sábado, 3 de diciembre de 2011

Romancín de Medianoche - III

El Diluvio prefiero, sin menor turbación,
que mejor se puede encubrir el mío llanto.
Agua con lágrimas, sí, ahogadas lágrimas
e intensamente sentir la lacerante aflicción
para no extraviar de mi tristeza el manto...


Oscuras nubes, es más tenebroso no tenerte,
ignorando si día o noche es, sueño con verte.
El ardor de tu querer no se aplaca, me prende;
y te busco enardecido, ardiente, apasionado;
acariciarte toda tú, besarte, de ti enamorado.

martes, 15 de noviembre de 2011

Romancín de Medianoche - II

No seas distante, corazón mío, no lo seas,
ni mi silencio creas que es el frío olvido.
El claro amor se fortalece en la ausencia
mas siendo así, sí, aunque no lo veas,
abatido estoy sin ti y quedo vencido.


Que faltándome tú, no hallo sino pesar,
que faltándome tú, oscuros son los días;
sabrás, hermosa mía, lo he de contar,
que hasta el aire me susurra cómo suspiras
y mis labios sangran si no te pueden besar.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Romancín de desamor - V

I

¿Acaso no lo oyes? Desbocado corcel
es mi angustiado corazón, arrebatado,
por su vertiginosa cadencia cautivo
al que clava espuelas tu amor cruel…
Es tortura que deja mi ánimo quebrado.

II

Aún has de preguntar por esta razón
que me arrastra muy lejos de tu lado.
Absurda duda tienes, bien lo sabes,
¿no escapa vencido y burlado soldado
de la batalla sin la menor vacilación?

III

Mi cuita y tormento será no quererte
más, clara luna de mi cielo estrellado,
con lágrimas amortajado me despido…
Te rendí la vida que me has despojado;
pero mía, no la hurtarás, es mi muerte.

martes, 6 de septiembre de 2011

El puñal y la guedeja

(Entresacado del libro "Cuentos y Romancines", Editorial Lulu, 2011)


Vuela el halcón, vuela surcando los cielos. No hay frontera ni cerca que le someta, ni mal viento que le detenga. Fiel vasallo de su señor, otea la superficie que se extiende ante sí en busca de una pieza con la que rendir pleitesía a su amo. Se aleja, y se aleja, y se aleja, hasta que la vista le pierde.

- A ver no le alcanzo, mi señor,
mucho me temo lo peor.
- Sosegaos, no se dirá del conde de Santorcaral, buen Martín,
que perdió presa y ave antes del mesmo día tocase a su fin.
- Mirad, mi señor, tarde es ya, que el sol cabalga hacia poniente
y por esta región, demonios y brujas hay que nublan la frente.
- Martín, no cubras cobardía o pereza con una conseja,
iré presto y antes tornaré, buen viejo eres, mas no vieja.
- Ni cosa ni la otra, señor conde, atended a quien bien os quiere,
de sobra sabéis que no soy cobarde,
al infierno os seguiría con lo que arde,
teneos, aguardad, espuelas no piquéis, de noche aquí se muere.
- Pues recordad con viveza del conde de Santorcaral la postrer risa,
miedo o temor no tiene el vencedor del infiel,
mejor apuraría las heces de una copa de hiel,
mientras hacia la muerte corre, vos rogaréis por su alma en misa.

Galopa el corcel, manto del caballero al viento. Allí cree divisarlo, por ahí piensa escucharlo. Aguijonea sus labios con maldiciones e imprecaciones. El horizonte sepulta al rey de los astros y las sombras se yerguen alargadas del suelo para enseñorearse de la Tierra y de las horas... “¿Qué es eso?”, se dice a un claro llegando del monte. Blanco lobo como la espuma, blancos dientes enseñando como nevadas cumbres, acercándose está a una rubia dama como la clara luna, blanca piel como flor de cerezo. Desmonta el caballero y su espada desenvaina. Marcha el lobo gruñendo, marcha levantando la hojarasca a su paso...

- Gracias por vuestro valor, la vida daba por perdida,
la bestia a matarme venía, sí, ya estaba rendida.

Azul mirada, como de primavera amanecer que pasa de puntillas sobre las abiertas y sorprendidas rosas. Azules ojos como claro venero que asir no pueden las manos aunque se lo propongan.

- Mi espada, mi vida, mi honor y aun el alma habría yo de rendir
antes que una dama como vos algún perjuicio hubiera de sufrir.

Tiempo llegó y se fue como vino. ¿Cuánto?, no se sabe. Las tinieblas el firmamento ocupando fueron con su oscuro gallardete, noche de plenilunio sereno de frases quedas y arrullo de enamorados como de brisa susurro en la orilla de la mar. En esto llegó del día el heraldo con su alborada despuntando.

- He de marchar, volveré a vuestro encuentro;
las horas contaré, me lamentaré sin cuento.
- No os vayáis, ¿y si no regresáis?, nadie os buscará,
conmigo quedaos, si no el corazón se me quebrará.

Buenas palabras fueron las que convencerla pudieron. Buenas palabras con amor pronunciadas, las que acariciaban su deseo. Requiebros como afilados dardos alcanzaban del conde el pecho. Despidiéndose estaban cuando...

- Esforzado caballero, antes de ir vuestro puñal quiero,
un presente os daré, ofrenda de amor, con esmero.
- Aquí tenéis, que si quitarme queréis la vida,
no habría yo de negarme para dejaros abatida.

En el claro fondo de sus ojos brilla una chispa, en el claro fondo de su mirada, promesa de placeres. Un fogonazo malévolo brotó... y como brotó, partió. Un mechón de su rubia cabellera cogió y de un tajo lo cortó para entregárselo a su amante.

- Tomad esto y oíd, que no digáis que fue un sueño,
el puñal guardaré para recordar quien es mi dueño.

Llevó a sus labios la rubia guedeja el caballero y un beso depositó como centinela de su retorno. Volvió grupas, rumbo a su castillo, para dar la buena nueva de que la heredad de Santorcaral tendría señora al cabo. Ya ve los guiones de su estirpe, las almenas, el adarve; de las ventanas los postigos distingue... y su fiel Martín que a su encuentro sale...

- Mi buen señor, ya os dábamos por difunto.
- Si los moros no pudieron, ¡bonito asunto!
- Señor conde, dos semanas ha que faltáis...
- Ca, no puede ser, una noche, me engañáis...
- Batidas vuestras tierras, hasta el último rincón.
- Seguro que os burláis, sois un buen fisgón.
- Si de mí no os fiáis, buena fé os habrán de dar.
- ¡Qué desatino! Ninguna duda me ha de quedar.

Buenas razones son las que los hechos confirman. Dos semanas había faltado el conde y nadie sabía explicárselo más que como un encantamiento.

A solas pidió que le dejaran y de su guantelete sacó el resplandeciente mechón, “que no digáis que fue un sueño”, recordó y el llanto le invadió, pues bien comprendió que de un hechizo había sido víctima.

Pasaron los días y el dolor laceraba el corazón del conde. Nada comía, nada leía, menos escribía. Ni siquiera los juglares que en sus posesiones se detenían y que antes agasajaba para que le regalasen sus mejores cantos y músicas, le lograban arrebatar de su melancolía. Visitáronle físicos y curanderos sin dar con causa aparente de su aflicción. Una tarde, poco antes del ocaso, llamó a su buen servidor a las caballerizas para confesarle algo...

- Mi buen señor, alégrame verle animado, aquí estoy.
Como siempre a sus órdenes, lo mejor de mi le doy.
- Leal Martín, lo sé, y has de saber que lo agradezco.
Marcho, no me detengas, que por una mujer perezco.
- Mujer no, señor conde, demonio es y os perderá,
no la busquéis, una escapasteis, dos os arrastrará.
- Tente, Martín, el corazón tiene razones que no entiende la razón.
Con ella iré y gustoso el mío le ofreceré: elija muerte o pasión.

No atendió las lágrimas de su mayoral, un legajo le entregó, testado había.

Se santiguó mientras elevaba un Padrenuestro y el noble bruto iniciaba su veloz camino hacia el lugar donde se despidió de la bella desconocida. Tantas plegarias pronunció que la cuenta perdió. Llegó. Allí estaba, radiante, como si el sol que había muerto tras las montañas, tras la línea del océano, se hubiese encarnado en el cuerpo de una bella mujer. Como si toda la luz de las estrellas se agolpase en sus pupilas para cegar a los mortales que osasen profanar esa centella azul. Como si todos los rayos del mundo se hubiesen concentrado en su mirada bailando al son del abrir y cerrar de sus párpados. Allí estaba ella frente a él. Y nada parecía importar...

- Os dije que retornaría...
- Os dije que aguardaría...
- Os he extrañado...
- Os he deseado...
- Os amo con todo mi corazón...
- Os amo sin ninguna remisión...

Y sellaron su amor con un interminable beso, fundidos en un abrazo para toda la Eternidad.

Dan cuenta los perdidos caminantes de cierto milagro, por encantamiento quedó, que cuando luce la luna llena y los lobos con sus sonoros aullidos la saludan, cuando los fatuos fuegos danzan sobre las tumbas, las ánimas en pena recorren el ancho mundo suplicando redención, los duendes sacuden las cunas de los recién nacidos y el teatro de los sueños descorre su telón en la mente de cada persona; en ese sitio, en ese claro del bosque, bajo las ráfagas de la pálida luz de la plateada lucerna celeste, ven a una pareja de amantes abrazados besándose apasionadamente, susurrándose de amor promesas para siempre...

Un mechón en la mano de él, en la de ella un puñal que deja caer al suelo con abandono...

domingo, 4 de septiembre de 2011

Si tú eres...

Si tú eres mi princesa, yo quiero ser caballero que te proteja.
Si tú eres mi cielo, yo quiero ser la mar que te contempla.
Si tú eres mi agua, yo quiero ser cauce que te abrace.
Si tú eres mi fuego, yo quiero ser leña que te dé alimento.
Si tú eres mi ola, yo quiero ser playa donde descanses.

Si tú eres mi camino, yo quiero ser tu peregrino.
Si tú eres mi estrella, yo quiero ser noche para que brilles.
Si tú eres mi poesía, yo quiero ser mirada que te lea.
Si tú eres mi música, yo quiero ser canto de amor.
Si tú eres mi luz, yo quiero ser luna que te refleje.

Si tú eres mi beso, yo quiero ser tu pasión.
Si tú eres mi resuello, yo quiero ser tu acelerado palpitar.
Si tú eres mi piel, yo quiero ser tu carne.
Si tú eres mi sangre, yo quiero ser tu enamorado corazón.
Si tú eres mi Eternidad, yo quiero ser tuyo siempre…

miércoles, 15 de junio de 2011

Romancín de Medianoche - I

I

De noche bajo este firmamento que arde,
sombrío presagio para valiente o cobarde,
ya de luz y sangre se viste el Plenilunio…
Turbia luna de san Antonio
es la que trae el demonio.


II

Que yo la vi, sí, madre, sí, que yo la vi,
muy serena paseaba avivando el frenesí
de esforzados y aguerridos caballeros…
Turbia luna de san Antonio
es la que trae el demonio.



III

Bastábale una mirada, madre, una mirada,
y los ardientes corazones que inflamaba
de lujuria al punto enmudecían sin aliento…
Turbia luna de san Antonio
es la que trae el demonio.

viernes, 27 de mayo de 2011

Romancín de desamor - IV

I

De tiempo, sin ninguna memoria,
súbitamente apareció un extraño,
de amor prender su corazón procuró,
seducirle con pasión, sin engaño,
mas su desdén impidió esa gloria.

Siempre percibió algo que no sabía definir. A veces era un perfume de mujer, el destello de una sombra, acaso una encendida palabra susurrada junto a su oído en medio de la madrugada. Había alguien más, puede que encerrada en su imaginación tan solo.


II

Era él diana de toda su obsesión,
por retenerle a su lado, luchaba,
triste ella en la ventana retratada...
Sí, ahí viene, él es, a ella regresaba,
que de ese delirio, no quería curación.

Debía de ser pereza, le suponía un enorme esfuerzo salir a la calle, como si no pudiese sacudirse el abrazo de una amante. Por el contrario, sentía una gran dicha cuando regresaba, como si una traviesa novia le hubiese aguardado para cubrirle de besos y caricias.


III

Por sus preguntas el silencio galanteaba,
así se complace la mujer con su presencia,
así se regocija por asomarse a sus sueños.
Cabeza en su pecho, sin pensar su ausencia,
galopar su latido devotamente escuchaba.

Llegó una carta. Es el modo con el que las malas noticias evitan dar la cara. Era un traslado. Preferiría quedarse, aquel sitio le agradaba, como si residir allí le colmase de amor... Sin duda, todo un desvarío, no se planteó ignorar la orden. Recogió y empacó sus pertenencias. Se percató de que nunca partiría si la mujer que aparecía por sus sueños fuera real…


IV

Espejos que su reflejo no querían tornar,
egoístas, como aquel inaccesible Mundo,
que, lejos, se había llevado a su amado.
Dolor desesperado, lamento profundo,
ella, sola en la casa, no cesa de llorar…

viernes, 25 de marzo de 2011

El cartucho (Reflexiones antes de la Eternidad - IV)

Lo puso de pie sobre la mesa de su salón, como un marcial centinela de los últimos días de su vida. Vigilante e impertérrito, tan distante como el horizonte, tan bruñido como un lejano sol. Tan inquietante como el heraldo de otro mundo.

A veces, con el rabillo del ojo, percibía su movimiento, tan imaginario como los diálogos que mantenía con él. Pero no, seguía impasible, mudo y expectante. Aguardando la misión que le había sido encomendada, y que cumpliría ciegamente. No podía ser de otro modo. Hay cosas que sólo es posible hacer a ciegas…

Una madrugada reparó en una paradoja que se le antojó curiosa… Su fin como persona estaba unido al fin de él. Pero mientras este esperaba sin perder la compostura, contando las motas de polvo que se posaban sobre la mesa, aquel era devorado por el miedo, convirtiendo su lecho en el lúgubre escenario de las pesadillas que le asaltaban. Se levantó de la cama… allí estaba, iluminado por la tenue luz de la luna, como un cantante de éxito en un plató. Como si estuviese disfrutando de las vísperas de su efímero estrellato. Y le dirigió la palabra…

- No tienes motivos para estar tan pagado de ti mismo…

Evidentemente, el cartucho no le respondió. La pólvora siguió tranquilamente alojada en la vaina, y la bala que coronaba el conjunto ni se inmutó por el reproche.

- Sé que me estás oyendo. Te consideras muy afortunado porque ya tienes un blanco sobre el que impactar. Pero no es mérito tuyo, ¿sabes?, en todo caso de aquellos que me han empujado a elegirte para ponerte en la recámara de una pistola antes de apuntar contra mi sien. En realidad no eres nada.

El cartucho continuó en su inconmovible inmovilidad. Erguido e inalterable, bien parecía que se podría estremecer toda la faz de la Tierra antes de que cayese y rodase por la lisa superficie del mueble.

- Vale más morir maldito que una vida de lacayo descerebrado como la tuya…

No espero contestación, le dio la espalda y se encaminó nuevamente a la cama. No hay nada como desahogarse para dormir mejor, y cantar las verdades al lucero del alba personificado en un triste cartucho, cuyo único momento de gloria sería atravesar de parte a parte la frente de un suicida, destrozando todos los lacerantes recuerdos y vivencias que le habían llevado hasta esa decisión. Muchos suicidas no lo serían si pudiesen sacar de sí mismos, para golpear y agredir, aquello que les hace insoportable vivir.

Otro día tuvo la sensación de que era como un billete de avión. Un salvoconducto a un lugar tan remoto que sería imposible regresar. Un viaje a ninguna parte en el que cualquier equipaje, empezando por los propios recuerdos, tendría que quedarse aquí. La idea le regocijó al principio, luego advirtió de que también echaría de menos las infinitas imágenes y experiencias que tanto había disfrutado. Ninguna vida es tan mala o corta como para no salvar algo, que se lleva en lo más profundo del alma, como una maravillosa bacía de oro que portamos en nuestras manos mientras pasamos por este valle de lágrimas… para restañarlas y recogerlas a medida que las vamos derramando.

- Hoy no será, ¿me escuchas? – Le espetó con rabia - Así que puedes relucir lo que quieras porque es lo único que harás. Y cuando te utilice no serás más que una vaina renegrida y humeante… una bala manchada de sangre, y perdida Dios sabe donde. Triste existencia la tuya, en la que tu logro se cifra en acabar con una vida y terminar desmembrado.

Al fin y al cabo ese era el Destino de muchas personas también. El cartucho se hubiera encogido de hombros si los hubiera tenido. Pero no los tenía, como tampoco entendimiento, por lo que permaneció imperturbable, dejando que la luz del sol y de la luna, consecutivamente, hiciesen brillar su dorado rostro de metal.

Y llegó la jornada elegida. Agarró el cartucho con displicencia. Se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta. Condujo hasta un acantilado, donde se podía contemplar el inabarcable océano. Era un buen sitio para morir. Se colocó unos auriculares en los oídos. Había escogido una canción, una de sus favoritas, cuando era más joven decía bromeando que “no le importaría morir escuchándola”. Una premonición acaso. Sí, era una buena canción para morir. Buscó el cartucho en la chaqueta y lo colocó de pie en lo alto de una piedra. Supuso que el viento podría derribarlo sin esfuerzo, pero increíblemente, el cartucho soportaba estoicamente el arreciar del aire, como si su cometido estuviese por encima de los efectos del meteoro, y este no pudiese tocarle.

- ¿Crees que te prefiero a la Vida? Pues no te ufanes, porque no era vida lo que yo tenía, sino un castigo impuesto por otros que viven muy bien a costa del sufrimiento ajeno.

Pero el cartucho insistió en su contenida actitud y no varió su reiterada ausencia de argumentos, hecho este largamente observado en multitud de objetos, ya sean estos animados o inanimados.

Extrajo una pistola automática del bolsillo, desmontó el cargador, colocó el único cartucho (no necesitaría más) en ello, volvió a insertarlo en la empuñadura, quitó el seguro y montó el arma para que la recámara recibiese el cartucho… Se llevó el cañón a la sien derecha, sólo había que apretar el gatillo para cruzar el umbral del Infinito y dejarlo todo atrás…


Fue entonces cuando el dulce semblante de ella le sonrió. Se acercó a él, le quitó el arma suavemente y le besó en los labios. Luego apuntó con la pistola al firmamento y disparó…

La vaina salió despedida al suelo, pero la bala ascendió, ascendió y ascendió hasta fundirse con la deslumbrante luz de ese sol que tanto lo había acariciado con su calor cuando estaba sobre la mesa… Y si pudo pensar, pensaría que ninguna bala había disfrutado de tan hermoso galardón.

Él razonó, solamente, que mientras la Vida sea la promesa de una esperanza, es mejor esperar despierto el crepúsculo antes que permitir que las tinieblas nos engullan. Cogió la mano de ella y ambos miraron el mar que se abría a sus pies...