viernes, 9 de septiembre de 2011

Romancín de desamor - V

I

¿Acaso no lo oyes? Desbocado corcel
es mi angustiado corazón, arrebatado,
por su vertiginosa cadencia cautivo
al que clava espuelas tu amor cruel…
Es tortura que deja mi ánimo quebrado.

II

Aún has de preguntar por esta razón
que me arrastra muy lejos de tu lado.
Absurda duda tienes, bien lo sabes,
¿no escapa vencido y burlado soldado
de la batalla sin la menor vacilación?

III

Mi cuita y tormento será no quererte
más, clara luna de mi cielo estrellado,
con lágrimas amortajado me despido…
Te rendí la vida que me has despojado;
pero mía, no la hurtarás, es mi muerte.

martes, 6 de septiembre de 2011

El puñal y la guedeja

(Entresacado del libro "Cuentos y Romancines", Editorial Lulu, 2011)


Vuela el halcón, vuela surcando los cielos. No hay frontera ni cerca que le someta, ni mal viento que le detenga. Fiel vasallo de su señor, otea la superficie que se extiende ante sí en busca de una pieza con la que rendir pleitesía a su amo. Se aleja, y se aleja, y se aleja, hasta que la vista le pierde.

- A ver no le alcanzo, mi señor,
mucho me temo lo peor.
- Sosegaos, no se dirá del conde de Santorcaral, buen Martín,
que perdió presa y ave antes del mesmo día tocase a su fin.
- Mirad, mi señor, tarde es ya, que el sol cabalga hacia poniente
y por esta región, demonios y brujas hay que nublan la frente.
- Martín, no cubras cobardía o pereza con una conseja,
iré presto y antes tornaré, buen viejo eres, mas no vieja.
- Ni cosa ni la otra, señor conde, atended a quien bien os quiere,
de sobra sabéis que no soy cobarde,
al infierno os seguiría con lo que arde,
teneos, aguardad, espuelas no piquéis, de noche aquí se muere.
- Pues recordad con viveza del conde de Santorcaral la postrer risa,
miedo o temor no tiene el vencedor del infiel,
mejor apuraría las heces de una copa de hiel,
mientras hacia la muerte corre, vos rogaréis por su alma en misa.

Galopa el corcel, manto del caballero al viento. Allí cree divisarlo, por ahí piensa escucharlo. Aguijonea sus labios con maldiciones e imprecaciones. El horizonte sepulta al rey de los astros y las sombras se yerguen alargadas del suelo para enseñorearse de la Tierra y de las horas... “¿Qué es eso?”, se dice a un claro llegando del monte. Blanco lobo como la espuma, blancos dientes enseñando como nevadas cumbres, acercándose está a una rubia dama como la clara luna, blanca piel como flor de cerezo. Desmonta el caballero y su espada desenvaina. Marcha el lobo gruñendo, marcha levantando la hojarasca a su paso...

- Gracias por vuestro valor, la vida daba por perdida,
la bestia a matarme venía, sí, ya estaba rendida.

Azul mirada, como de primavera amanecer que pasa de puntillas sobre las abiertas y sorprendidas rosas. Azules ojos como claro venero que asir no pueden las manos aunque se lo propongan.

- Mi espada, mi vida, mi honor y aun el alma habría yo de rendir
antes que una dama como vos algún perjuicio hubiera de sufrir.

Tiempo llegó y se fue como vino. ¿Cuánto?, no se sabe. Las tinieblas el firmamento ocupando fueron con su oscuro gallardete, noche de plenilunio sereno de frases quedas y arrullo de enamorados como de brisa susurro en la orilla de la mar. En esto llegó del día el heraldo con su alborada despuntando.

- He de marchar, volveré a vuestro encuentro;
las horas contaré, me lamentaré sin cuento.
- No os vayáis, ¿y si no regresáis?, nadie os buscará,
conmigo quedaos, si no el corazón se me quebrará.

Buenas palabras fueron las que convencerla pudieron. Buenas palabras con amor pronunciadas, las que acariciaban su deseo. Requiebros como afilados dardos alcanzaban del conde el pecho. Despidiéndose estaban cuando...

- Esforzado caballero, antes de ir vuestro puñal quiero,
un presente os daré, ofrenda de amor, con esmero.
- Aquí tenéis, que si quitarme queréis la vida,
no habría yo de negarme para dejaros abatida.

En el claro fondo de sus ojos brilla una chispa, en el claro fondo de su mirada, promesa de placeres. Un fogonazo malévolo brotó... y como brotó, partió. Un mechón de su rubia cabellera cogió y de un tajo lo cortó para entregárselo a su amante.

- Tomad esto y oíd, que no digáis que fue un sueño,
el puñal guardaré para recordar quien es mi dueño.

Llevó a sus labios la rubia guedeja el caballero y un beso depositó como centinela de su retorno. Volvió grupas, rumbo a su castillo, para dar la buena nueva de que la heredad de Santorcaral tendría señora al cabo. Ya ve los guiones de su estirpe, las almenas, el adarve; de las ventanas los postigos distingue... y su fiel Martín que a su encuentro sale...

- Mi buen señor, ya os dábamos por difunto.
- Si los moros no pudieron, ¡bonito asunto!
- Señor conde, dos semanas ha que faltáis...
- Ca, no puede ser, una noche, me engañáis...
- Batidas vuestras tierras, hasta el último rincón.
- Seguro que os burláis, sois un buen fisgón.
- Si de mí no os fiáis, buena fé os habrán de dar.
- ¡Qué desatino! Ninguna duda me ha de quedar.

Buenas razones son las que los hechos confirman. Dos semanas había faltado el conde y nadie sabía explicárselo más que como un encantamiento.

A solas pidió que le dejaran y de su guantelete sacó el resplandeciente mechón, “que no digáis que fue un sueño”, recordó y el llanto le invadió, pues bien comprendió que de un hechizo había sido víctima.

Pasaron los días y el dolor laceraba el corazón del conde. Nada comía, nada leía, menos escribía. Ni siquiera los juglares que en sus posesiones se detenían y que antes agasajaba para que le regalasen sus mejores cantos y músicas, le lograban arrebatar de su melancolía. Visitáronle físicos y curanderos sin dar con causa aparente de su aflicción. Una tarde, poco antes del ocaso, llamó a su buen servidor a las caballerizas para confesarle algo...

- Mi buen señor, alégrame verle animado, aquí estoy.
Como siempre a sus órdenes, lo mejor de mi le doy.
- Leal Martín, lo sé, y has de saber que lo agradezco.
Marcho, no me detengas, que por una mujer perezco.
- Mujer no, señor conde, demonio es y os perderá,
no la busquéis, una escapasteis, dos os arrastrará.
- Tente, Martín, el corazón tiene razones que no entiende la razón.
Con ella iré y gustoso el mío le ofreceré: elija muerte o pasión.

No atendió las lágrimas de su mayoral, un legajo le entregó, testado había.

Se santiguó mientras elevaba un Padrenuestro y el noble bruto iniciaba su veloz camino hacia el lugar donde se despidió de la bella desconocida. Tantas plegarias pronunció que la cuenta perdió. Llegó. Allí estaba, radiante, como si el sol que había muerto tras las montañas, tras la línea del océano, se hubiese encarnado en el cuerpo de una bella mujer. Como si toda la luz de las estrellas se agolpase en sus pupilas para cegar a los mortales que osasen profanar esa centella azul. Como si todos los rayos del mundo se hubiesen concentrado en su mirada bailando al son del abrir y cerrar de sus párpados. Allí estaba ella frente a él. Y nada parecía importar...

- Os dije que retornaría...
- Os dije que aguardaría...
- Os he extrañado...
- Os he deseado...
- Os amo con todo mi corazón...
- Os amo sin ninguna remisión...

Y sellaron su amor con un interminable beso, fundidos en un abrazo para toda la Eternidad.

Dan cuenta los perdidos caminantes de cierto milagro, por encantamiento quedó, que cuando luce la luna llena y los lobos con sus sonoros aullidos la saludan, cuando los fatuos fuegos danzan sobre las tumbas, las ánimas en pena recorren el ancho mundo suplicando redención, los duendes sacuden las cunas de los recién nacidos y el teatro de los sueños descorre su telón en la mente de cada persona; en ese sitio, en ese claro del bosque, bajo las ráfagas de la pálida luz de la plateada lucerna celeste, ven a una pareja de amantes abrazados besándose apasionadamente, susurrándose de amor promesas para siempre...

Un mechón en la mano de él, en la de ella un puñal que deja caer al suelo con abandono...

domingo, 4 de septiembre de 2011

Si tú eres...

Si tú eres mi princesa, yo quiero ser caballero que te proteja.
Si tú eres mi cielo, yo quiero ser la mar que te contempla.
Si tú eres mi agua, yo quiero ser cauce que te abrace.
Si tú eres mi fuego, yo quiero ser leña que te dé alimento.
Si tú eres mi ola, yo quiero ser playa donde descanses.

Si tú eres mi camino, yo quiero ser tu peregrino.
Si tú eres mi estrella, yo quiero ser noche para que brilles.
Si tú eres mi poesía, yo quiero ser mirada que te lea.
Si tú eres mi música, yo quiero ser canto de amor.
Si tú eres mi luz, yo quiero ser luna que te refleje.

Si tú eres mi beso, yo quiero ser tu pasión.
Si tú eres mi resuello, yo quiero ser tu acelerado palpitar.
Si tú eres mi piel, yo quiero ser tu carne.
Si tú eres mi sangre, yo quiero ser tu enamorado corazón.
Si tú eres mi Eternidad, yo quiero ser tuyo siempre…