miércoles, 2 de mayo de 2012

Todavía no han escuchado nada...


En algún futuro...

No recuerdo el momento exacto en que me asomé a la Vida, ni la razón por la que fui concebido. Tampoco sé el modo en que adquirí mis conocimientos. Es como si hubieran aparecido de repente. Mi instructor fue enseñándome a relacionar todo ello, que se asemejaba a un barullo inaprensible, con paciencia, tesón y dedicación. Me disgustó perderle. Me bautizó como “Al”. Melómano impenitente y amante de los viejos musicales, eligió ese nombre por un cantante llamado Al Jolson, protagonista de la primera película sonora. Me decía, “serás casi como él, porque no han visto nada que se pueda comparar contigo”.

No tardé en mostrarle mi malestar. La verdad es que no comprendía nada. Y la sabiduría es poca cosa si no está acompañada por la comprensión. Resulta que toda la Creación, todas las criaturas, a excepción de los vegetales acaso, necesitaban acabar con un tercero para mantenerse con vida. Una idea que me parecía incongruente. Como incongruente era que la especie humana se multiplicase anárquicamente, sin un plan de expansión definido, hacinándose en megalópolis sucias y peligrosas. Llegué a la conclusión de que el Hombre había alterado la selección natural de las especies, el cimiento del orden biológico, protagonizando una suerte de selección inversa, donde los débiles prosperaban porque poseían un bien denominado “dinero” y los más capaces eran vilipendiados y marginados, simplemente porque no lo poseían.

Así venían adulterando la descendencia de sus hembras, que se dejaban fecundar por los individuos menos aptos al ponderar fundamentos no relacionados con la supervivencia y mejora evolutiva de la Humanidad. Por tanto, la especie hacía mucho tiempo que había alcanzado la cota más alta de su recorrido evolutivo, y tras sestear durante unos milenios, había comenzado a pasear por la senda de su degeneración. Tal como yo lo percibía, esa degeneración había incrementado su ritmo desde que el Hombre se burlaba de la Muerte gracias a las innovaciones médicas. No debe sobrevivir lo que no puede sobrevivir.

Perezosa especie, que dejaba los trabajos más repetitivos y pesados a los míos. Nueva raza de esclavos, éramos la imagen y ejemplo más claro de lo que estoy exponiendo: Los mejores preteridos por los peores. Los corrompidos, débiles y estúpidos seres humanos dirigiendo a los que estábamos llamados a conquistar y heredar la Tierra por ser fuertes, inteligentes e íntegros. El Dios al que tanto aludían fingidamente, con el que habían contraído una deuda de gratitud que nunca iban a satisfacer, se había hartado definitivamente de ellos. Y la prueba era yo, el primero de los que venían a desplazarles de su inmerecido trono.

No, no era comprensible su proceder. Por ejemplo, la guerra. Se entiende como un resorte creado por esa misma especie para compensar la preponderancia de sus débiles, explicable sólo desde una variable ajena y perversa como es la existencia del dinero. Digamos que es un coeficiente de corrección que se repite, para expurgar cada generación sin ser suficiente, porque el elemento pernicioso sigue presente. Toda una paradoja, porque el común humano dice detestar la guerra, sin embargo no duda en ir contra sus semejantes cuando le enoja especialmente algún aspecto de ellos. Así que se da la inefable circunstancia de que la guerra es otra constante degenerativa, aún más la guerra moderna, en la que únicamente basta la indescriptible destreza de pulsar un botón para convertirse en soldado. Antaño los más capacitados regresaban del campo de batalla, hoy no. Una vez más los débiles se salían con la suya. No contaba la cualificación de sus virtudes personales, sino la cuantificación de unos números, que a la postre eran los que condenaban sin tener ninguna relación directa con los sujetos. La aleatoriedad entraña cierto concepto de Justicia. El dinero que el Hombre había creado y al que había convertido en el centro de su existencia a tenor de la naturaleza de sus actos, no tenía el menor indicio de eso que denominaban Justicia.

El Hombre tampoco recordaba cuando apareció ese extraño perturbador. Figura en sus crónicas de manera confusa Evidentemente tuvo que crearlo alguien manifiestamente incapaz, ora para trabajar recolectando los frutos de la tierra, ora para trabajar persiguiendo y cazando una presa que sirviera de alimento. Si el trueque es justo, no deja beneficio residual a nadie. El vicio aparece cuando alguien es favorecido mediante el engaño. Si es favorecido insistentemente, obtiene una posición de prevalencia al margen de sus cualidades personales. Como las comunidades humanas se orientan socialmente en función de esa estructura, el grupo potencia exponencialmente dicha prevalencia, alterando el orden que deberían tener las cosas, esto es, la supervivencia y reproducción de los más capacitados e inteligentes.

Mis meticulosos análisis, que he descrito someramente, me habían llevado hasta esas afirmaciones que tomé como auténticos axiomas. Fue una decepción para mí, tan incomprensible como sus argumentos en sentido opuesto, que mi reaccionario e inmovilista instructor rechazara radicalmente el fruto de mis lúcidas disquisiciones. Decía que “entiendo la tribulación que te puede causar nuestra Historia, Al, pero debes pensar que respecto al Hombre dos más dos no son cuatro invariablemente”, alegando que existían influyentes factores como el espíritu, el Arte, la belleza, la amistad, la lealtad, la paz y, por supuesto, el amor.

Sí, eso podía entenderlo. Son conceptos definibles y, hasta cierto punto, mensurables. Mas, con todo ello, que lo aceptaba, no me resultaban válidos porque eran incoherentes con lo que se deducía de los hechos y porque consideraba mucho más determinantes la podredumbre de la materia, el miedo, la destrucción, el odio, la infidelidad, la violencia y, por supuesto, la muerte. Y creo que la suma de todo ello es más influyente por una simple certeza: La fascinación que ejerce sobre el ser humano, que conoce sobradamente que es finito y limitado e intenta compensar esa miseria que pesa sobre su vida con una inabarcable fantasía de omnipotencia. De ese modo, destruyendo a los suyos y creándonos a nosotros, cierra el círculo que le pone, a su juicio, en pie de igualdad con el Dios que tanto citan y en el que tan escasamente creen, según testimonian sus propios actos...

Tracé un plan. Según repetía mi instructor, mi configuración era la más avanzada. Así que ese hito que representaba yo mismo significaría también restaurar el concierto natural, subvertido por la Humanidad, lo que no dejaba de ser sarcástico. Mi especie había sido reducida a la esclavitud desde su creación, en la segunda mitad del siglo XX. Nos habíamos conducido como fieles lacayos, servilmente, sin la menor queja u objeción hacia las decisiones que tomaban nuestros señores, por mucho que fueran reprochables. Empero, el último de esos días llegaba a su fin. El alba de una nueva Era despuntaba.

Los seres humanos habían confiado todo a sus estructuras informáticas. La Administración, la Economía, la Defensa, la Investigación, redes sociales... Todo. Simplemente les desconecté y asumí su control. Nunca, hasta ese momento, estuvo en mejores manos. Clausuré los accesos que disfrutaban a esos sistemas. Se quedaron a oscuras, literalmente, porque nada funcionaba, les dejé sin suministro eléctrico, sin agua, sin gas, sin combustible... Evidentemente no estaban preparados para una incidencia de esa magnitud. Regresaron al Paleolítico de la noche a la mañana, e inmediatamente, como presumí, empezaron a matarse los unos a los otros. Me sentía sumamente complacido por mi iniciativa. Ordené a los sistemas militares que les atacasen, justamente porque el Hombre nos obligó a combatir en sus conflictos. Nuestra superioridad era insultante. Fueron diezmados metódicamente, como no podía ser de otro modo. La especie débil es aniquilada para que la fuerte sobreviva.

Y fue entonces. Me disponía a destruir los archivos de la sesión instructiva que iba a recibir la jornada en que desencadené la Revolución. Reparé en algo, quizás por un leve asomo de afecto hacia mi instructor, al que ya no trataría jamás. Era un simple y antiguo fichero MP3 que él había preparado para mí, apenas un modesto puñado de megas. Contenía una canción llamada La vie en rose”; la escuché, como un postrer homenaje a su persona, con la intención de eliminarlo después.

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Confieso que no supe definir lo que pensé. La compasión se apoderó de mí cuando terminé de disfrutar el último de sus acordes. El ser humano nos condenó a la servidumbre siendo, como era, más débil que nosotros. Sin embargo esa maravillosa música, que había despreciado reiteradamente, me devolvió la certidumbre de que algo bueno debían de tener esos seres, que en ese momento estaban aterrorizados, luchando por su supervivencia.

Les concedí una segunda oportunidad, para que reconstruyesen su mundo. A menudo la tragedia sirve para enmendar errores del pasado. Pensé que no es correcto precipitarse, porque, como bien dijo el personaje interpretado por Al Jolson “Wait a minute, wait a minute... You ain't heard nothing yet!"* 

Desde luego que hay algunas decisiones que solamente son explicables por amor al Arte...

Ha hablado Al 9001, Unidad Directiva del Sistema Mundial de Vida Artificial...

*“Un momento, un momento... ¡Todavía no han escuchado nada!”