viernes, 27 de mayo de 2011

Romancín de desamor - IV

I

De tiempo, sin ninguna memoria,
súbitamente apareció un extraño,
de amor prender su corazón procuró,
seducirle con pasión, sin engaño,
mas su desdén impidió esa gloria.

Siempre percibió algo que no sabía definir. A veces era un perfume de mujer, el destello de una sombra, acaso una encendida palabra susurrada junto a su oído en medio de la madrugada. Había alguien más, puede que encerrada en su imaginación tan solo.


II

Era él diana de toda su obsesión,
por retenerle a su lado, luchaba,
triste ella en la ventana retratada...
Sí, ahí viene, él es, a ella regresaba,
que de ese delirio, no quería curación.

Debía de ser pereza, le suponía un enorme esfuerzo salir a la calle, como si no pudiese sacudirse el abrazo de una amante. Por el contrario, sentía una gran dicha cuando regresaba, como si una traviesa novia le hubiese aguardado para cubrirle de besos y caricias.


III

Por sus preguntas el silencio galanteaba,
así se complace la mujer con su presencia,
así se regocija por asomarse a sus sueños.
Cabeza en su pecho, sin pensar su ausencia,
galopar su latido devotamente escuchaba.

Llegó una carta. Es el modo con el que las malas noticias evitan dar la cara. Era un traslado. Preferiría quedarse, aquel sitio le agradaba, como si residir allí le colmase de amor... Sin duda, todo un desvarío, no se planteó ignorar la orden. Recogió y empacó sus pertenencias. Se percató de que nunca partiría si la mujer que aparecía por sus sueños fuera real…


IV

Espejos que su reflejo no querían tornar,
egoístas, como aquel inaccesible Mundo,
que, lejos, se había llevado a su amado.
Dolor desesperado, lamento profundo,
ella, sola en la casa, no cesa de llorar…