han avejentado notablemente. Sabe que son las últimas horas, en muchos casos ese postrer momento trae consigo una lucidez que, acaso, no se ha tenido en vida. Los dolores que le afligen son el mayor tormento, acarreándole la misma desesperación que él llevó a los que tanto quiso, cuyo amor tan poco demostró por razones de Estado y de Linaje. Llegado al umbral de la Eternidad, repara en que todo eso no tendrá importancia para el Juicio al que habrá de someter su alma por sus actos y omisiones.

El emperador respira con dificultad mientras escucha misa desde su lecho, que puede oir a través de una puerta abierta. Se agarra con fuerza al crucifijo de su amada esposa Isabel, el mismo que ella tuvo entre sus manos en tal difícil trance, y acierta a rezar en el español que al principio detestó tanto...

“Para ser bien entendido se debe hablar en italiano con la amiga, francés con el compañón, alemán con los soldados, inglés con la cabalgadura, húngaro con los judíos, bohemio (1) con el diablo y en español con Dios.” Recordó la frase que le sorprendió a él mismo y que fue saludada con un silencio sepulcral por sus cortesanos en Flandes. Ya no era el hombrecito caprichoso que desembarcó en Tazones para tomar posesión de sus dominios peninsulares y de las Indias Españolas y que se disgustó porque no fuera villa principal conforme a su rango a pesar de las buenas objeciones del almirante de su Flota, que prefirió prudentemente esa pequeña bahía a la ría de Villaviciosa debido al mal tiempo que acostumbra a sacudir el Mar Cantábrico. El mundo había cambiado, todo había cambiado, e iba a morir en una nueva era donde los príncipes no tenían gallardía suficiente para morir (2) por lo que defendían en el campo del Honor, como se debe esperar de su dignidad. “A vida regalada, muerte honrada” (3), decían en la vieja Castilla que todo le había dado a cambio de sus desdenes e ingratitud.

Le vino a la memoria la imagen del valeroso y joven Luís II de Hungría, al que no auxilió contra los turcos, lo que supuso que cayese con sus tropas en la batalla de Mohács. Le aconsejaron que no fuera en su ayuda...

“Vuestra majestad debería abstenerse de socorrerle para que Solimán no se vea comprometido contra el Imperio...”

Entonces fue cuando descubrió que ante males tan grandes, no debe haber sitio para cálculos políticos o dinásticos. Ahora el turco era mucho más poderoso, amenazaba todo el vientre de la Cristiandad, desde Gibraltar hasta Viena, y sus corsarios asolaban el Mediterráneo.

Se le había hecho tarde, muy tarde. El reino de Castilla, en su Extremadura, le había acogido dulcemente para morir. Confiaba en que la tierra le fuera más leve que el barro de Flandes o la escarcha alemana.

- ¿Quién sois? – Preguntó asustado a un pálido joven que estaba junto a su cama. - ¿Cómo habéis entrado a mi cámara?
- Soy el príncipe Juan de Castilla (4). Nunca nos conocimos (5). Vuestra tía Margarita era mi esposa.
- ¡Válgame Dios! – Exclamó el emperador – ¡El demonio me envía ya a sus emisarios!
- No digáis necedades, señor. – Respondió imperturbable. - Aquel que Todo Lo Puede me ha permitido venir a veros. Si yo no hubiera muerto, vuestra majestad no tendría tantos cargos sobre su conciencia, - sentenció irónicamente – pero las cosas son como son y no tiene fundamento pensar como pudieron ser. Sin embargo, cuenta cada acto. Incluso si nada se hace. Hasta el más insignificante de ellos, porque vienen preñados de consecuencias de las que nacerán gigantes con el paso de las edades.
- Yo sólo he pretendido ser un buen cristiano... – Las espantadas palabras de Carlos delataban sus remordimientos. – Y defender a la Santa Iglesia de sus enemigos. He oído hablar de vuestra merced, si es que sois quien decís.
- Soy vuestro tío enhoramala, si mi madre, la reina Isabel, hubiese anticipado que vuestra estirpe de sanguijuelas iban a sangrar los nuestros reinos, su señor padre nunca hubiese salido de Borgoña. Ni Castilla, ni Aragón, se merecían un rey que únicamente se acordaba de sus reinos para llevarse los dineros de sus gentes... – El emperador hizo ademán de hablar. - ¡Callad! Callad y oíd que ya se os escuchado demasiado. Hace tres años que mi hermana Juana, vuestra señora madre, rindió su vida a Dios. Acordaos de ella, sí. Si es que podéis pues no frecuentabais su compañía. Murió extrañando a un marido infiel y a un hijo ingrato, a la par que usurpador... ¿Cuál fue su crimen para tenerla encerrada?
- Ella, que Dios la tenga en su Gloria, no estaba en sus cabales...
- Vuestra majestad – replicó con sarcasmo nuevamente – sabe que no es así. Tan presente tenía que era vuestra madre que eludió cortésmente prender fuego al motín de Bravo, Padilla y Maldonado. Hizo lo que una reina de Castilla, y aún de España, nunca debiera haber hecho: Olvidarse del bienestar de sus vasallos y de la lealtad que les debía por ser su señora para no perjudicar con ello a un hijo sediento de Poder. Si no estaba en su sano juicio, podríais haber convocado Cortes para apartarla, mas no lo hicisteis... ¡Y no lo hicisteis porque sabíais que os hubierais encontrado con otra revuelta! Así que reinasteis junto a ella, pero sin ella... ¿Es lo que os sugirió ese hatajo de flamencos que os rodeaba?
- No, no, - respondió agobiado por la fiebre y por la culpa – todo fue muy complicado, ella... A veces estaba bien, luego, de repente, decía que mi señor padre estaba a punto de regresar y que se enojaría si no la veía bien aderezada, ¡y llevaba años muerto! Tampoco podíamos permitir que a causa de nuestra debilidad, Francisco de Francia sopesase atravesar los Pirineos hacia Navarra, Zaragoza o el corazón de Castilla, ¡Dios sabe que no tuvimos otra alternativa!

Juan de Castilla se acercó al rostro del moribundo. Este, aterrado, le mantuvo la mirada...

- No manche vuestra merced a Dios con todo esto, que en esta cochiquera lo que sobran son porquerizos... – Le dijo en un susurro. – En la sangre Plantagenet que tenemos vino la legitimidad y la locura... ¿Por qué creéis que Enrique de Inglaterra quiso desposarse con vuestra viuda tía (6)? ¿Por qué la reina María (7) se ha retratado con una rosa roja (8) en la pintura que os vigila desde la pared (9)? Vuestra merced y vuestro linaje ha llegado a ser lo que es gracias a la España que nos devolvieron mis augustos padres, engrandecida por el sacrificio constante de generaciones de gentes que no renunciaron a Cristo logrando batir a las huestes del moro. Ahora aquestos buenos hidalgos han desbordado las cuatro esquinas de las Españas, siendo los aragoneses dueños de Italia y castellanos los señores que fecundarán las Indias (10), como tierra de Evangelización. Buen reparto se ha asignado la Casa de vuestra merced: Oro y gloria para los de Borgoña (11), muerte y orines para los españoles (12). No sois un ingenuo, como tampoco un mozo imberbe, así que al menos tened el valor de reconocer que sabéis muy bien que lo que no se tiene, se busca...

La fiebre le hizo perder el conocimiento cuando sentía el acero candente de la mirada del príncipe Juan clavándosele en lo más profundo del alma.

El delirio es un alterado estado de la conciencia, en el que la realidad queda difuminada y la ¿fantasía?, cobra ropaje de veracidad como enloquecido carnaval del entendimiento. En una inmensa sala, caótica y extraña, Carlos ve desfilar a religiosos y seglares en disparatada y amenazante procesión, sin orden ni concierto. Grotescos personajes mitrados bailando una melodía recurrente y obsesiva mientras monstruosos rostros con capirote y loba negra se sumen en un llanto tan falso como su luto. De algunos puede oír retazos sueltos en alemán, en inglés, en francés... Pero no comprende lo que parlotean muchos otros, ataviados ridículamente con remedos de hábitos y casullas. A ellos se dirige Carlos de Gante, empeñándose en ser comprendido en español, gritando una y otra vez que...

“Habladme en mi idioma español, que no contestaré a herejías y a demonios en otra lengua” (13).

Súbitamente, el barullo cesa. La multitud, que antes danzaba y se movía desenfrenadamente, se aparta para dejar paso a un hombre grueso, vestido de negro, de serena y desafiante mirada que se acerca al emperador hasta detenerse frente a él. A Carlos le resulta familiar, pero la fatiga y la calentura no le deja recordar quien es...

- Vuestra majestad puede ver que en este trance poco importan cunas, dignidades y méritos mundanos... Supongo que, después de todo, aún debo de agradeceros que hicierais respetar mi tumba (14)...

Le identificó por la voz. Esa soberbia revestida de humildad, ese tono de conciliar voluntades cuando, en realidad, se las está empozoñando...

- Maldito seáis, Lutero... ¡Mi espada, traedme mi espada! – Exclamó malgastando sus últimos bríos – Maldito seáis por siempre. De este carnaval de diablos no podía salir otro. Seguro que os dan buena compaña el heresiarca de Enrique (15) y el bellaco felón de Francisco (16). – Empezó a reírse histéricamente. – “Dios los cría y Satanás los junta” (17)... Debí mataros cuando tuve ocasión...
- Si os consuela os diré que acabar con la chispa no apagará el fuego si este ha cobrado fuerza. Es lo mismo que matar a los padres si los hijos son adultos ya. Si la ramera no se hubiera prostituido, no habría tenido bastardos, y no puede lamentarse de que haya habido quien la señale para censurarle su oficio de meretriz.
- Uno se debe avergonzar de los hombres que hacen el Mal, pues están hechos de carne y necesidades, pero la Unidad de la Cristiandad era un Bien que vuestra merced ha quebrantado irreparablemente con la herejía y la intransigencia. Si el turco se hace más poderoso, no habrá fuerza en la Cristiandad capaz de oponérsele y hasta la Francia y Roma se verán llenas de mezquitas, como pasó en la gran Constantinopla. ¿Qué se ha ganado dando pretexto a los odiosos príncipes tudescos? Ahora pueden sojuzgar a sus súbditos sin que estos puedan acudir a su emperador o al Santo Padre en solicitud de justicia y arbitrio, y vuestra merced, que tantas preocupaciones le causaban los menesterosos, aceptó de buen grado las matanzas de campesinos a manos de sus señores. Sólo pedían un poco de lo que les sobraba a sus príncipes cuando la hambruna se anunciaba en cosechas perdidas. ¿Quién se ha prostituido más? ¿La puta o el fariseo que se ha vendido a esos electores por un poco de protección y fama?
- Nunca quise arriesgar el bienestar de los cristianos, mi misión consistía en que sus almas no se vieran arrastradas por los crímenes de Roma, una Roma que vuestras tropas saquearon (18), por cierto. – Afirmó sosegadamente. – Aunque de esto ya tratamos sobradamente, como vuestra majestad sabe.
- Lo único cierto es que todos los nacidos de madre nacemos en el pecado, vivimos en el pecado y morimos con el pecado a cuestas porque el pecado forma parte de nuestro ser. Mas también sé que tenemos conocimiento e iluminación suficiente para sobreponernos a la tentación, a pesar de que el barro del que estamos hechos es débil y maleable. Si el Papa de Roma es lujurioso, entregado a los peores vicios y servidor del Maligno, el Espíritu Santo sabrá a qué obedecen sus designios para dejarle gobernar la Iglesia. Lo que tengo por seguro - añadió sintiendo que le flaqueaba la voz debido al esfuerzo de hablar - es que tampoco escapará de rendir cuentas de sus actos ante Nuestro Señor; y que Él, en su omnipotencia, no permitirá que el Mal triunfe... Al cabo de todo, somos responsables de nuestras acciones y no es valido culpar a terceros... Por mucho que haya algunos, como vuestra merced, empeñados en sembrar la cizaña en la Esposa (19) de Cristo... – Cada vez le costaba más trabajo llevar aire a sus pulmones y se percató de que estaba solo. – Esposa... Mi querida esposa... Isabel (20)... ¿Por qué no me traen a mi Isabel?... ¡Isabel!
- La señora emperatriz falleció ha muchos años, señor... – Señaló entrecortadamente un miembro del servicio que se aprestó a atenderle. – Malamente podríamos hacerla llamar, más que en nuestras plegarias para que interceda por vuestra majestad y por todos sus vasallos.

Abrió los ojos, apenas podía distinguir nada. Sí que podía escuchar el murmullo de las letanías de los hermanos Jerónimos... Nadie sabe confortarle, y el intenso calor de septiembre no ayuda a combatir la fiebre que galopa por su frente.

- ¿Quién sois? ¿Otro heraldo del demonio?
- ¡Líbreme Dios! No por ventura, vuestra majestad me excuse, - replicó el criado - Lope soy para serviros.
- Poco puedes – manifestó con tristeza -  si no tengo a mi Isabel.
- Dejadle tranquilo, mi señor... – Terció una voz femenina, suave y dulce - ¿Acaso no veis que tiene más miedo que vuestra merced? – Era Isabel – Me habéis llamado y aquí estoy...

El enfermo no podía verla, pero percibió la calidez de su mano cogiendo la suya y la melodía de sus palabras.

- Os he extrañado muchísimo, mi señora...
- Habéis tenido otro hijo (21), os ha cundido... - Rió calmadamente. – Sosegaos, no he venido a pediros cuentas pues erais libres de conocer mujer.
- Siempre os he amado, Isabel. Vuestra ausencia es un hierro candente que nunca se apaga, clavado en lo más hondo de mis entrañas...  ¿Por qué os fuisteis?
- Porque fue llegada mi Hora. – Contestó con serenidad y naturalidad – Como a vuestra merced en este momento... Yo también os he amado, bien lo sabéis, parí a todos vuestros hijos hasta que dar aliento al último me arrebató la mía propia y ninguno de los dos pudimos sobrevivir... Así es la vida... ¿Recordáis aquellos días nuestros en la Alhambra?
- Claro que sí. – Se emocionó – Nunca podría olvidarlos. Creo que nunca he sido más feliz que entonces...
- Distéis orden de plantar claveles rojos para mí. Sólo porque me enseñasteis uno que os habían traído y os confesé que me complacía. Erais tan fogoso y apasionado como corcel de justa... – Volvió a reír delicadamente. - Os traigo uno de ellos, va conmigo, alguien me lo regaló piadosamente. Está seco pero esplendoroso en mi corazón. Ahora quiero que lo tengáis: Dentro de poco me lo retornaréis...

Cerró la palma de su mano izquierda: Sintió los secos pétalos de una flor. Se acercó el puño a la nariz... Sí. Todavía conservaba la fragancia del clavel mezclada con el sensual aroma de la piel de Isabel. Notó que el corazón se le subía a la boca, como si quisiera escapar de un sepulcro de carne para seguir vivo.

- Llamad a Jeromín (22), al rey don Felipe, mi hijo, ¡traedlos a mi presencia!
- Don Juan está aquí, a vuestro lado, señor, y su majestad el rey se halla fuera de España...
- ¡No veo! ¿Quién sois?
- Soy fray Bartolomé de Carranza, señor, acabo de llegar de Valladolid desde Flandes, enviado por su augusto hijo...
- ¡Jeromín, hijo!... ¡Que se acerque Jeromín!
- Aquí estoy, señor padre...

El emperador tantea con los dedos de su mano derecha el rostro de su hijo de once años. Los dos se abrazan mientras sus ojos se ven arrasados por las lágrimas...

- Sed siempre leal a vuestro hermano el rey. Tened siempre a España en vuestros pensamientos y oraciones y quedaos con todo mi cariño, con todas mis bendiciones. Excusadme por no haber sido mejor padre para vuestra merced, hijo mío...
- ¡Padre! – Gritó el niño mientras agarraba con fuerza el brazo de su progenitor. - ¡No muráis por Dios Bendito!

- Fray Bartolomé, - se dirigió al religioso – soy conocedor de que casi todo lo he hecho mal y que mil confesiones con sus penitencias (23) no serán suficientes para que san Pedro me conceda franquear las puertas del Reino de los Cielos...
- Señor, - replicó el fraile – habéis de saber que solamente la Fe salva (24). Contestad desde el fondo de vuestra alma si creéis en Cristo Jesús por encima de todas las cosas...

El emperador ya casi no podía articular palabra...

- Señor, basta con que únicamente pronunciéis el Bendito Nombre de Nuestro Salvador, alabado sea por siempre...

Carlos de Gante hizo acopio de sus últimas energías...

- ¡Cristo Jesús!

Expiró al punto.


Epílogo

Capilla Real de Granada, mayo de 1539

El príncipe de Asturias, apenas un adolescente que cumplía años por aquellos días, manda abrir un féretro con gran solemnidad. Los monteros de cámara (25) de la fúnebre comitiva se apresta a la labor. Cuando lo logran, apartando la tapa por completo, han de retirarse por el nauseabundo olor que escapa del ataúd. El camino ha sido largo y la calorina del sur de Castilla ha trabajado a conciencia.

Todos los dignatarios de la Corte, comisionados por el viudo emperador, retroceden cuanto pueden ante la vista del cadáver, ya en avanzado estado de descomposición, procurando llevarse algún pañuelo a la nariz y a la boca para mitigar la pestilencia que emana de la difunta sin perder la compostura y que no pueden ocultar ni los incensarios, ni el sahumerio, y mucho menos las incontables guirnaldas que dan ornato a la estancia. Acaso porque reconocen en lo más íntimo de su espíritu que eso, y no otra cosa, es lo que nos aguarda a todos los vivos.

Sin embargo, hay dos caballeros que se mantienen impertérritos. Uno es el Príncipe Felipe. El otro es un gentilhombre llamado Francisco de Borja. El heredero de la Corona mira los restos mortales de su madre. Impasible, sin atender las lágrimas que pugnan por aflorar a sus ojos, vuelve la vista al caballero.

- ¿Aseguráis y juráis por vuestro honor que este es el cuerpo de mi señora madre, la emperatriz doña Isabel de Avís, de felice memoria?
- Mi señor... – Titubea, impresionado por la podredumbre en que se había convertido la dama a la que tanto ha admirado por su belleza. – Yo... – No puede apartar los ojos de ella, intentando buscar algún vestigio de la gloria de la carne que ha sido su señora. – Sí, - afirmó sobreponiéndose - He traído el cuerpo de la señora en rigurosa custodia desde Toledo a Granada, tal y como se nos mandó por el emperador, nuestro señor que Dios guarde, pero jurar que es ella, cuya belleza y encanto tanto nos admiraba, es un atrevimiento que escapa al entendimiento, una crueldad sumada a la terrible pérdida. Mas vuestra alteza me lo demanda y, sí, os juro por mi honor que es ella misma.  

"Queda dicho pues", concluyó lacónicamente Felipe de Austria, que ordena salir a los congregados para volver a condenar la caja que contiene el cadáver de su madre. Francisco le pide al joven príncipe que le conceda la gracia de dejarle a solas unos instantes con la fallecida señora. El adolescente duda por lo insólito de la petición, pero accede dado el aprecio que le guarda su insigne padre, y el afecto y la consideración que le tuvo su madre en vida. No tiene que insistir para encontrarse en completa soledad frente a la dama muerta.

Mira a su alrededor, como buscando algo en lo que sus recuerdos han reparado súbitamente. Detiene su vista en una de las flores que adornan la Capilla. Avanza hacia hacia ella y la coge, cortándola con su daga... Retorna al costado de la emperatriz. Venciendo todo reparo le coge las yertas manos y deposita entre ellas un rojo clavel, grande y hermoso como lo fue, en vida, la obsequiada; al tiempo que recita, con voz alta y clara, unos versos...

Nunca más, jamás, servir
a señor que pueda morir.
No acatar más otra ley
que La de Cristo Rey.


NOTAS:
(1) Checo.
(2) A muy honrosa excepción de Sebastián de Portugal, caído en la batalla de Alcazarquivir (1578), Maximiliano de Habsburgo, y los zares Nicolás y Miguel de Rusia. estos tres últimos asesinados cobardemente.
(3) Refrán medieval castellano. Los que llevan vida “regalada” por su alcurnia, deben de batirse y morir, si es necesario, por defender a sus vasallos.
(4) Hijo de Isabel “la Católica”. De haber sobrevivido, hubiera sido el primer rey de España, y español, desde la época visigoda.
(5) Falleció en 1497, con 19 años. Carlos I nació en 1500.
(6) Catalina de Aragón, bisnieta de Catalina de Lancaster (no fue casual que tuviesen el mismo nombre), hija de los Reyes Católicos y hermana menor del infortunado príncipe Juan, se casó sucesivamente con el príncipe de Gales, Arturo Tudor; y al morir este, con su hermano Enrique (luego infausto Enrique VIII), para avalar una legitimidad dinástica que no existía desde Enrique VI de Inglaterra (1421-1471) y que nunca volvió a existir.
(7) María I de Inglaterra fue monarca desde 1553 a 1558. Felipe II fue rey consorte de aquel país desde 1554 a 1558.
(8) Ver retrato de sir Anthony More, es elocuente por sí mismo...
(9) Dicho cuadro estaba colgado en una de las paredes de la alcoba del emperador, en su retiro de Yuste.
(10) A mediados del siglo XVI aún predominaba la denominación de “Indias”, más popular que la muy académica, entonces, de “América”.
(11) Se llamaba así, peyorativamente, a todos los que vinieron con Felipe I “el hermoso”, y a él mismo.
(12) “Sirviendo al emperador, (nada más que) muerte, orín y honor”. Era un dicho, presuntamente recogido por un jovencísimo Cervantes (nació en 1547), que resumía la pobreza, la miseria y el abandono que padecían los veteranos de los Tercios al retornar a sus casas.
(13) Está comprobado que Carlos I pasó de despreciar el castellano a hablarlo en toda ocasión, como sucedió en 1536 ante el embajador francés y el Papa Pablo III, en el que afirmó rotundamente Señor obispo, (el embajador francés era obispo de Maçon) entiéndame si quiera vuestra merced y no espere de mí otras palabras que las de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida por toda la gente cristiana.”
(14) Cuenta una leyenda de, después de la batalla de Mühlberg, el victorioso emperador entró en la ciudad de Wittenberg con sus tropas, mientras que el sedicioso y hereje príncipe elector tenía que capitular deshonrosamente. Algunos capitanes de las fuerzas imperiales, para ganar el favor de Carlos V (en estas lides era más “quinto” que “primero”) abrieron la sepultura de Lutero, que estaba enterrado en la iglesia del castillo. Cuando el emperador llegó al lugar le sugirieron, como muestra de fervor católico, que diese orden de quemar los restos mortales del heresiarca. Carlos negó con la cabeza, dio media vuelta, y saliendo de la iglesia, dijo en español: “Ya está ante el Juez. Nos castigamos a los vivos, que castigar a los difuntos es (asunto) del Todopoderoso.”  
(15) Enrique VIII de Inglaterra.
(16) Francisco I de Francia.
(17) El refrán “Dios los cría y ellos se juntan” era, originariamente, “Dios cría y el diablo junta”, que a su vez procede de otra frase más antigua en latín.
(18) Saco de Roma (1527). Según parece, Carlos I nunca dio la orden de entrar en Roma. Las tropas del emperador eran lansquenetes alemanes, en su mayoría, por lo que los historiadores han encontrado cierta “saña” luterana en los excesos de aquellos días. Por el contrario, los soldados españoles se mantuvieron más comedidos y disciplinados, lo que pudo influir decisivamente en la paulatina “españolización” del césar Carlos. Aunque el motivo del conflicto se debió al descarado apoyo que el Papa Clemente VII daba a los franceses frente a España y al Sacro Imperio, Lutero se atrevió a decir sarcásticamente: “Cristo reina de tal modo que el emperador persigue a Lutero por el Papa, pero se ve obligado a humillar al Papa por Lutero.”
(19) San Pablo se refiere a la Iglesia como la “Esposa de Cristo” (Epístola a los efesios). Desde entonces se usa esta alegoría para ensalzar, y criticar, el papel de la Iglesia como “pueblo de Dios”.
(20) Isabel de Avís, Isabel de Portugal, madre de Felipe II, esposa de Carlos I. Murió de parto en 1539. El emperador nunca superó su pérdida.
(21) Juan de Austria (nacido en 1547), hijo natural del emperador y de Bárbara Bloomberg.
(22) Jeromín era el apelativo familiar con el que el emperador se refería a su hijo Juan de Austria. Estuvo junto a él en los últimos meses de existencia y en el momento de su fallecimiento.
(23) Su desengaño y sentimiento de culpa le llevó a ordenar que su enterramiento “estuviese, de la cintura a los pechos, debajo del Altar Mayor, para que cuando el sacerdote oficiase la Eucaristía con la Sagrada Forma, sus pies pisasen su sepultura”. Así se cumplió hasta su traslado a la Cripta Real del Monasterio de El Escorial, donde descansa... Si le dejan, que en España parece que estorbar a los difuntos en su última morada es una reiterada afición.
(24) Este episodio, casi literal palabra por palabra, fue esgrimido por el inquisidor Fernando Valdés para que el Santo Padre le juzgase (el Santo Oficio no podía por su condición y dignidad) y le condenase en el largo proceso que se abrió contra él por “haber mostrado abierta amistad a luteranos”. A grandes rasgos, se consideraba que la Salvación por la Fe, al margen de la confesión y la penitencia, era uno de los postulados de la herejía luterana. Tras más de 17 años de declaraciones, diligencias e investigaciones, se eximió a fray Bartolomé de los cargos que pesaban contra él. Murió escasos días después.
(25) Una unidad especializada de la guardia que protegía a los reyes de Castilla.