lunes, 24 de junio de 2013

Allende (rosas que no se marchitarán)

Cuento en dos partes - Segunda (final)


V


La detective Pereda contempló impertérrita las sensuales curvas que el humo de su pitillo iba liberando en el aire, como si un escultor invisible diese forma a su delirio. La verdad es que agradeció sumamente que su posible cliente le permitiese fumar, no era muy habitual en estos nuevos tiempos donde vivir ya era una transgresión.

- Quiero que la encuentre, ¿me oye? No repare en gastos, le pagaré el dinero que me pida, quiero que la encuentre, aquí o en el mismísimo Infierno. Quiero saber que es de ella…

Había fuego en los ojos de la septuagenaria mujer. Como si la vida le debiese una explicación. Al no hallarla, tomaría las respuestas por su cuenta. Afuera llovía impetuosamente, uno de esos chaparrones de final de primavera que si te agarra te cala hasta los huesos. La claridad de la tarde contrastaba con la oscuridad de los nubarrones que velaban el azul firmamento, como el llanto cela la esperanza para que sea más brillante cuando la tempestad se disipe.

- ¿Tiene hijos? – Le preguntó la anciana como si su silencio fuera la expresión de las dudas para aceptar el caso - ¿Está casada?
- Tengo dos hijos. Soy viuda. – Respondió lacónicamente – Aunque eso no es obstáculo para aceptar el trabajo.

La mujer sonrió tristemente.

- Usted lo llama “trabajo”, señora Pereda, yo lo llamo “toda mi vida”. ¿Sabe? Creo que entonces entenderá lo que voy a decirle. Lamento su viudez como usted se imaginará la mía. Un sollozo permanente, un sacrificio sin cuento. Es mi única hija. La concebí cuando ya no esperaba ser madre, cumplidos los cuarenta. Era muy niña cuando murió su padre, mi marido, de un tumor cerebral... Me he privado de infinidad de cosas para que a ella no le faltase de nada, por procurarle una esmerada educación, por evitar que viese a su madre con otro hombre que no era su padre, por tantísimo… ¡Qué sé yo! Quiso ser neurocirujana, estudió en los Estados Unidos y cuando retornó conoció a ese chico, un programador o algo así. No me gustaba, pero estaba loca por él. Decidieron irse a vivir juntos, cosas de jóvenes. Unos meses y llegó la tragedia: Su pareja falleció en un accidente al poco tiempo de irse a vivir juntos. Le juro que puedo resignarme a no conocer a mis nietos, pero no me resignaré a que la vida me la arrebate a ella. Dios me lo debe, ¡maldita sea! Él lo sabe muy bien…

La ex - policía la escuchó serenamente. “Dios me lo debe”. Le hizo gracia la reflexión, como si hubiese un contable celestial llevando los balances de cada nacido de madre. “Este nos debe, hay que hacerle un cargo”, o “a este otro hay que abonarle porque le debemos”, para que la vida arrojase finalmente un saldo cero que resumiese lo absurdo que parecía todo. Quizás en el mejor de los casos. Reparó en que no le había dicho como se llamaba su hija...

- Viviana Lage de Ferrant – Contestó la mujer como quien recita un exorcismo, una invocación – Le suplico que me la busque y me la traiga. Lleva fuera desde octubre pasado, cuando ocurrió lo de… bueno, ya lo sabe. La última vez que tuve noticias de ella estaba en Nueva York. Le gusta esa ciudad. Supongo que estará allí. No lo sé. Me avisó que no usaría teléfonos móviles nunca más, no tengo idea de cómo localizarla… ese fue otro de los cambios. Antes no podía prescindir de los dos que usaba… ¿La puedo llamar Sonsoles? – La detective asintió mientras apagaba el cigarrillo en un cenicero plateado que simulaba una concha - Tiene usted un nombre muy bonito… Por favor, se lo suplico. Si tuviera quince años menos, yo misma realizaría la búsqueda, pero mi salud flaquea… No sé a quién recurrir, la Policía se lava las manos. Todos menos uno, él fue quien me recomendó a usted…
- Imagino que un tal Alberto Paredes. – Repuso sin entusiasmo, era un antiguo compañero de la Policía, le pasaba casos “diferentes” de cuando en cuando – Es un agente muy cualificado.
- Sí, creo que se llamaba así – aclaró titubeante – Créame: Si usted no me ayuda, estaré perdida y sola. Le confieso que nunca imaginé que ella le quisiera tanto, hasta el punto de no querer volver con los suyos tras la desgracia. Con su fallecimiento cambió radicalmente. Era ella… y no era la misma. No acertaré a explicárselo…

La detective Pereda pensó que nada tenía explicación en los últimos tiempos, pero eso no alteraba el curso de las cosas: Lo esencial sigue sucediendo aunque la explicación no se averigüe. Muertos que regresaban y se esfumaban, libros que se tiraban de las estanterías para escupirnos en la cara el desdén sufrido durante siglos, sangrientos asesinatos que desafiaban toda lógica, niñas que se levantaban pidiéndole el desayuno a sus madres en arameo, personajes que parecían haberse escapado de sus respectivas épocas como si alguien se lo hubiera ordenado imperativamente y políticos y banqueros conspirando contra sus administrados. Lo definen como “psicosis colectiva”. Sin embargo, todo eso le constaba porque lo había vivido de cerca. Demasiado de cerca. Había tenido que dejar la Policía por un asunto así, ello solamente fue el principio. Ahora tenía ante ella otro caso “extraño”. Así se lo advertía su intuición, raramente le fallaba. Aparentemente se trataba de una mujer que había dejado todo atrás a causa del dolor que sentía por la muerte del hombre que amaba. Pero su instinto era terco. No sabía el motivo exacto, pero unos detalles le resultaban muy llamativos para su perspicacia policial. Las personas cambian de aspecto cuando comienzan a superar la fase de duelo, no estando su pareja de cuerpo presente. Eso no tenía sentido. O el precipitado viaje al día siguiente de la inhumación, dejando un montón de asuntos por resolver. Alguien en estado de choque (shock en inglés) no se caracteriza por tomar las de Villadiego. El bloqueo emocional suele implicar casi siempre una tendencia a la inmovilidad. No había fotografías con esa nueva imagen, por un momento echó de menos la antigua costumbre de los retratos de difuntos, donde los deudos posaban junto a los cadáveres para asegurarse de que fueron reales, de que algo les quedaba en lugar de esa opresiva ausencia, de esa brutal amputación sin anestesia que la vida había llevado a cabo.

- Está bien, señora Ferrant. Haré lo que pueda. Tenga en cuenta que una investigación no tiene porqué terminar bien. Algunas ni terminan. No le puedo asegurar su regreso, puede que todo se reduzca a que no desea volver. Pero si es de ese modo, le traeré, al menos, una explicación. Aunque eso no implique que la comprenda… El dolor duele, y no entiende otra cosa que no sea su mitigación.

La anciana la miró como si no entendiese exactamente sus palabras. Las pasó por alto para centrarse en lo fundamental. Alguien iba a buscar a su hija.


Eran las tres de la mañana. La misma vieja pesadilla había retornado a ella tras el cuartel concedido. Detestaba a Aurora. Suponiendo que ese fuera su nombre. Mientras contemplaba el mudo fulgor de los relámpagos en la lejanía, a través de las ventanas de su casa, se preguntó por el que tendría en realidad. Aurora… no comprendía el retorno del angustioso sueño. La terrible desolación de un desierto, lejos de cualquier parte, puede que en Marte o en el centro del Infierno, en medio de un infinito horizonte, una inhóspita nada. Una voz… “Sonsoles, Son-so-les”, como si alguien la llamase jugando al Escondite a sus espaldas. Se volvía… Nadie. “Son-so-les”, otra vez, esa inconfundible voz preñada de sarcasmo, de un desprecio de siglos y siglos. Se giraba una vez más… y allí estaba, rubia, deslumbrante, con aquella hiriente sonrisa mordaz. La misma conversación… “¿Te apetece una partidita de Ajedrez, ma cherie?”… “No”, contestaba Sonsoles, “no he jugado mucho, no me sé las reglas del juego”. Como respuesta una pedrada, “esto es como la Vida, querida, sepas o no, quieras o no, tienes que defender tus piezas”. Y era forzada a jugar sin desearlo, perdiendo en cada movimiento, una a una, peones, caballos, alfiles, torres, la reina… El sonido de las carcajadas de su adversaria colmaba de odio aquel vacío en el que solo estaban ellas dos. Unas carcajadas que retumbaban en sus oídos instantes después de haber encendido la luz de su mesilla, desfallecida por la opresiva angustia que cabalgaba a lomos de su corazón. Las tres de la madrugada, como una ineludible cita nocturna para recordarle que tampoco había nadie para consolarla entre sus brazos.

Una discreta lágrima reflejó la rasgada oscuridad de la noche.
  


VI


El hábito de siempre. Los niños, que ya no lo eran, a sus clases. Le confortaba llamarlos “niños” aunque era muy consciente de que la adolescencia los había hecho suyos. Un consuelo muy generalizado entre padres que evitan contar los años que les van alejando de lo que fueron sus sueños. Compró el periódico y entró en una cafetería para desayunar. Los sobresaltos y un mal desayuno son enemigos feroces.

La señora Ferrant le había dejado las llaves de la casa de su hija, junto con  unas fotografías, se guardó en la cartera la más reciente, tomada días antes del óbito. Como presentía que estaba ante un caso distinto, prefirió darle un enfoque acorde con el augurio. Dejó la ortodoxia a un lado y se dejó llevar por el instinto. Dicen que es el que permanece cuando la lógica huye espantada. Así que se dirigió en su vehículo a un domicilio que tendría que haber sido un “nido de amor”. Apareció ante ella tras doblar una esquina, igual que un sombrío pecio ante un buceador desorientado: Forma parte del paisaje pero desprende la inconfundible esencia de la amenaza. Todo naufragio es recuerdo de la muerte, silenciosa, paciente e implacable.

Por un instante, justo cuando la llave liberaba el cerrojo de la cancela, valoró la conveniencia de estar acompañada. Rechazó la idea mientras alzó desafiante sus ojos hacia la puerta de la casa. Lo único que le infundía terror era encontrarse de nuevo con esa maldita rubia o lo que fuera, el tormento de sus pesadillas, Aurora… El pestillo fue obediente y retrocedió hasta esconderse en su hueco. Franqueó el umbral y encendió la luz… que iluminó el vestíbulo. Agradeció no buscar el cuadro eléctrico en la penumbra del interior de una casa que no conocía… y que parecía vigilarla.

Todo estaba en orden. Extrañamente limpio después de llevar varios meses cerrada a cal y canto. Un escalofrío flageló su espalda, hacía fresco, supuso que las persianas bajadas habían preservado y protegido la reminiscencia del último invierno. El reparo es que el verano se acercaba planeando, inexorablemente, sobre la hoja de un calendario. Las lluvias eran frecuentes, breves y torrenciales, sin embargo el inmisericorde bochorno se deleitaba sofocando a todo bicho viviente. Pero no en la casa.

Recorrió, una tras otra, todas sus estancias, observando detenidamente el menor detalle, dejando que la intuición guiase su mirada. Ropa masculina en los armarios, perteneciente a la difunta pareja de Viviana, sin duda. Y también la de ella. Curiosamente, había viajado sin apenas equipaje según se podía deducir, ya que los roperos tenían su aforo completo, como un autobús en hora punta, repleto de mujeres y hombres invisibles a excepción de su atuendo. Ni una sola percha libre. Algo tristemente lógico en el caso de él, pero no en el de ella. Los cajones, idéntico resultado: La ropa interior, perfectamente doblada, sólo que muy lejos de su usuaria. Evidentemente, debería de haber comprado un vestuario completamente nuevo en el lugar donde residiese. El motivo de ello era un misterio porque nadie cambia de talla o de gustos de un día para otro, sobre todo si comienza un viaje largo… y completamente imprevisto.

El frío se había incrementado notablemente, mientras deslumbrantes hilos de la luz del sol se colaban a través de las veladas ventanas para fundirse con la claridad que concedía generosamente la electricidad. Creyó que era el momento de marcharse porque ya no hallaría respuestas, sino inquietantes preguntas, y le habían contratado para encontrar a una persona, responderlas quedaba al margen del asunto que le habían encomendado.

Lo malo es que la realidad no presenta compartimentos estancos, y todo suele estar mezclado voluptuosamente, orgiásticamente, desenfrenadamente, sin concierto ni criterio. Echó una última ojeada al salón. Todo aparentaba estar en su sitio, nada fuera de lo común. Su mirada se detuvo en unos papeles que estaban colocados sobre unas revistas, se acercó para examinarlos… Eran documentos de una compañía aseguradora, fechados a mano el mismo día del sepelio de la pareja de Viviana… No habían sido firmados. Entre ellos, prendida con un clip, la tarjeta de un director de sucursal bancaria, un tal Francisco María Lorenzana. “Bien,” pensó Sonsoles al tiempo que doblaba la documentación y la introducía en su bolso, “le haremos una visita. Los movimientos financieros suelen ser reveladores. De algo ha servido venir por aquí.”

Enfilaba el camino que le llevaba a la salida, empujada por la súbita e inexplicable caída de la temperatura, cuando se percató de un postigo, que había sido disimulado tras una coqueta que desentonaba manifiestamente en esa ubicación. No tenía nada en los cajones. Supuso que Viviana quiso ocultar deliberadamente el paso a la escalera que conducía hasta el sótano. Hizo caso omiso del frío que comenzaba a entumecerla y empujó con brío (pesaba más de lo que cabría esperar) el mueble para dejar expedito el vano. Lo abrió inmediatamente, le extrañó que no estuviera condenado ya que había sido escamoteado torpemente…

Pulsó el interruptor de la luz. Advirtió que la puertecilla podía cerrarse a sus espaldas y quedar recluida en una casa que le parecía siniestramente normal. Así que decidió sacarla de sus goznes, no fue tarea difícil porque estaba habituada a realizar labores de bricolaje en su casa desde el fallecimiento de su marido, y la apoyó contra la pared haciéndose un rasponazo en uno de los nudillos de su mano izquierda… “Un pequeño sacrificio para evitar la reiterada contribución de los guionistas de películas de Terror”, ironizó para su capote. Descendió agarrada al pasamanos, lentamente, como si el acto de bajar por esos escalones fuera la metáfora de un viaje a los Infiernos. Una vez más todo en orden, tanto que ya confirmaba sus sospechas, como si se tratase de un “decorado” que ocultase algo. Un portátil convencional, multitud de periféricos y un voluminoso ordenador de sobremesa. Dedujo que era experimental a tenor del aspecto que tenía, nunca había visto nada parecido. Dudó que pudieran aportar nuevos detalles tras meses sin ser utilizados. Al fin y al cabo, si no se llevó su ropa interior, ¿por qué tendría que llevarse un portátil, un engorro en ciertas aduanas?

El frío era insoportable. Ya iba a regresar sobre sus pasos cuando sucedió. El ordenador experimental se encendió solo, emitiendo un quedo susurro. La detective se quedó estupefacta. La pantalla le ofreció el resultado del análisis inicial del sistema… “Troyanos eliminados”… Sonsoles nunca entendió porque se llamaba “troyanos” a esos programas que se infiltraban en los ordenadores para vulnerarlos cuando los troyanos, precisamente, fueron las víctimas del engaño; prefería la ortodoxa denominación inglesa de “Trojan horse”(3). Sin embargo, había algo más… La actividad estaba registrada en… ¡la madrugada inmediatamente posterior al fallecimiento del hombre que Viviana amaba! ¡Millones de archivos sospechosos eliminados! ¿Qué pasó realmente? Los primeros acordes del “Lacrimosa” de Mozart inundaron la estancia. Un leve crujido… el de una puerta que se entornaba lentamente. Miró en su dirección… ¡No era posible! ¡Ella misma había descolgado el postigo! ¿Quién lo había vuelto a colocar sin llamar la atención?

Corrió escaleras arriba, no intentó evitar el portazo que retumbó en toda la casa, simplemente saltó fuera. Celebró su buena forma física, aunque sin duda se le había permitido escapar. Se puso en pie inmediatamente y desenfundó su pistola Glock 19 para apuntar al vacío. Silencio completo. Nada más que el desbocado galopar de su corazón intentando huir del pánico. Recorrió con cautela los pasos que le separaban de la puerta que daba al exterior… La abrió con normalidad. Volvió a enfundar su arma. Pensó de nuevo en los malditos guionistas de las películas de suspense. Una mañana espectacularmente luminosa, presagio de un tórrido día. La racionalidad abriéndose camino con dificultad… puede que no llegase a sacar el postigo de su sitio… Claro que sí que lo hizo, un dedo con la piel enrojecida y palpitante daba fe de ello. Alguna corriente la empujaría… No, estaba todo cerrado. El ordenador se puso en marcha porque tocaría algo sin darse cuenta, acaso el interruptor… No, sólo tocó la barandilla, y transcurrieron bastantes segundos después de accionar el interruptor. No había explicación basada en la lógica de la realidad cotidiana. Un último vistazo al interior… ¡Dios Santo! ¡La coqueta había vuelto a celar el postigo! A ella le había costado arrastrarlo para despejar el acceso, ¡ahora estaba como antes!

Giró la llave dentro de la cerradura, con precipitación, como si estuviese sellando la salida del Averno para que nadie escapase de allí… Retrocedió tambaleándose hasta la cancela, que la sobresaltó al tropezar con ella, como si no esperase que siguiese allí después de las aberraciones que había presenciado. La dejó atrás y se encaminó al vehículo presurosamente, no sin examinar si había alguien en su interior mientras se acercaba. Estaba vacío, como se podía esperar. Ya al volante, procuró serenarse, no era la primera vez que se enfrentaba a hechos insólitos, dejó de ser policía precisamente por un asunto de difícil descripción.

Una casa encantada. Algo tan antiguo como el ser humano. Todos tenemos parientes, amigos o conocidos que cuentan, entre bromas y veras, según la reacción de la persona que les escucha, que su domicilio es peculiar. Los espantados no hablan siquiera de ello porque salen corriendo como pueden. Como ella misma. Como Viviana. Era una posibilidad… que no encajaba. Con mudarse todo estaría solucionado, no sería necesario dejar trabajo, amistades y familia, máxime teniendo en cuenta que acababa de perder al hombre que amaba. La mujer había desaparecido de un día para otro, como si dimitiese de la vida que había llevado hasta ese momento, manteniendo una discontinua comunicación con su cliente, que era su señora madre. Hasta que ya no fue ni discontinua ni comunicación. Nada. Consultó la tarjeta del director de la sucursal. No distaba mucho del punto donde se hallaba. Llamó, a través del móvil, a su antiguo colega de la Policía, Alberto Paredes, para pedirle que averiguase dos o tres detalles… “Es lo menos que puede hacer por mí”, se comentó sonriendo, ya que la había metido en este embrollo al sugerir su nombre a la anciana señora Ferrant.

No había mucha gente en la oficina bancaria. Sonsoles tuvo especial cuidado en eludir las cámaras, escondiendo de una forma u otro su rostro, ya que se haría pasar por agente de Policía con una credencial trucada. Sabía que los empleados de las empresas son reacios a cooperar con una detective privado, así que necesitaría de una pequeña ayuda, no del todo falsa porque seguía sintiéndose policía pese a haber sido forzada a abandonar el Cuerpo. Se figuró que el director estaría en el despacho cerrado. Se acercó a una de las mesas, la que asoció a la interventora…

- Buenos días – dijo con la autoridad que las personas corrientes suponen a estos funcionarios – mi nombre es Sol Pérez, pertenezco a la Comisaría General de la Policía Judicial, – mostró su falsa acreditación a la asombrada mirada de la empleada – nos gustaría hacerle unas preguntas al director de la sucursal.
- Sí, claro… – Contestó azorada – Por favor, aguarde un momento.

La mujer se levantó del asiento y se dirigió al despacho que ya había identificado la detective. Podía haberle avisado con una llamada interna, pero se tomó la molestia de ir personalmente. Siempre presente la legendaria discreción bancaria. Algún cliente podría haber escuchado la fugaz conversación y hacer conjeturas. Y no están los tiempos para ese tipo de presunciones. Pocos segundos, los que son precisos para decirle “está aquí una de la Policía, ¿qué asunto sucio tenemos entre manos que estén investigando?” y la entrecortada respuesta, “no puede ser posible que…“ El director salió esbozando la mejor de sus impostadas sonrisas, ofreciendo su mano…

- Buenos días, soy Antonio José Borgera, director de esta sucursal, - el apretón fue flojo, detestaba a los hombres que dejaban la mano muerta cuando la estrechaban - por favor, pase a mi despacho, estaré encantado de atenderla en lo que me sea posible.

Ordenó que no le pasaran ninguna llamada, con un gesto invitó a la detective a tomar asiento. Pereda se percató de que ese no era el nombre que figuraba en la tarjeta y en décimas de segundo decidió improvisar, aparentando conocer lo sucedido con su predecesor desde la ambigüedad e informarse a fondo porque no tenía la menor idea de ello.

- Bien, doña Sol, ¿en qué podemos serle de ayuda? – Preguntó mientras se sentaba al otro lado de su mesa – Espero que sea para ofrecerle la mejor solución financiera a los miembros de su equipo, los depósitos de los funcionarios son sagrados para nosotros.
- No, no es ese el motivo de mi visita “informal” – repuso conteniéndose las ganas de entrar en polémica, lo que desbarataría su auténtico objetivo. – En realidad estoy aquí por su antecesor en la dirección de la oficina…
- Sí, espero que no vulnerase la legalidad, ¡pobre hombre! Tuvo un final trágico, una muerte inesperada, su viuda nos honra viniendo a saludarnos de cuando en cuando…
- Terrible, en verdad, - había picado, sólo se trataría de que continuase hablando – pero no estamos libres de irnos en cualquier instante. - Señaló con frialdad para esconder su sorpresa – Hasta donde yo sé no hay nada turbio que venga a ensuciar su memoria, solo que estamos investigando de manera rutinaria ciertos movimientos de fondos, dentro de nuestros protocolos para prevenir el blanqueo de capitales, y su muerte nos ha privado de un testimonio valiosísimo…
- Es que estas cosas no avisan… – Admitió compungido. – Si la muerte súbita afecta a deportistas de élite, que tienen su salud controlada por participar en la alta competición, imagínese a personas normales.
- Sí, bueno, ya sabe que las autopsias – se arriesgó - usan un lenguaje muy genérico… De “paro cardíaco” muere todo el mundo.
- Oh, sí, la autopsia… La esposa hizo todo por evitárselo, pero ya sabe que murió en la calle, le hallaron en su vehículo, bastante lejos de aquí, no sabemos con certeza quien fue la última persona que le vio con vida… llevaba documentos encima, y fue imprescindible practicársela. Pero la causa fue natural, quiero decir que no fue asesinado, no, nada de eso. Con todo, una cuestión sumamente triste…
- Dice mucho de su competencia el que considerase con tanta diligencia a sus clientes, hasta el punto de llevarles y traerles documentos…
- Sí, yo no le conocí personalmente, pero se tomaba mucho interés con nuestros mejores clientes, en este caso traía algunas declaraciones fiscales, del tercer trimestre del pasado ejercicio, para cargarlas en sus respectivas cuentas cuando llegase el momento, en fin, lo normal en un quince de octubre. – Sonsoles contuvo el aliento, la fecha del sepelio se repetía. - Cuando me incorporé, casi tres semanas después, me contaron que también se llevó una documentación para tramitar la liquidación del capital vinculado al seguro de vida de un cliente, pero nunca apareció, y no nos ha sido posible hablar con la interesada por lo que la gestión está en suspenso…
- Viviana Lage de Ferrant – Afirmó con contundencia Sonsoles, satisfecha de lo redonda que le estaba saliendo la audacia al contemplar la perpleja mirada de su interlocutor. – Nos vamos acercando al segundo sujeto de nuestra investigación. ¿Tienen movimientos sus cuentas?
- Sí, se trata de ella – asintió atónito – Veo que la Policía conoce su trabajo. Lo malo es que sin un mandato…
- Ya lo sé – Le interrumpió la detective – pero yo preferiría que una agente de la Policía Judicial me deba un favor, y más con la de cosas que están pasando... banqueros imputados, escándalos financieros, gente sin casa ni ahorros, en fin, lo leerá en los periódicos... Nunca se sabe, ¿no le parece?

El director se pasó la mano por la frente, dudando en silencio unos largos segundos, como si quisiera arrancarse una tentación. Era relativamente joven, treinta y muchos, pero el uso de unas erradas gafas (por su diseño) y ser grueso le ponía unos cuantos años más encima. Finalmente echó mano al teclado de su ordenador y comenzó a escribir…

- Solamente tiene una cuenta en nuestra entidad. Hicieron una provisión de fondos mediante transferencia internacional, de casi ciento veinte mil dólares, a finales de octubre, y desde entonces sólo aparecen los cargos correspondientes a la hipoteca, luz y demás. Ningún reintegro, tampoco cargos por tarjeta… nada.
- ¿Me puede decir el origen de esa transferencia?
- El Atlantic Bank de Nueva York, la oficina de Maiden Lane.
- ¿Han recibido alguna orden, cualquiera, con respecto a esa cuenta? Aunque no las utilice, ¿tiene tarjetas de crédito subordinadas?
- No. Nada. La tarjeta de crédito fue cancelada… ¡Qué casualidad, el día 16 de octubre, en una sucursal cercana al aeropuerto de Barajas! Definitivamente todo está correcto, nada preocupante…
- Mientras haya fondos, ¿no? Entonces se preocuparían de verdad… – Señaló con sarcasmo – Me acuerdo de las palabras de Mark Twain, “el banquero es un señor que te presta un paraguas cuando hace sol y que te lo reclama cuando llueve.”
- No sea cruel con nosotros – Contemporizó el director. – Intentamos cumplir con el cometido que la sociedad nos ha encomendado, como la Policía.
- Bueno, hay diferencias, señor Borgera… - Se incorporó bruscamente para sentenciar - “Por amor todo se perdona, por dinero todo se condena”…
- Esa frase no la he oído nunca, – replicó pensativo - ¿de quién es?
- Mi experiencia me la ha prestado sin intereses… - Aseguró de forma lapidaria al tiempo que le tendió la mano sonriendo para concluir – Gracias por su colaboración, informaré positivamente de ello a mis superiores…
- Se marcha ya… ¡Qué pronto! No veo qué les lleva a investigar la actividad de mi predecesor… Tampoco hay nada particularmente anormal en la cuenta de doña Viviana… Para bloquearla sí que necesitaré algo más que su visita... ¿Qué buscan exactamente?
- Es mejor, por su seguridad, que no lo sepa. – Exageró la mentira con gestos de discreción. – Le rogamos el máximo sigilo, es un trabajo muy importante. Es posible que sigamos en contacto… Y no tenga cuidado, si bloqueamos la cuenta, se lo comunicaremos de manera “oficial”…
- ¿Tiene una tarjeta? – La misma sensación de laxitud al coger su mano – Me gustaría tenerla…
- No llevo encima, pero si me da la suya, - objetó con aplomo, absolutamente imperturbable - le haré llegar mis datos de contacto por correo electrónico.

El hombre sacó una de su chaqueta, mecánicamente, como si hubiera hecho ese gesto infinidad de veces. Sonsoles la cogió entre sus dedos y la guardó sin leer.

- No es necesario que me acompañe, - habló con displicencia - conozco el camino…

Pudo leer la extrañeza en su rostro, pero no era conveniente alargar la “escenificación” y salió de la sucursal con la misma sutil coreografía de manos y cuerpo para hurtar sus facciones a las cámaras de vídeo. Había adquirido gran destreza en moverse veloz y silenciosamente, como un fantasma, cuando las circunstancias así lo requerían. Le divirtió la comparación, teniendo presente lo que había vivido esa misma mañana…

No sabía muy bien el porqué, pero su olfato de detective le decía que Viviana y la muerte del director estaban estrechamente relacionadas. Las pesquisas realizadas durante esa mañana habían multiplicado las dificultades. Ya no se trataba sólo de localizar a una inconsolable mujer que, habiendo perdido a su pareja, decidía desaparecer una temporada. Ahora tenía una casa, la suya, en la que acontecían extraños sucesos y la muerte de un empleado de banca que había salido de la oficina que dirigía con unos papeles que ella tenía en su bolso, luego había llegado vivo hasta el domicilio de Viviana. Después…

Podría ser casual. Después le sobrevino un síncope y fin de la historia en lo que a él se refiere. Pasa todos los días… No en este caso, Sonsoles estaba convencida de que algo había ocurrido en esa casa. Miró el reloj… Aún tenía tiempo para acudir al Instituto Anatómico Forense y acceder al informe del examen post-mortem del antiguo director. Con un poco de suerte, puede que hubiera sido llevada a cabo por un viejo amigo…



VII


La secretaria tenía un celo demasiado estricto en lo referido a la custodia de los informes de las autopsias. Sonsoles no quiso abusar de su “alter ego” de la Policía Judicial… Ya lo había utilizado en la sucursal bancaria, además conocía personalmente a casi todos los forenses y al resto de los empleados, no tenía sentido presentarse a una administrativa con una identidad “inexacta” para acabar charlando con sus compañeros sobre los viejos tiempos. Sería demasiado llamativo. Le constaba que el personal administrativo se complacía en prestar atención disimuladamente a las conversaciones “tangenciales”, aunque no tuvieran nada que ver con su actividad. “Una manera de escabullirse de la rutina”, pensó…

- Esa necropsia la practicó el doctor Allende… El informe es este… - La empleada mostró la carpetilla - Pero creo que antes debería hablar con el doctor. Una condición mínima para su petición, comprenda que se sale del protocolo, no es habitual venir y pedir así como así el informe de una necropsia, señora.
- Conozco al doctor, será un placer saludarle si está por aquí – replicó Sonsoles satisfecha mientras pensaba lo duro que era pasar de “agente Pereda” a “señora”, entendía que “detective privado” era muy largo – Si es tan amable de avisarle que estoy aquí o decirme cuando puede estar disponible…
- No, está en el edificio… Creo que le puedo localizar, aguarde un momento…

La administrativa marcó el número de una extensión. Habló con él. Su reacción fue la que esperaba, no pudo oír su contestación pero debió de ser algo así como “voy allí ahora mismo”…

- El doctor Allende dice que la espere unos instantes…

La detective sólo sonrió como contestación al tiempo que el médico salía a recibirla. Hacía bastantes años que le conocía, un experto facultativo, avejentado seguramente por los tristes espectáculos que había tenido que soportar, protegiendo sus ojos tras unas gafas pero desamparando el corazón y aun el alma. Hay labores que no están pagadas ni valoradas. Se saludaron como los dos amigos que ya eran al margen del vínculo profesional que les había llevado a conocerse. Se interesaron por las respectivas familias, por conocidos… El médico calló y retrocedió un paso, para asegurar...

- Han pasado muchos meses, pero sigues tan guapa como acostumbras… Y cada vez más joven; Oscar Wilde reescribiría “El retrato de Dorian Gray” y te convertiría en su protagonista si te hubiera conocido…
- Siempre tan adulador, Allende… Gracias, no nos veíamos desde…
- Aquel caso que te echó de la Policía (4). – Completó la frase sin entusiasmo - Ya te dije que tuvieses cuidado. Lo siento, cuando me lo comunicó tu compañero Alberto apenas podía darle crédito. No te llamé porque supuse que no querías hurgar en la herida…
- Bueno, lo que no mata, engorda. – Señaló con fastidio. - La vida sigue…
- Ya me contó mi amigo el profesor que fuiste a verle, - cambió de tema al intuir el disgusto de su interlocutora - debiste causarle muy buena impresión porque desde entonces le he ganado alguna partida…
- ¿No basta con los problemas que nos da la vida? – Fingió desinterés - ¿No tenemos ya la cabeza bastante caliente para además pensar en el dichoso ajedrez? – Recordó su pesadilla – Detesto ese juego…
- Precisamente. Eso nos ayuda a no pensar. Si la mente se puede quemar con algo, deja que juegue para que se enfríe. – Se rió del chascarrillo - No te pongas así, al cabo no es más que un pasatiempo… ¿Qué tal te va?
- Mejor de lo que imaginaba, peor de lo que me gustaría… Ya sabes que soy una mujer ambiciosa… Por cierto, quiero que charlemos acerca de ese asunto – apuntó con la mano a la carpetilla amarilla que tenía la empleada sobre la mesa - ¿Podríamos hablar sobre ello discretamente?
- Claro que sí. Ven, sígueme…

Cogió la documentación sin mirar siquiera a la empleada. Bajaron unas escaleras, recorrieron un pasillo que ella ya conocía de otras visitas. El doctor abrió una de las puertas que quedaban a su derecha y cedió el paso galantemente a la detective. Era una de las salas de examen post-mortem, el olor a desinfectante y lo impoluto que estaba todo indicaba que había sido limpiada hacía pocos minutos. Otra vez esa sensación de que se hallaba ante un decorado que ocultaba horrores sin cuento…

- Acabo de practicar una necropsia aquí… - Explicó como si hubiera escuchado su pensamiento – Un chico, casi un niño, cosido a puñaladas… podría ser uno de mis nietos. A veces creo que Dios siempre está mirando a otro lado.
- Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. – Sentenció Sonsoles – Aunque no le culpo.
- Ya hemos hablado muchas veces de esto, mi filosófica amiga, - esbozó una tenue sonrisa – y únicamente hemos sacado la “cabeza caliente”… y sin jugar al Ajedrez…
- Es una lástima que no se pueda fumar aquí, - asintió encajando la alusión e ignorando el nuevo chiste – Creo que estaría continuamente con un pitillo en la boca…
- Pues no deberías. También es cierto que “lo que no mata, engorda”… - Afirmó mientras se cambiaba las gafas para leer el informe. – Sí, eso es aplicable al tabaco… y a lo que tenemos que ver por aquí… Sí, - reiteró con los ojos paseando sobre el documento – sí, claro, ¿cómo olvidarlo?… Fue muy curioso, pero mis conclusiones no las puse en el informe, aunque dicen que “el papel lo aguanta todo”, este, en particular, no admite conjeturas ni corazonadas, solamente hechos probados y respaldados científicamente con datos… No todos tenemos la gallardía de enfrentarnos a una dimisión, como tú. – Pereda torció el gesto - Bien, antes que nada dime la razón por la que te interesa precisamente este suceso…
- Pues… La verdad es que es una “corazonada”. Estoy con un trabajo que me recuerda a un “decorado”… He estado… - Omitió los sucesos de la casa cuando iba a mencionarlos – He estado investigando y me he tropezado con un director de sucursal bancaria que se muere de repente. Una “corazonada”… ¿A qué te refieres cuando dices que fue “curioso”?
- Es interesante que hables de “decorados”… Sí, es extraño; es más fácil creer que demostrar… La causa de la defunción fue una parada cardiaca… con menos de cuarenta años, aunque todas las edades estén bajo el acecho de la muerte. Ninguna muestra de violencia, ni de envenenamiento, ni de consumo de sustancias estupefacientes, nada. Se murió porque le “tocaba”…
- ¿Pero?...
- Una frase que me dijo la jueza que levantó el cadáver y que tú acabas de utilizar. Ella dijo que estaba al volante de su coche, perfectamente estacionado, todo en su sitio, tanto que nadie vio nada, como si hubiera sido “decorado a conciencia”. Le encontraron a las nueve y cuarto de la noche del 15 de octubre pasado. La muerte debió sorprenderle entre las dos en punto y las dos y media de la tarde de esa jornada. Lejos de la ruta que tendría que haber seguido. Pero la muerte fue natural. Pudo haberse sentido mal y dar una vuelta para despejarse. Sí, pudo. Las llaves no estaban puestas en el contacto, sino en el bolsillo del pantalón. Pudo quitarlas y guardarlas mientras veía si se reponía. Sí, pudo… pero nadie hace eso cuando está en medio de ningún sitio y ha de regresar a su puesto de trabajo. Tampoco había comido. Pudo sentirse indispuesto, puestos a escoger entre comer y tomar el aire, eligió lo segundo. Sí, pudo, sólo que entonces no se entiende que dejase plantado a un conocido con el que había quedado en un restaurante, cercano a su sucursal, a las tres de la tarde.
- Nada se sale de lo posible, Allende. Es lógico…
- ¿Lógico? Te encuentras mal, coges el coche, te vas a la otra punta de Madrid sin causa que lo justifique, aparcas, te guardas las llaves en el bolsillo sabiendo que tienes una cita en menos de una hora, un día tormentoso, como estos, pero de octubre, con lo que eso significa traducido a tráfico urbano… No acudes a Urgencias, ni pides ayuda por el móvil; no; vas en automóvil, estacionas perfectamente lejos de donde se espera que deberías estar, te guardas las llaves en el bolsillo, te quedas sentado tranquilamente y te mueres.
- Puede que no se sintiese mal, que no tuviese ningún síntoma.
- Eso declararon en su oficina. Todo normal. Incluso el difunto alardeó de su “salud de hierro” con un jubilado que venía de vacunarse contra la gripe. Se le paró el corazón y punto. Puedo entenderlo, el mundo se descose inexorablemente, ¿quién va a investigar lo más vulgar, que es morirse?
- Todo esto es un “entrante” – Repuso la ex - policía mientras escrutaba el rostro del médico – Hay más detalles que no se pueden explicar pero que fueron enmudecidos ante la lógica apabullante de una “muerte súbita”… ¿Verdad?
- Mira, la frontera entre la Vida y la Muerte es muy resbaladiza porque no están enfrentadas sino que se complementan, como las dos caras de una moneda, un antagonismo ficticio porque ambas “son” la moneda. Cruzas una calle sin mirar y te atropella un camión, o te cercioras antes de pisar la calzada y te detienes: pequeños gestos que te mantienen con vida. Enfermas y acudes al médico, o no le das importancia y cuando quieres darte cuenta ya estás al Otro Lado. Cara o Cruz, Vida o Muerte. Nos morimos por infinidad de afecciones, sin contar que te van minando los pequeños disgustos cotidianos, una erosión callada pero continua, como las olas que golpean un acantilado. Hoy, en la actualidad, gracias a la Ciencia, somos capaces de averiguar la causa “mecánica” que origina la Muerte. Pero nada más. No tenemos modo de explicar lo que rodea ese acontecimiento, ni lo que pasa después si creemos que algo trasciende el punto final que pone un corazón inanimado. Si es debido a un cáncer podemos decir que hubo “predisposición genética”, o “exposición continuada a un agente cancerígeno”, pero eso son manotazos en la oscuridad; lo obvio, la perogrullada, es decir “se ha muerto porque se le ha parado el corazón”… Pero yendo “más allá” – sonrió por la ocurrencia – la cuestión fundamental es, ¿por qué se le ha parado?

Sonsoles estaba escuchando atentamente cada una de las palabras, sumida en sus reflexiones, en sus propios y dolorosos recuerdos… Tras la pausa, el forense prosiguió…

- Pues no lo sabemos, y ello tiene tanta importancia como el culpable “científicamente demostrado” del fallecimiento. No tenemos modo de prever o explicar algunas “muertes súbitas”. Una diminuta lesión cardíaca, imperceptible con los actuales medios de prevención y diagnóstico; o el acoso de las circunstancias en las que se vive y que mantienen el corazón “en un puño” hasta reventarlo, fíjate que los dichos populares son muy sabios… Una impresión muy fuerte, un susto… En este caso lo calificamos como “Síndrome de muerte súbita arritmogénica”, y al día de hoy no se puede definir basándonos en la casuística. No hay denominador común entre los afectados, es como una lotería, no hay criterio. Puro azar.
- Bien, - dijo la detective – Todo eso me ha quedado claro. Ahora quiero que me digas, “extraoficialmente” tu opinión que, por supuesto, tú nunca me habrás dicho.
- Me gustan los juegos de palabras, como a tu querido profesor, – le guiñó un ojo con picardía – decirte algo en una conversación que no existe…
- No estoy para frivolidades, Allende. – Atajó molesta – No sé a qué te refieres pero no me gusta tu tono, sólo le he visto una vez.
- Quizás deberías verle más… este diálogo es un magnífico pretexto, ve a hablar con el, en serio, no te preocupes, tienes dos hijos creciditos ya y estás con remilgos de colegiala... - Se rió del enojado gesto de su interlocutora – De acuerdo, mensaje recibido, “no hay distracciones que valgan cuando Pereda está trabajando…” Vale, - cerró la carpetilla y se cruzó de brazos – el finado murió inmediatamente después de eyacular…
- ¿Cómo? – Preguntó incrédula - ¿Qué estás diciendo?
- Lo que oyes. Ya son muchos años en este oficio de destripar cadáveres para que te cuenten, como acertijo, el motivo de su muerte, y he visto demasiado. Lo último que hizo el difunto fue eso precisamente, había sido limpiado y adecentado deliberadamente. Pero no se puede decir que ese acto sexual le matara, por lo que decidí evitar sufrimientos adicionales a los familiares, particularmente a la esposa. Sin asesinato no puede haber asesino y la verdad puede ser dañina para los que se quedan. A veces es mejor un buen recuerdo falso que un mal presente cierto…
- Creo que tendrías que haberlo reflejado. Es muy irregular lo que has hecho… - Le reprochó – Estamos ante un posible crimen y…
- No. Rotundamente, no. – Le cortó el médico – Nada avala la tesis de la comisión de un asesinato. No había ni un solo traumatismo, ni la más leve marca del beso más fogoso, no hubo el menor forcejeo, ni asomo de resistencia; el análisis toxicológico dio negativo, lo volvimos a repetir, con idéntico resultado. Simplemente se murió tras culminar el acto sexual, es probable que la persona que estuviese con él se asustase e improvisase un “decorado” para que el tema siguiese un curso “normal”, sin escándalos ni preguntas embarazosas, sin viudas humilladas y sin compañías de seguros buscando evasivas para eludir sus obligaciones… Una buena suposición. Créeme, si hubiera tenido el menor indicio de que se trata de un crimen no me habría temblado la mano para descubrirlo… pero no hay nada, nada que se sostenga por medio de la racionalidad.
- Sí, ya lo sé… - Reconoció la detective con ánimo conciliador, repentinamente reparó en su última frase - ¿Has dicho que “nada que se sostenga por medio de la racionalidad”? ¿Qué estás insinuando?
- Ya te he comentado que este “papel” no tolera conjeturas o sospechas… Cuando uno llega a cierta edad sus colegas te conceden un conocimiento casi mágico… Algunos lo llaman “experiencia”. La cuestión es que ahora me invitan a ponencias y a congresos, no sé el porqué, son eventos en los que ni siquiera me imaginaba en mi juventud pero que son más “descansados” y respetables, sí, también más “asépticos”… – A Sonsoles se le escapó la risa – No, no te rías que hay por aquí una ex – policía intratable con alergia a los chistes, al ajedrez y a los alcahuetes… - Rieron los dos – Todo un triunfo escuchar el sonido de tu risa... En fin, lo que te iba a decir… He tenido ocasión de hablar con muchos de ellos sobre esta cuestión, y ninguno acertaba a recordar semejanzas en sus necropsias, salvo dos de ellos, que se han encontrado con cadáveres que ofrecían la misma interrogante que este, no una vez como yo sino varias veces en los últimos meses… Un colega ejerce en Nueva York y el otro es de Los Ángeles… Y por el semblante que has puesto, diría que no te parece casualidad…

La detective Pereda pensó que estaba harta de casos originales

- No, no me lo parece. ¿Qué características tenían los cadáveres que examinaron? ¿Desde cuando?
- Desde mediados de octubre pasado. Todos eran varones, entre veinte y cincuenta años, buena salud, vigorosos, sin antecedentes por cardiopatías… Y sin nada que les relacionase entre ellos. Salvo la causa “natural” de la muerte y los restos de fluidos que delataban el acto sexual pre-mortem… En algunos casos lo destacaron, en otros prefirieron actuar como yo, llamémoslo “tacto profesional”. Todos los casos, no tratándose de crímenes, fueron archivados.
- ¿Todos? Pero, ¿de cuántos estamos hablando?
- De una epidemia silenciosa. “Silenciosa” porque no cabe hablar de “epidemia”, y los medios de comunicación sólo acuden si salpica la sangre y es truculento: No hay violencia, ni agente infecto-contagioso identificado, ni la más tenue toxina. Ni rastro de nada. Si fuese un veneno, sería el más perfecto, pero el cuerpo lo delataría de una manera u otra, todas las muestras estaban “limpias” de elementos sospechosos. Nada, pero nada de nada. A excepción de los ciento cuarenta y siete muertos, en total… porque les “tocaba” a falta de una causa para explicar que se hayan ido por la posta. Es posible que la cifra se haya incrementado, es de hace cuatro semanas…

La antigua agente de Policía contuvo el aliento y se acarició el cabello con la mano, como si quisiera quitarse alguna idea de la cabeza. Agradeció la información sinceramente, bastante más completa que la ofrecida por el desvirtuado informe, y se despidieron con el afecto de dos viejos amigos. No podía ser de otra forma, el horror suele forjar amistades inquebrantables.

Se dirigió a su domicilio, había sido una mañana agotadora, quería pensar con calma, aún quedaban unas horas hasta que llegasen sus hijos… Acaso se tomaría un baño, hacía tanto bochorno… Junio empujaba ansioso las horas para comenzar esa misma noche y ella se sentía muy cansada. Le habían encargado buscar a una mujer, posiblemente trastornada después de perder a su pareja, y ahora se hallaba ante un largo rosario de muertes que, sin saber muy bien la razón, deducía conectadas entre sí a través de Viviana.

“Viviana”. Un nombre especial y bonito, sugerente por su parecido fonético a “vivir”, a “viva” y a “vida”. Le parecía sarcástico que alguien llamado de esa manera se hubiera convertido en emisario de la Muerte… Sin embargo, ¿cómo? ¿Una asesina que mata haciendo el amor? Le vino a la mente un documental que había visto sobre las Mantis Religiosas… ¿De qué modo podría una mujer deshacerse de tantos cadáveres sin suscitar el menor recelo de la Policía y de los médicos forenses?

Aquel anochecer descargó otra fuerte tormenta. Sus hijos habían quedado con unos amigos para ir a un centro comercial cercano, estaba sola en su domicilio y se fue la luz. Recordó lo sucedido por la mañana, durante la visita a la casa de Viviana. La capacidad que tiene la Lógica para intentar agarrarse al clavo ardiendo que son las explicaciones más inverosímiles ante hechos que desafían la cordura, se había agotado. Se acordó de Aurora, de sus reiteradas y angustiosas pesadillas… y le pareció que nunca, jamás, había estado tan sola.

O quizás sí… Ella, en pie, de luto riguroso, frente a una enorme vidriera ovalada, tan transparente que parecía no existir… Al otro lado del cristal, el cadáver amortajado de su difunto esposo en su abierto féretro, aguardando serenamente una Resurrección que no sabría si llegaría… Sola, velándole en la madrugada del frío día en que le dieron sepultura. Sola… como una triste reina en un tablero de ajedrez, rodeado de piezas enemigas.

Las gotas de la lluvia se estrellaban furiosamente contra la luna de la ventana, como si quisieran entrar a la fuerza. El latigazo luminoso de un relámpago azotando el firmamento; perezosa, con desgana, la barahúnda creciente de los truenos…

Y durante el fugaz resplandor que desgarra la penumbra, con claridad, sin lugar a dudas, Sonsoles ve el negro destello de la cruel mirada de Aurora…


  
VIII


El esplendor de la luz matinal no era tan poderoso. Por lo menos no lo suficiente para disipar las brumas que la tarde y la noche anterior habían depositado en su espíritu. Un día de esos en los que habría cerrado los ojos para despertarse siendo otra persona. O casi mejor, siendo nada. Una nada sin conciencia doliente, sin los hirientes recuerdos de un pasado que fue feliz. Pero los hijos son el látigo que la Vida emplea para que sigamos arrastrando esos ciclópeos sillares que son los días que vivimos hasta su sitio en el olvido. Nuestra existencia es un inmenso zigurat invisible que no le importa a nadie. Somos prisioneros de nuestra particular versión de la angustia.

Se hubiera quedado en la cama, degustando ese embotado adormecimiento que causa la pena. No le dejó su maternal disciplina, y cumplió con la rutina cotidiana de acompañar a sus hijos, ya cercanas sus vacaciones escolares. Pensó que, a menudo, una hace por sus hijos lo que ya no haría por sí misma. Llegó a la conclusión de que se tomaría la jornada libre. Lo necesitaba imperiosamente después de lo vivido el día anterior, de sufrir la puntual e invariable pesadilla y del mal sueño que se iniciaba al despertar. Al fin y al cabo, también trabajaba los fines de semana que fueran menester, así que ello no agravaría la ruina de Occidente. ¿Y Viviana?

Viviana se había marchado. Es una solución si logras desprenderte del desconsuelo. Lo malo es que este, como fiel perrito, corre detrás de su dueña. Viviana no se iba a alejar más porque ella hiciese un alto. Sospechaba que estaba tan distante que nadie podría alcanzarla ya. Ni siquiera su madre. Puede que ella menos que nadie porque nos recuerda lo que dejamos de ser para siempre.

Hacía tiempo que no iba a verle. Un asomo de culpabilidad. No quería llevar a sus hijos, como si esa actitud les apartase de las garras de la muerte. Como si evitar el cementerio en el que estaba su padre fuera la fórmula magistral que les otorgase la Inmortalidad. Los chicos tampoco insistían. Preferían comportarse como si se hallase de viaje; manteniendo un incómodo silencio, una constante elipsis, sobre la lacerante realidad: Su padre había muerto, la Vida no se casa con nadie, y en algún momento, lejano o no, ellos también zarparían en esa incierta singladura.

Sin embargo, esa radiante mañana decidió ir. Quizás no era lo más indicado teniendo en cuenta su estado de ánimo, aunque tampoco creía que pudiera empeorar. Es más, deseaba ir. No es extraño que los difuntos den mayor compañía que los vivos en ocasiones muy específicas. Los ancianos lo saben muy bien. Eso sin mencionar que muchos de esos vivientes deambulan como fantasmas durante su existencia. Puede que se trate de un rodaje inconsciente. Sonsoles se pregunta a menudo sobre este exótico paréntesis en la Eternidad que denominamos “vida”…

No tardó en llegar. Evitó las calles y avenidas más atascadas por el exceso de tráfico, poco a poco se cruzaba con menos vehículos. Hay un temor inconsciente a acercarse siquiera a los camposantos. Se apeó del coche y miró a su alrededor… Pensó que estaba en una infinita biblioteca al aire libre, bajo el sol de una mañana primaveral, y cada nicho era un estante conteniendo un libro con una historia que narrar… a quien quisiese escuchar.

Extrajo un pañuelo de su bolso para restañar las lágrimas que afloraban en sus ojos, empujadas por el ahogado sollozo que le subía desde el pecho. La sepultura de su marido no recibía muchas visitas. Era evidente que la Parca condena a la soledad por igual a vivos y a muertos. Quitó las flores secas y limpió la lápida con diligencia. Recordó cuando le estaba amortajando, es curioso como funcionan los mecanismos de la memoria y los paralelismos que establecen de manera espontánea construyendo metáforas con circunstancias del pasado. Oyó un chasquido a su espalda. Se giró. No había nadie. Acaso el gemido agradecido de alguna rama mecida por la brisa de esa espectacular mañana. Continuó. Abrillantó las letras de su nombre. Entonces le vinieron a la memoria las divertidas polémicas que mantuvo con él a cuenta de los que barajaban para bautizar a sus hijos. Una sonrisa inundó de luz su rostro.

Ahora no tenía duda. Alguien la estaba observando. Se volvió bruscamente, entre asustada y desafiante. Se sintió aliviada cuando comprobó que se trataba del profesor (2).

- Buenos días, no pretendía asustarla. – Se excusó. – Simplemente no estaba seguro de que se tratase de usted, a medida que me acercaba lo iba confirmando, pero no he tenido la certeza hasta ahora, cuando se ha dado la vuelta.
- Buenos días. – Disimuló su turbación. – Supongo que es difícil reconocer a alguien por la espalda, no tiene importancia. Un lugar tan solitario… No esperaba encontrarme con nadie, sólo es eso.
- Lo mismo me ha sucedido a mí. Casi nunca me encuentro con nadie, uno siempre alberga la duda de que no sea un difunto… Y mucho menos aún que sea conocido. – Sonrió - Un inesperado placer, sin duda…
- Gracias, lo mismo le digo – Verdaderamente le alegraba que estuviera allí, con ese sutil sentido del humor. - ¿Viene mucho por aquí? ¿Tiene algún familiar enterrado?
- Este, particularmente, no lo visito con frecuencia, no tengo a nadie aquí. Doble casualidad. Cuando mis clases siguen un orden propio y dejan “saltos” entre sí, visito alguno para pasear… Me sirve para despejar la mente. Y no, - añadió sin permitir que le contestase – no vengo a “coger sitio”…
- ¡Qué ocurrencia! – Festejó con risas la humorada aunque se detuvo en seco: No era lugar para celebrar un chiste – Me parece curioso… Intrigante, que haya alguien que se sienta bien acompañado por los que se han ido.
- Esa es una buena frase. Me gustan los juegos de palabras. “Acompañado por ausentes”… Conceptos contradictorios. No es tan raro si se piensa bien. Los vivos suelen molestar. Pruebe a pasear por el Retiro… Un incomparable parque, pero estará tan pendiente de que no le quiten el bolso que apenas podrá disfrutarlo. Eso sin citar la reiterada tendencia humana a empeorar el silencio con gritos u otros sonidos de discutible gusto. Aquí no hay nada de eso. En realidad no hay nadie, ya lo ve. Es como un parque en silencio. Y si no le asustan las multitudes, “vivas” en apariencia, no le debería de asustar una multitud de cadáveres, sin fingimiento, ordenados y ocultos, que únicamente aguardan su resurrección, si es creyente… ¿Era un familiar?

La pregunta  le devolvió al dolor.

- Sí. – Respondió con un hilo de voz.- Era mi marido.
- Lo siento. – Replicó el profesor con gesto serio. – Le ruego que acepte mis disculpas por usar un tono “desenfadado”. Tenía que haber caído en la cuenta.
- No, no pasa nada. Usted no lo sabía y ya está… Además ya hace tiempo.
- Los dos sabemos que el tiempo no cura algunas heridas, sólo hace que nos acostumbremos a ellas. Lamento haberla importunado, creo que será mejor que la deje a solas…
- ¡No!… - La detective se sorprendió por lo fulminante de su reacción. – Por favor, si no tiene prisa, quédese…Yo ya he terminado, me agradaría charlar con usted, si no tiene inconveniente.

El profesor asintió y empezaron a caminar. Ella se interesó por la materia de sus clases, y dieron comienzo a un nuevo diálogo. Pasearon largo rato, que a Sonsoles se le hizo extremadamente breve. Se percató de que él eludía claramente referirse al asunto del asesinato del librero y su dimisión como policía.

- Puede preguntarme lo que quiera, profesor. – Afirmó tras unos segundos de silencio. - Creo que, por educación, no aborda la cuestión que me llevó a consultarle. Y si no lo hace, es porque el doctor Allende le ha debido de informar…
- Sí. – Corroboró con rotundidad. – Últimamente conversa mucho cuando jugamos al Ajedrez, lo que le ayuda a tener mejor fortuna – Ironizó – El muy ladino ha hablado de usted en alguna ocasión para arruinar mi estrategia, no puede ser de otro modo con una mujer tan guapa como usted. – Coqueteó, se percató del rubor de Sonsoles y mudó el tono para aseverar… - Le aseguro que siento haber acertado con mi pronóstico…
- No sabe hasta que punto fue atinado. Lo que me ocurrió fue… increíble. Una pesadilla. Allende sólo conoce las consecuencias, no la razón exacta. –  Ignoraba el porqué, pero hablar con él le infundía serenidad, no se sentía juzgada. - Ayer viví otra, con un caso que he aceptado. No lo creería.
- Y usted no creería lo que se llega a creer. – Bromeó. – Ya le he dicho que me fascinan los juegos de palabras. – Consultó su reloj – Todavía me queda tiempo. Empiece por el principio. Las historias tienen el vicio de comenzar por ese extremo…

Sonsoles saludó la obviedad con una espontánea sonrisa… Después de suspirar, como si apenas soportase el esfuerzo, le relató lo sucedido, tal como lo había vivido, sin ahorrarse los detalles. Inconscientemente unió el desenlace del caso del librero con las reiteradas pesadillas que padecía y con el asunto en el que estaba trabajando. Lo narró como si fueran partes de un todo, y sólo reparó en ello cuando el profesor le preguntó…

- Está convencida de que todo eso tiene un nexo que lo vincula. ¿Por qué lo contempla de ese modo?
- Intuición... – Acertó a contestar, absolutamente perpleja. – No tengo nada que lo respalde, pero estoy segura de que están relacionados…
- Recuerdo cuando acudió a consultarme… Ha variado su discurso. – Percibió el gesto de disgusto de Sonsoles. – No se lo digo como reproche. Antes se basaba en pruebas, en evidencias. Rechazaba todo lo que no pudiera argumentarse racionalmente. Ahora me confiesa que tiene un pálpito, una razón que explicaría la desaparición de una mujer… Viviana me ha dicho que se llama, ¿no?
- Sí, ese es su nombre.
- Un nombre llamativo… pero sigue sin saber la causa que ha obligado a esa señorita a… “tomarse sus distancias”, vamos a denominarlo así. Para averiguarlo deberá hallarla. Y para hallarla deberá empezar por el principio de toda esta cuestión, la que le han encargado en particular. Olvídese de que ella está, presumiblemente, en los Estados Unidos. Viajar hasta allí siguiendo un reguero de cadáveres masculinos… – La detective hizo ademán de hablar. – Permítame concluir, por favor… Seguir ese reguero no la va a llevar a su objetivo, al contrario, es posible que nunca la alcance si es que verdaderamente se trata de Viviana. Usted es muy inteligente, piense… ¿Qué desencadenó todo esto?
- La muerte de su pareja, ciertamente…
- Una muerte trágica. Se amaban… Él muere, ella cambia. ¿Sabe una cosa? Me irrita confesarlo, pero a menudo, la única manera en que se puede hacer algo es esperando.
- No le entiendo, - sacudió su cabeza como negando - ¿qué quiere decir exactamente?
- Lo que ya intuye. ¿Por qué ha venido usted aquí hoy? Porque amaba a su marido. Puede que se demore… o puede que lo haga todos los días. Seguramente tendrá un término medio, todavía está reciente la pérdida. Un cambio tan radical como el que ha contado, una conducta tan anómala… Y todo absolutamente asociado a la muerte de una persona: El hombre que ella quería. Es muy fácil, Sonsoles. Localice su tumba y vigílela. Ella aparecerá.
- ¿Y va a venir desde Estados Unidos sólo por eso? Incluso puede que tenga otra pareja…
- Si tuviese otra pareja habría empezado a poner en orden sus cuestiones pendientes, es lo que se hace cuando se entierra el pasado. Uno acaba una página, la pasa e inicia otra. Borrón y cuenta nueva. Sin asignaturas pendientes. Ella sigue anclada en el día después. Ha roto con su familia, con su madre, por motivos que no sabemos. Pero no con el hombre con el que estaba construyendo una vida en común. Aparecerá…

La sugerencia tenía sentido. No se le había ocurrido ir a ver la sepultura de la pareja de Viviana. Pensó que no perdía nada por echarle un vistazo, pero mantenía sus reservas sobre el enfoque del profesor. Si Aurora estaba cerca, cualquier posibilidad era viable.

- No sé, - titubeó la detective - no termino de verlo claro…
- Dicen que la duda sustenta el conocimiento. Le propongo algo, una apuesta: Si Viviana visita la tumba, la invito a cenar… Y si no lo hace, la invitaré a comer… ¿Qué le parece?

Los labios de ella se convirtieron en rosado valle para acoger una franca sonrisa, tan luminosa como aquella mañana, heraldo del estío…

- Que acepto encantada… Con una condición: Prohibido mencionar el Ajedrez.



IX


El casual encuentro con el profesor tuvo efectos balsámicos sobre su ánimo. Llegó a la conclusión de que no tenía nada que perder por observar esa sepultura. Es más, tenía el presagio de que la visita aportaría detalles nuevos a la búsqueda, aunque desconocía el modo en que se le presentarían.

Pero no ese día. Fue a buscar a sus hijos y comió con ellos. Un improvisado día de fiesta en el que los tres procuraron no mirar el asiento vacío que presidía su mesa. Por la tarde se encerró en su despacho, examinando la información que Alberto, su contacto en la Policía, antiguo compañero, le había enviado. Al parecer, su intuición seguía siendo un valor indispensable. “Mantis”. Algunas sociedades de filiación luciferina estaban muy alborotadas porque una tal “Mantis” estaba sirviendo a su señor con una eficacia que iba más allá de la diligencia funcionarial. No se aclaraban los “trabajos”, simplemente llegaba el rumor de que se disputaban el “honor” de recibirla en sus discretas sedes. Y las redes sociales donde se movían estos elementos eran un hervidero de dimes y diretes inconcretos en lo particular, pero relevantes en lo general: “Mantis” era una mujer, española de nacionalidad, que renuente a retratarse (dada la ausencia absoluta de fotografías suyas en Internet), usaba en su lugar la imagen de una rosa negra; y que disfrutaba de los equívocos títulos de “Aurorae Unxita” (5) y “Grande Dame du la Souveraineté du Babylone” o “Magna Domina Regnii Babylonys” (6). Ninguna referencia a su nombre real. La consideraban un anuncio de que el “Nuevo Orden Mundial” era irreversible. Aunque para llegar a ese razonamiento no había más que informarse de lo que estaba ocurriendo en el mundo...

No pasó por alto el hecho de que apareciesen por el texto los términos “Mantis” y “Aurorae”, aunque fuesen un apodo o nombre de guerra y un presunto nombre común. Presunto porque estaba convencida de que se refería a alguien y no al “alba”, por mucho que esa palabra se usase con profusión en los círculos que adoraban a Lucifer y celebraban la inminente aparición del Anticristo. Una de cuyas damas de honor era esa misteriosa “Mantis” que se figuraba como una rosa prieta.

¿Y si el nombre viniese dado por su actividad y no fuera el capricho de una  extravagante pandilla de ociosos multimillonarios?

No, no quería que fuera posible. Pero lo era. Sí. Ella misma había tenido una conversación con alguien cuya naturaleza estaba al margen de la Creación. Había oído hablar de desapariciones de niños, que luego eran sacrificados en terroríficas y macabras ceremonias; de jóvenes vírgenes que eran entregadas al demonio. Escapaba al menor análisis lógico, pero estaba pasando desde tiempos inmemoriales. No era capaz de imaginar tanta maldad. Sin embargo, en el fondo de su corazón, sabía muy bien que sí, que era verdad. Pasa a menudo que la Verdad es tan espantosa que es preferible no darse por enterado. Y eso es lo que siempre buscaba el Mal, enmascarándose de Luz y de Verdad, para suplantar en la confusión de una época desquiciada, a la auténtica Luz y a la única Verdad.

Había acudido a diversas páginas web para contrastar las estadísticas de hombres adultos víctimas de muerte súbita, con algún rasgo que insinuase actividad sexual previa. Era sumamente curioso que sus fallecimientos se atribuían a los malos hábitos cotidianos, tabaquismo, obesidad, vida sedentaria, como el clavo ardiendo al que se quería asir esa racionalidad que se había embarcado en la imposible misión de explicarlo todo... para encallar finalmente sin llegar al fondo de nada, como un exorcismo fracasado en el que los demonios se ríen a carcajadas de un sacerdote que ha perdido la fe en su propio rito. La Ciencia describía, a menudo acertaba, pero existía toda una realidad a la que ni siquiera se arrimaba... Por miedo.

Porque la Ciencia era el Hombre. Ese mismo hombre asustado en el fondo de su cueva, escuchando la ensordecedora y cegadora letanía de truenos y relámpagos; los adolescentes que pintaban los animales que cazaban sus padres, para armarse del valor que les haría falta cuando les tocase a ellos procurar alimentos a los suyos; esa mujer que veía desfilar a sus pequeños camino del Infinito, echando por tierra los desvelos e ilusiones de la gestación y los tremendos dolores que sufría cuando paría; la mirada del niño que ve como se matan sus mayores mientras busca un “¿por qué?” en su limitado y luminoso mundo infantil, siempre acechado por monstruos indefinidos e informes que se esconden en las tinieblas de las largas y frías noches de invierno, bien debajo de su cama o al otro lado de la chirriante puerta de su armario...

Realmente, había una fuerza que movía el mundo. Era el terror.


Sonsoles creía tener todas las piezas. No sabía su orden exacto ni su composición, pero su instinto le susurraba que tenía todo ante sí. Ignoraba la procedencia del dinero, pero eso era lo de menos porque estaba segura de la conexión entre Aurora y Viviana. Por un momento pensó que, quizás, se estaba obsesionando con ella. Luego recordó lo que había vivido en el domicilio de Viviana. No, su intuición no le fallaba. Sabía que Aurora tenía que ver con ese cúmulo de factores que confluían en la misma dirección.

A primera hora de la mañana, antes de que el sol arrastrase su manto de bochorno con mayor intensidad, acudió a la sepultura de la pareja de Viviana. No le supuso mucha fatiga hallarla, un nicho más en un mar de nichos, impersonales, los más iguales de una sociedad que se empeñaba en agrandar la sima de desigualdades bajo la mentira de una igualdad que no existía. Al menos en vida.

Tenía flores frescas, blancas, amarillas, lilas, no estaba descuidada, alguien la atendía de cuando en cuando. Claro que también hay empresas que se dedican a ello. Si existe alguien dispuesto a pagar por algo, habrá alguien dispuesto a cobrar por hacerlo. Así que ese “alguien” no tenía porqué ser Viviana. Decidió buscar y preguntar al guarda del cementerio.

Esa tarea le costó un poco más. Quizás porque los vivos son más escurridizos que los difuntos. No obstante, dio con él. Era un hombre en la senda de su jubilación, en estos tiempos más presente que nunca la etimología del término (8), ya que pocos aguantan hasta el retiro, posiblemente de miseria y retrasado al máximo por esa mafia político-bancaria que ha enfangado Occidente. Sus vivos ojillos se empeñaban en ocultar esas cosas que tanto se temen y que él rumiaría en sus horas de soledad. Se podía decir, con un golpe de vista, que por ello podría  descabalgar de su soberbia a esa diosa llamada “Razón” y que tanto ponderó un hatajo de masones presuntuosos a mediados del siglo XVIII.

Le saludó con educación y le abordó por un asunto menor, sin interés. Le contestó reticente, seguramente por la falta de costumbre, hay labores cuyos protagonistas parecen invisibles debido a sus peculiaridades. Cuando  creyó que ya había roto el hielo, le preguntó por la tumba. Presumió que le costaría localizarla en una inmensidad de sepulturas, pero increíblemente no fue así. La identificó por su nombre, calló unos segundos y añadió...

- He asistido a tantos duelos que he perdido la cuenta, podrá imaginarlo. Uno se plantea el patrón que hay, el criterio, ¿sabe usted? Se entiende que nos marchemos los viejos, pero no los jóvenes, menos todavía los niños. El que me precedió en el puesto, en los duros años de la posguerra, me contaba que nunca se acostumbró a los “ataúdes blancos”, como los llamaba. Que no podía. Dios tendrá claro ese “criterio”, ese “guión”, ya dicen los curas que escribe recto sobre renglones torcidos, pero yo tampoco lo logro comprender, que Él me perdone después de más de cuarenta años haciendo esto. Quiero creer que todo cobrará sentido en el “otro barrio”... De él decían que era un chico joven, deportista y todo eso. Su mujer era muy guapa, hermosísima, nunca se olvida una belleza así, aunque tenía un “no-sé-qué” que... En fin, no me haga caso, – sonrió – sólo soy un viejo harto de tantos entierros.
- No, me gustaría saber su opinión de todo lo que vio ese día. - Extrajo con presteza la fotografía de ella que llevaba guardada y se la mostró para no perder el hilo de la conversación - ¿Es esta la mujer a la que se refiere?

El guarda cogió la imagen con reserva. Vaciló un poco al examinarla. Y contestó...

- Sí, pero ese día estaba muy distinta. Casi no aparenta ser la misma persona.  Será más antiguo este retrato... - “Nunca falta la lógica a la llamada de lo inexplicable”, se dijo para sí la detective. - Sí, sin duda, es ella, pero esa jornada habría sido capaz de resucitar a alguno de los inquilinos que hay por aquí si se lo hubiera propuesto. Parecía más una novia que una viuda. La única semejanza es que iba de luto. No era por su actitud, no... Era... no sé cómo decirlo, serán desvaríos míos.
- Insisto en que me lo diga con franqueza, su opinión me interesa, se lo ruego...

El hombre se rascó el mentón con fastidio, como si no quisiese relacionar algunos hechos entre ellos. Desvió la mirada a su derecha, suspiró largamente y repuso...

- Hay cuestiones a las que es mejor no dar vueltas. Vengo de un pueblo de la vieja Castilla, ya nadie vive allí... Tenemos muchas leyendas, pese a que quedemos pocos para contarlas, y como reza una de ellas diría que “en banquete buscaba bocado” (9). Es lo que más le cuadra. Creo que me entiende...
- Sí... – Afirmó pensativa, pasando a la cuestión capital. - ¿Ha vuelto a verla desde entonces? ¿Viene con frecuencia por aquí?
- Ni mucha ni poca. Yo no la he visto. Quienes vienen cada tres o cuatro semanas son sus padres. No están muy bien de salud, el golpe les ha hundido. Encajamos la desaparición de los padres porque es ley de vida, pero la de los hijos... Es otro cantar. Eso no lo supera nadie.

A Sonsoles le resultó curioso que emplease la palabra “desaparición”. Seguramente por esto la madre de Viviana rechazaba resignarse a que su hija “desapareciese” de su escenario vital, el de los suyos. Sus familiares, amigos, su trabajo...

- No obstante... – Siguió hablando, como si estuviese socavando su recelo de comentar más detalles... – Un anochecer... Fue extraño, el último Viernes Santo. Por lo general los visitantes son muy cuidadosos con el horario de cierre porque a nadie le gusta quedarse encerrado de noche en un sitio como este. Aún así siempre hago una ronda para guiar a despistados y espantar a gamberros.  Me conozco esto como la palma de mi mano... Comprenderá que aquí la gente no se cambia de sitio, por lo que he terminado memorizando cada baldosa, cada epitafio... – Esbozó una media sonrisa. – Me fijé en que su lápida apenas conservaba un ramito de flores secas. No presté más atención, es muy normal. Bajé la explanada, por allí mismo, – indicó con el brazo la dirección – sin cruzarme con nadie. Cerré el portalón y volví sobre mis pasos para ir a mi casita, la que está ahí, – señaló una sobria y vetusta vivienda de una planta, intramuros junto a la tapia del camposanto – no pasarían más de diez minutos, ya no camino con rapidez, cierto, tampoco fue más. A esas horas el crepúsculo ofrece sombras muy caprichosas, pero aquello no era una de ellas. Alguien reemplazó las flores secas por una rosa que nunca había visto, que ni siquiera sabía que podía darse. Era negra, brillante. Y grande, con multitud de espinas por todo su tallo.
- ¿Qué pasó con ella? – Pereda interrogó conteniendo su inquietud por la irrupción de la flor en el caso. – Siendo tan especial, ¿no la ha conservado?
- No. Sus padres estuvieron preguntándose entre ellos quién pudo haberla traído. Descartaron a la chica porque no estaba en España, según les oí. No les gustó, pero la dejaron. Sí que sentí esa tentación porque no se estropeaba. Estuvo hasta la semana pasada, el martes ya se había esfumado, igual que apareció, pues nadie había entrado todavía aquí... Llegué a tocar sus pétalos, por si acaso era artificial, ya sabe, una de esas que son muy caras y casi no se distinguen, pero no, tenía un tacto suave y el perfume... era distinto. No olía como las demás rosas.
- ¿A qué olía pues?
- Su aroma se percibía a varios metros a la redonda, hasta el último día. De hecho, advertí que ya no estaba por ese motivo. Mi olfato no conoce nada que se le pueda comparar. No era desagradable, tampoco te transmitía buenas sensaciones. Ni siquiera sé que ponerle de ejemplo. Por la mañana era muy pegadizo, como si te abrazase, como si el sol te entrase por la nariz, te abrumaba. A mediodía se diluía un poco, como si se hiciese “húmedo”, por la tarde se volvía “salino”... por la noche...
- ¿Sí? – Terció para que no interrumpiera la descripción - ¿Por la noche?...
- Lo más similar que puedo sugerirle es la sangre. A óxido, a metal. Sí, a sangre. Probablemente le han sangrado las fosas nasales en alguna ocasión. Pues semejante a eso. Atraía a muchos insectos, que acababan muertos en el suelo. Todas las mañanas dale que dale con la dichosa escoba. Hasta que la semana pasada se desvaneció. La verdad es que era impresionante.

Sonsoles albergaba escasas dudas. Por no decir ninguna. Viviana era “Mantis”, y ese mote la relacionaba directamente con la callada epidemia que estaba cobrándose la vida de cientos de varones. Verdaderamente se trataba de pruebas circunstanciales, ningún tribunal las aceptaría y tampoco era el objetivo de su trabajo, mucho más sencillo que reunir evidencias contra una presunta asesina. Deslizó un billete a su interlocutor como agradecimiento al tiempo que le rogó que no charlase con nadie sobre su conversación y sobre su presencia por allí en días sucesivos. El viejo se lo guardó en un bolsillo de su raído chaleco sin decir nada más que un ligero asentimiento como conformidad.

El cielo era una blanca y pesada manta que se extendía por doquiera que se mirase, agobiando y ahogando con su luminosidad y calor cualquier idea que no corriera a refugiarse cerca de un aparato de aire acondicionado.



X


Llevaba bastantes días apostada frente a la entrada del cementerio. No tenía ninguna otra, su antiguo diseño favorecía la vigilancia. Se accedía y se salía por el mismo sitio. Se guarecía del bochorno en el coche, fumando demasiado, gastando combustible mientras la climatización funcionaba a tope y oía música. Andaban las horas, unas tras otras en disciplinada procesión hacia la Eternidad. Algunas veces estiraba las piernas por las callejuelas de la necrópolis, echando azoradas ojeadas a las lápidas, como si fuese alguna indiscreción, quizás un asalto a la última de las intimidades, que no se pudiese perdonar. Pensaba que al final se terminaría aficionando a pasear por esos lugares como el profesor, al que se había resuelto seducir abandonando toda cautela, acaso como confirmación de ese deseo de vivir que sentía y que se abría paso con vigor entre los muertos. Los suyos y los que la rodeaban, mudos, enmudecidos, o simplemente callados...

Daba por seguro que sería un almuerzo y no una cena. No tenía el menor indicio, mucho menos certeza, de que Viviana fuera a personarse ante la tumba de su pareja. Era poco probable, y la paciencia, agotada por la inacabable, tediosa y aburrida espera, ya había expirado, en consonancia con el escenario. El sol se dejaba caer sobre el horizonte y corría algo del fresco que se había negado a moverse durante la jornada. Quedaba poco para que el guarda cerrase la verja. Arrojó la toalla, no tenía plan “B”, ya vería qué haría a lo largo de lo que quedaba de ese día... Puso el intermitente para señalizar su incorporación al tráfico cuando llegó un taxi cerrándole la salida. Ya iba a acordarse de su familia, cuando comprobó que la ocupante, que le estaba abonando la carrera, era ella...

Sí. Era Viviana, sin lugar a dudas, efectivamente, una de esas mujeres que hacen volverse a los hombres para rendirle pleitesía. Se apeó del vehículo, llevaba un largo paquete de cartón, “ahí cabría una flor, una rosa negra, por ejemplo”, se dijo Sonsoles a sí misma mientras la veía entrar en el cementerio. La detective no titubeó. Se bajó de su coche y la siguió a distancia, pero sin perder su estela: Ya la tenía. Al cabo, el profesor la invitaría a cenar.

Viviana se movía con rapidez. Vestía de color blanco, el efecto era espectacular porque parecía tener fantasmal luz propia. Sacó una rosa negra de la caja y la imagen era todo un símbolo por sí mismo. Se acercó silenciosamente mientras la mujer sustituía las marchitas flores por esa enigmática rosa que parecía ser parte de ella.

- ¿Viviana? – Preguntó la detective Pereda – Es usted, ¿verdad?... ¿O acaso debería llamarla “Mantis”?...

No se sobresaltó. Ni el menor asomo de asombro. Simplemente la miró y continuó con su labor.

- Sí. Se ha debido tomar sus molestias para averiguar lo de “Mantis”. Espero que se haya divertido. – Inexpresiva, se puso de pie, ya había terminado de colocar la rosa. - ¿Y usted es?...
- Soy detective privado. Me llamo Sonsoles Pereda. Me ha contratado su madre para encontrarla. Solamente quiere volver a tener contacto con usted. Lo demás no es asunto mío.
- En eso lleva razón. – Respondió como una bofetada mientras volvía a clavar sus celestes ojos en ella. – Hay cosas que no toleraría imaginar siquiera.
- Se equivoca, “Aurorae Unxita”. Creo que ambas conocemos a una, es difícil denominarla, a alguien que se llama “Aurora”, ¿no es así?

En el fondo de sus pupilas destelló la sorpresa. Pero no con fuerza para variar su actitud, que seguía a la defensiva.

- ¿Es importante eso? ¿Cambia algo? Él sigue muerto y yo condenada. Simplemente procuro hacer lo que me dice la que me ha dado la inmortalidad, llámese como se llame. Y no me va mal. Viajo, tengo de todo sin trabajar, hago lo que me da la gana sin preguntas, ni reproches.
- Dando a su conciencia unas vacaciones permanentes, ¿no?
- ¿La conciencia? – Rió sombríamente – No me venga con cuentos para niños... La conciencia se acostumbra a lo que venga. Mejor viva con remordimientos que... lo que sea en la mierda. Créalo, hay cosas peores que diluirse en una nada sin cuentas pendientes, en un largo olvido sin palabras, sin consuelo pero sin llanto. Yo era de las personas que esperaba una absoluta, benéfica y oscura nada. Un sueño sin sueños como dijo alguien (10), ¿no? Y resulta que no, que existe algo. Algo que juega con nosotros. ¿Quién es más cruel? Deje a mi conciencia tranquilita, Sonsoles...
- No pretendo convencerla de nada. Ha tomado una decisión, usted sabrá su motivación, sólo quiero persuadirla de que hable con su madre. Punto final.
- ¿Decisión? ¿Motivación? ¡Yo no tomé más decisión que rescatar de la muerte a mi marido! – Se alteró notablemente. – Oiga, yo le amaba, aún le amo si no, ¿por qué iba a estar aquí? Anhelábamos una vida juntos. Todo se fue al cubo de la basura con su fallecimiento. No se me planteó nada, ni se me preguntó por nada, no hubo opciones para mí porque escogí traerle de vuelta en vez de seguirle, entonces se me empujó a un dilema: O vivía bajo esta naturaleza o moriría en horas. ¿Cree que yo elegiría, libremente, ser una jodida lamia tras haberle perdido? Pues no, jamás. Pero es lo que hay.
- Eso lo entiendo, Viviana. – Quiso conciliar Sonsoles. – Es cierto que no sé lo que pasaría para que llegase a ser lo que es. Viniendo de quien viene sé que jugaría sucio, pero...
- No. No es que jugase sucio. – Una lágrima acariciaba su pómulo, lentamente, como si no quisiera llegar al término de su recorrido. – Yo... Yo pude haberlo evitado, pero fui débil, sentí pánico ante mi muerte y caí. Preferí esto antes que unirme a él, - señaló la sepultura – en donde demonios nos lleve Dios. 
- ¿Y eso la ha convertido en su “dama”?...
- Sí. No por amor, sino por miedo. No quiero morir, ¿sabe? – Se restañó otra lágrima que afloraba – La gente se muere porque no tiene más remedio, yo no. Mi amor no era ni es tan fuerte como para renunciar a vivir. Mire, yo no he elegido bando. Me han elegido porque intenté resucitarle, no físicamente, sería largo de contar, sino de otra manera, en otro soporte, por decirlo así... – Reparó en que la detective no entendía lo que quería decir aunque escuchaba con atención sus palabras. – El miedo a no tenerlo me hizo cometer un error, y el miedo a seguirle me ha llevado a esto... – Señaló coquetamente la silueta de su cuerpo con el envés de sus manos. - Es mejor dejarlo. Fracasé. La informática no está tan avanzada como para establecer enlaces sinápticos con terminales cerebrales. Ahora todo da igual.
- Mi investigación no estaba enfocada a lo que pasó, ya le he dicho que no es asunto mío,  - la detective volvió a centrar el diálogo – sino a que vuelva a hablar con su madre. Deje a los muertos y ocúpese de los vivos que aún la quieren, por encima de lo que haga o sea. Ella quiere saber que está bien. ¿Por qué no va a verla, ahora que está en España?
- Porque no puedo, ¿es que no lo entiende? – Gesticulo dándose con la punta de los dedos en su frente. - Los muertos no censuran, no sermonean como usted. ¿Cree que se puede engañar a una madre? No me quitó el ojo de encima durante el sepelio... ¿Cree que no terminaría sacándome que soy una ramera que se cobra en vidas? Además, ¿por qué tendría que hablar con ella? Llegará el día en que se vaya, y entonces, ¿qué?... ¿Otra tumba a la que llevar rosas negras que no se marchitan? ¿Para qué? ¿Para no sentirme lo peor de este mundo? En realidad ella tiene la culpa de todo, - afirmó mientras le temblaban los labios – si no se hubiera acostado con mi padre el día que me concibieron, mis sufrimientos no habrían existido, ¿lo comprende? No habría vivido tanta pérdida, tanto esfuerzo, tanto miedo, tanto dolor... ¡Tanto para nada! ¡Dios es implacable, despiadado y permite todo esto!

Viviana rompió a llorar desconsoladamente. Sonsoles oyó unos pasos que se acercaban y empuñó su pistola en dirección al ruido, por sordo temor a que Aurora hiciese acto de presencia  A duras penas contuvo una palabrota cuando vio al guarda con las manos en alto y el rostro desencajado. Se disculpó, le dio otro billete como expresión de ello. El anciano lo cogió y recordó entrecortadamente que iba a cerrar. La detective agarró del brazo a la mujer y salieron del cementerio. Se ofreció a llevarla al lugar que le dijese. Respondió que no entre hipidos, se serenaba poco a poco con ayuda de un pañuelo blanco que tenía bordada una rosa negra en cada esquina...

- Si no lo hace por usted, hágalo por ella. No hay nada peor para una madre que ignorar el paradero de sus hijos.
- ¿Teme no cobrar su factura? – “Vaya”, pensó Sonsoles, “ ya ha vuelto al cinismo inicial, eso indica que ya se ha repuesto”. – Mi madre le pagará de todas maneras...
- No, - replicó tajante Pereda – el trabajo está hecho con o sin vuelta de usted, y ella ha asumido mis condiciones. No hay interés, fenicio digamos, en lo que le digo. Únicamente la tranquilidad de una anciana. Que es su madre.

No había el menor rastro de maquillaje en el pañuelo que estaba doblando por su mitad, y su rostro relucía como si acabase de pasar por un gabinete de estética, como esas modelos que parecen no llevar nada y están embadurnadas de cosméticos hasta las amígdalas. Sopesó la contestación durante unos segundos...

- Déjeme pensarlo esta noche. Ya se enterará de mi decisión...

Dio media vuelta y se marchó sin añadir nada más. La detective contempló su caminar cuando un descapotable con dos hombres jóvenes tocó la bocina entre ruidosos piropos de discutible gusto. Ella los miró. En apariencia ni dijo ni hizo nada, el vehículo se detuvo pocos metros adelante y Viviana se acercó para montarse en su asiento trasero, mientras los chicos se miraban entre ellos como si acudieran a un festín.

Sólo que no serían los comensales sino el menú. Sonsoles no pudo evitar un escalofrío.



Epílogo


Sonsoles durmió fatal esa noche, peor si cabe porque esperaba tener un reparador descanso, como solía cuando llegaba al final de un encargo. Se levantó de madrugada, con una frase prendida en su recuerdo, procedente de un sueño seguramente...

“Tras tarde viene nunca”.

No le veía un significado, descabellado e incoherente como suelen ser los sueños, le sonaba al “tarde, mal y nunca” referido a promesas que jamás llegan a materializarse. No le dio importancia porque tampoco tenía conciencia de más, a excepción de la reiterada pesadilla con Aurora. Había tenido matices diferentes, pero no tenía claro cuales. No es extraño que  los argumentos oníricos se evaporen en contacto con los quehaceres cotidianos. Entraban las primeras luces de la mañana por la ventana, y echó mano de su móvil. Tenía un correo de mensajería instantánea, lo había enviado Alberto Paredes, su antiguo colega.

La señora Ferrant había muerto en su domicilio. Todo apuntaba a un infarto. En ese punto recordó el contexto de la cita...

De nuevo el desolado desierto. Con la diferencia de que, no muy distante, se alzaba un edificio, semejante a una extraña catedral gótica de oscuros sillares. Presa del pánico, Sonsoles corrió hacia ella para ocultarse, para no jugar al maldito Ajedrez con Aurora. Llegó ante la inmensa puerta y entró, cuidándose de cerrarla a sus espaldas. Estaba en una colosal nave, no se podía pensar que fuera tan enorme desde el exterior. Sin embargo, todo se hallaba entre tinieblas y la invadió el temor a caerse. Vislumbró unas lucecitas y se dirigió hacia ellas. Eran velas, cirios, candelas, de todos los tamaños, colores y formas... Algunas eran nuevas, otras estaban a punto de consumir su combustible. Y de las sombras, como si fuera una de ellas que tomase forma humana, sale Aurora, prendiéndose una rosa negra en su rubio y largo cabello. Sonríe mostrando su perfecta dentadura y recita...

"No busques en ninguna fría tumba
estas rosas que no se marchitarán,
ellas son mañana siempre, vivirán;
y tú verás que tras tarde viene nunca."


Supo entonces que la señora Ferrant murió sin tener noticia del encuentro con su hija. “Tarde” y “nunca”. Era muy probable que Aurora la visitase para provocar el infarto que se la llevó de este mundo. Descartó que Viviana tuviese participación en ello, al menos no de forma directa y consciente. Del Mal que era Aurora, cabía esperar cualquier fenómeno.


Asistió a la inhumación de la señora Ferrant. Se quedó en un discreto tercer plano, a distancia, sólo para mostrar su respeto y pesar por no haber llegado a tiempo, aunque supuso que el ángel caído habría actuado de cualquier modo. El duelo se despidió, el sacerdote besó los Evangelios, se persignó y se fue. Sin saber la razón, ella permaneció un rato más, hasta que se quedó sola, susurrándose mentalmente alguna de las plegarias que aprendió de niña, como un acto reflejo, como cuando se cierran los párpados si nos echan líquido a la cara...

En un ángulo del patio de sepulturas, a su izquierda, vio moverse algo. Miró no queriendo ver.

No se elige lo que se quiere ver, por mucho que el refranero se empeñe en afeárselo a los peores ciegos. Allí estaban. Las dos. Viviana reflejaba una profunda tristeza en su semblante, como si se hubiese quebrado el último lazo que la mantenía unida a la realidad que conocemos. Aurora, por el contrario, cogía de la cintura a su acompañante con lascivia, voluptuosamente, recreándose en lo que pudiera haber de afrenta, como se exhibe un trofeo, alardeando impúdicamente, frente al graderío del equipo contrario.

No pudo, no quiso soportarlo. Se marchó lo más aprisa que pudo, quiso dejar atrás todo recuerdo de muerte. Se introdujo en el coche y puso una canción, “Marian”, de "Nouvelle Vague", a todo volumen.

Sus últimos acordes coincidieron con el tono de la llamada que estaba haciéndole al profesor...
   

FIN de “Allende (rosas que no se marchitarán)”
El relato completo se puede descargar gratuitamente como libro electrónico aquí



NOTAS:

(3) Caballo de Troya.
(4) Ver “El crimen de la calle Canarias” (“Cuentos y Romancines”, del autor, Editorial Lulu, 2011).
(5) “Ungida del Alba”.
(6) “Gran Dama de la Soberanía de Babilonia”
(7) Las antiguas referencias al “hombre del saco”, “coco”, etcétera, tienen su origen en misteriosas desapariciones de niños y jóvenes adultas.
(8) La voz procede de “júbilo” (viva alegría).
(9) Leyenda medieval de “LaEncartada”, procede de Valsurbio, Castilla. De toda la inmensidad de Internet, sólo la encontrará aquí.
(10) Una imagen poética para referirse a la muerte, usada por León Felipe, entre otros.