Day after day, day after day,
we stuck, nor breath nor motion;
as idle as a painted ship
upon a painted ocean.
Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)
A mi gran amigo Graham, buena Eternidad,
Semper Fidelis, In Perpetuum, Ave atque Vale.
La Tierra había quedado atrás hacía mucho tiempo, apenas se la podía distinguir como un brillante punto entre tinieblas, acaso como el más certero símbolo de la locura que estaba viviendo el planeta. No tenía seguridad de que regresase... Como tampoco de que volviese sino a una pesadilla calcinada, con humeantes ruinas por doquier, con el eco de los cascos de los jinetes del Apocalipsis golpeando todas las esquinas del sueño humano, precipitándose al Infierno cuando ya se tocaban las estrellas.
La Tierra había quedado atrás
hacía mucho tiempo, apenas se la podía distinguir como un brillante punto entre
tinieblas, acaso como el más certero símbolo de la locura que estaba viviendo
el planeta. Y aún restaba la mitad del camino aproximadamente, si que es que se
completaba ese sendero a Marte, que no se veía mucho más cerca pese a hallarse
tan lejos de casa. Dicen que el horizonte siempre está a la misma distancia por
mucho que se marche en su dirección, y que por eso seduce mutando su
apariencia, para extraviar más a aquellos que se atreven a dejar atrás vida y
familia por la esperanza de un futuro mejor que, invariablemente, siempre está
distante, altivo y esquivo.
La Tierra había quedado atrás
hacía mucho tiempo, apenas se la podía distinguir como un brillante punto entre
tinieblas, acaso como el más certero símbolo de la locura que estaba viviendo
el planeta. La Misión fue acometida con urgencia, con premura, como si sus
dirigentes supiesen que podría tratarse de la postrera, como si lanzar una
maldita botella con un mensaje en su interior fuese el único testimonio que
sobrevivir pudiera a un gigantesco cataclismo que se llevase todo por delante.
A popa sólo se percibía un murmullo informe de imágenes y sonidos aberrantes
que le perseguían hasta rebasarle, a esa endiablada velocidad de la luz,
anegando el mudo vacío del espacio interplanetario. El dolor que no se escucha
parece menos dolor, quizás una mueca sin sentido en un viaje hacia ninguna
parte durante millones de años, para acabar engullida por un agujero negro o
por una inteligencia extraterrestre que no comprendiese nada de esa barahúnda
ensordecedora que fue la Tierra, hasta que su desacompasado y caótico barullo
cesó abruptamente.
La Tierra había quedado atrás
hacía mucho tiempo, apenas se la podía distinguir como un brillante punto entre
tinieblas, acaso como el más certero símbolo de la locura que estaba viviendo
el planeta. Llevaba una larga temporada sin recibir mensajes de casa. El
ordenador de a bordo explicó con su femenina e inexpresiva imagen, e
impertérrita voz, que la Tierra se hallaba en una zona de sombra. Ese
comentario hizo esbozar una asombrada y sombría sonrisa al piloto. En realidad,
la Tierra misma era una “zona de sombra”. Calló porque supo que su
informático interlocutor, nombrado como Ann, no entendería el sentido de
su frase. Las prisas por botar la Misión impidieron que se escogiese una ventana
de lanzamiento que posibilitase una menor distancia y duración de viaje.
Estaba en medio de la nada, solo y en silencio, a merced de un sol que a menudo
se entretenía en enviarle un vendaval y de piedras que rebotaban contra el
casco de la nave, como la botella que protege maternalmente su mensaje contra
las procelosas olas y los descarnados arrecifes de los bajíos que lo amenazan.
Como la asustada gestante que arrulla con sus latidos al bebé que crece en su
dulce y cálido seno aunque afuera se viva el horror más espantoso.
Todo fue fríamente calculado, a
pesar de lo apremiantes que fueron los preparativos. En principio eligieron un
piloto más veterano, combatiente en los interminables conflictos que espinaban
el planeta. Por ironías del Destino, sufrió un accidente con su vehículo que le
dejó sin candidatura. La elección recayó en un militar de menores cualidades,
un don nadie con menos horas de vuelo, menos entrenamiento, más edad y un
perfil más filosófico, lo que le granjeó no pocas reticencias, en un mundo
donde el conocimiento científico-técnico era lo que suscitaba admiración,
alguien con una formación e inquietudes heterodoxas era mirado con
desconfianza... Claro que el recelo debería ir en sentido opuesto porque habían
sido precisamente ellos, con todo ese caudal de conocimiento, los
que habían reducido un planeta henchido de vida a un doliente y sucio despojo.
Sabía que el comité se dividió a la hora de confiarle la Misión, unos porque
pensaban que eran demasiado sus casi cincuenta años y otros porque preferían a
algún Miles Gloriosus que tuviese la misma puntería para aterrizar en Cydonia
Mensae que para enviar infelices al otro barrio a golpes de misil.
Finalmente el director hizo valer su voto de calidad y la responsabilidad cayó
sobre él: Precisamente porque se le suponía una capacidad de reflexión que no
pondría en peligro gratuitamente la Misión y porque afrontaría con mayor serenidad
y ecuanimidad cualquier imprevisto.
Todo fue fríamente calculado, a
pesar de lo apremiantes que fueron los preparativos. Las raciones de alimento,
las tareas cotidianas en un horario que no está marcado por el circadiano ritmo
que sustenta la rotación terrestre, el ocio, los hábitos higiénicos, la forma física que cuidar, las demás
rutinas que compartían semejanza con lo que se hace habitualmente en un estudio
gracias a la gravedad inducida que permitía una calidad de vida bastante
tolerable. Hacía años que viajar en una mantequera dándose de bruces contra sus
paredes, como una mosca atrapada en un bote, pertenecía a los libros que
ilustraban las fatigas de los pioneros de las misiones “Apolo”. Si uno miraba a
través de los reducidos ojos de buey de la nave, cabía hacerse la ilusión de
que se vivía una larga madrugada de invierno, cubierto por una infinita colcha
satinada y saturada de estrellas, de toda apariencia y textura... Lo malo es
que no había línea de horizonte en esa ausencia insondable, en esa anochecida
eterna donde cada lucecita se asemejaba a un vigilante ojo sin párpado,
pendiente pero sin mayor interés en lo que acontecerle pudiera a un navío
estelar de 700 yardas de eslora rumbo a un Destino incierto.
Todo fue fríamente calculado, a
pesar de lo apremiantes que fueron los preparativos, la “ESS Caronte” fue robotizada hasta el menor
detalle, el módulo “Eden” se separaría para amartizar llegado el momento
mientras que la unidad nodriza permanecería orbitando. Le resultaba irónico que
un ingenio multimillonario se ensamblase en la órbita de la Tierra para acabar,
probablemente, dando vueltas en soledad sobre un planeta solitario con el
insepulto cadáver de su comandante, abandonado a su suerte, engullido de cuando
en cuando por las tormentas marcianas a modo de improvisado sepulturero. Para
evitar que la ansiedad se apoderase del solitario navegante, Ann tenía
instrucciones de ir comunicando a su teórico capitán de lo que había que
hacer cuando era preciso acometerlo, no antes. Y el piloto sabía, con una
punzada que pretendía ignorar, que su vida no era prioritaria frente al
cumplimiento de esa secreta misión, por lo que a menudo se planteaba si su
concurso era más una molestia necesaria que una dirección efectiva. Ni siquiera
conocía el contenido de los pañoles de proa, sellados a cal y canto, como si el
mando de la Misión en la Tierra dudase de su propia disciplina si esa
información llegaba a obrar en su poder. Poder. El maldito poder de
siempre. Era fundamental alcanzar Marte. Lo que allí aguardase únicamente Dios
lo sabía. Ann no contaba: No poseía un corazón que desbocar si iniciaba su
secuencia de tiempo para autodestruirse... Para esa cosa existir o no era un
simple cálculo de probabilidades. Una extraña variación en una secuencia
binaria... Un accidente de la Lógica.
Todo fue fríamente calculado, a
pesar de lo apremiantes que fueron los preparativos, sin embargo, le resultaba
gracioso que las sugerencias de Ann hubiese que cumplirlas imperativamente por
el éxito innegociable de la Misión, mientras que sus pareceres fueran rebatidos
sistemáticamente. Su libertad empezaría en el momento en que el sistema le
pasase el control de “Eden” para descender hasta la superficie marciana, con
las coordenadas y el objetivo que sólo entonces le sería dado conocer. Así que
pronto se percató que era más fructífero hablar con una caja de herramientas
que con Ann, se limitaba a ir cerrando las sugerencias de trabajo
pendientes. Verdaderamente, la persona que redactó los manuales de
procedimiento de la Misión debía de haber sido un político frustrado por la
reiteración de eufemismos que contenían. La misma palabrería insulsa e
insípida, que toma a sus lectores u oyentes por estúpidos... Era destacable el
capítulo dedicado a un eventual contacto con “otras inteligencias distintas de
las propias de la Tierra”, cuando él mismo no era capaz de afirmar, tan
siquiera empíricamente, que hubiese alguna sobre la faz de la Tierra, cuya duda
estaba flotando sobre el texto al manifestar que “la tolerancia pacífica y
proactiva hacia otros seres debe ser la máxima prioridad al culminar un
encuentro con entidades conscientes no humanas”... Es decir, que si albergaban
malas intenciones tendría que dejar que le desintegrasen pacíficamente,
nada de cautelas intolerantes, al contrario, alardeando de tolerancia porque sobrevivir
no estaba bien visto últimamente entre esas inteligencias que habían
condenado, no sólo a su propio género humano, sino incluso al planeta que había
visto nacer esa diosa Razón que lo había endemoniado todo.
Fue durante una partida de
ajedrez con Ann, una de esas locas juergas que le estaba permitido
tomarse al término de una jornada particularmente plúmbea y anodina revisando
unos circuitos que daban una falsa malfunción. Sentado frente a un
tablero con apariencia fantasmagórica por ser holográfico, Ann le iba ganando,
como invariablemente ocurría, resultaba implacable cuando comenzaba a
desarbolar el bosque de peones del adversario para ir aniquilando luego las
piezas más importantes. Todo con una exactitud milimétrica, sin prisa pero sin
pausa. Así que se sorprendió cuando se topó con que podía capturar la reina con
uno de sus caballos. Le encantaba atisbar la posibilidad de propinar un revés a
su desalmada contrincante y no reparó en más: Echó mano a la cabeza del
caballo...
- Yo no lo haría, Graham. Es
caballo por reina pero en las dos próximas jugadas perderás la tuya y la torre
que te queda... Jaque mate...
El piloto se puso en pie de un
brinco y miró hacia donde procedían las palabras... Era una mujer, entre 35 y
40 años, con aire juvenil, un poco más baja que él, con media melena oscura,
ojos claros, nariz y labios bien definidos sin ser prominentes, ligeramente
maquillada, delgada sin excederse... Una buena figura, portando el mismo
uniforme de la Misión que él... En pie, junto a una de las escotillas que daba
paso al resto de los módulos que componían “Caronte”, apoyando su hombro
derecho contra la jamba de la puerta, como si acabase de entrar por ahí... Pero
sin que nadie accionase su resorte de apertura, que no estaba operativo si Ann no
lo consentía. En realidad se respiraba en “Caronte” porque Ann lo permitía.
Literalmente.
- Quizás deberías llevar tu alfil
a g5 para romper su estrategia, – añadió con insultante naturalidad - y
meter a tu rival en apuros. Abrirás un corredor y le roerás las tripas...
El piloto la miraba con estupor.
- ¿Quién eres y de dónde has
salido? Esta dependencia se halla sellada...
- Soy Eva. – Respondió como si lo
evidente fuera la estupidez de su inquisidor. – Parece mentira que finjas no
conocerme. ¿Te han alterado los meses de soledad?... – Preguntó dulcemente. –
Pues no temas: Ya no estarás solo.
Graham se
dirigió a Ann...
- Ann,
chequea quienes estamos en “Caronte”...
- El
plural no es procedente... – Replicó pausada al instante. - En la “ESS Caronte”
no hay nadie más que su tripulante.
-
Entonces, ¿con quién demonios estoy hablando?
-
Conmigo, - afirmó Ann – pero yo sólo soy una unidad informática. No tengo
existencia. Técnicamente está solo. Coronel, por mucho que le pese,
usted sabía que esto sería así.
Eva se
rió suavemente...
- ¡No! –
Negó el piloto con creciente desasosiego, encolerizado por la risa de Eva, sin
admitir que le agradaba escucharla... – Aquí hay una señorita que dice llamarse
Eva, ¡diantre! ¿No la oyes? ¿No escuchas cómo estoy hablando con ella?... ¿Qué
se me está ocultando de la Misión?
-
Coronel... – Ann intentó reconvenir, había sido programada para eventuales
situaciones anómalas. – No detecto ninguna comunicación entre usted y
otra persona porque no hay ninguna “Eva”, como la llama... Aquí no hay nadie
más que usted, acaso sufriendo algún tipo de alucinación. Tranquilícese, no lo
haré constar en el cuaderno de bitácora. Sugiero que se serene y se retire a
descansar, guardaré la partida para retomarla en otro momento más adecuado.
No toleró
la suficiencia de ese bloque de circuitos que ni siquiera parlotearía si una
persona no lo hubiera concebido así...
- ¡G5, Ann!... ¡Alfil a g5!
El alfil
se movió disciplinadamente por el tablero virtual y ocupó su casilla. Ann tardó
unas décimas de segundo más de lo que era habitual en replicar ese
movimiento...
- Ya la
tienes, Graham. Destrózala sin piedad. Caballo por torre h8.
El
coronel repitió la orden. Comprendió la jugada. Fue aniquilando una a una todas
las piezas de su oponente mientras Eva saludaba los movimientos con
indisimulado entusiasmo, casi sádico, hasta el jaque mate final.
-
Felicidades, coronel... – Graham notó un imperceptible matiz de fastidio en la
inmutable voz de Ann. - Ha ganado esta
partida. Ya ve que nada es imposible...
-
Deberías desconectar a esta lata parlante, Graham... – Sentenció Eva entre
dientes, despectivamente. – Es repulsivo que te metan aquí para mandarte al
quinto infierno, solo, con este remedo de... Cosa.
El piloto
la escrutó intentando pasar por alto lo insólito de su aparición. No la
conocía, no la había visto en su vida, pero la familiaridad de ella denotaba lo
contrario. Eva. Un nombre bonito.
-
Gracias, Ann, ya te concederé revancha, ahora déjame intimidad. – Era la orden
para que el ordenador, supuestamente, no le molestase salvo emergencia u
hora de labor programada. Se volvió hacia la mujer... - Bien, tú lo has dicho.
Estaba solo... Hasta ahora. Hablemos. ¿Cómo has llegado hasta “Caronte”?
- No lo
sé... – Se encogió de hombros. – En realidad me has llamado tú, Graham. Pero...
¿Importa eso? Formo parte de ti... – Comentó con ternura. - ¿Por qué tanto
recelo hacia mí si soy tuya? Recuerda que te he ayudado a ganar a doña
Cables, - añadió jocosamente – no seas desagradecido ni preguntón... Lo
único que importa es que estamos juntos...
- Es un
disparate. – Manifestó el tripulante con desaliento. - Ann lleva razón... ¡Por
los clavos de Cristo!... Debo estar alucinando...
-
¡Maldita sea! – Golpeó la mesa y protestó enfurecida mientras se agachó acercando
su rostro a escasos centímetros de la cara de Graham. - ¿Te parezco una
alucinación? ¿O un fantasma? ¡Mira a ver si encuentras un espíritu que haga
esto!
Y le propinó
un beso profundo, largo, apasionado, que le dejó sin respiración, el suave aroma
de su piel cálida... un beso que contenía todos los luminosos y multicolores
atardeceres de primavera que había contemplado en la Tierra, un beso de sal,
llanto y agua, como si su boca fuera una inmensa playa de blanca arena y la
lengua de ella una juguetona e impetuosa ola que se solazase acariciándola, con
su perezoso caminar, en el final de un viaje de miles, de millones de millas...
Había
querido juntar sus fuerzas, toda la disciplina que aprendió y ejerció en los
largos años de servicio a su patria. Fue inútil, no hizo el menor amago de
resistirse, como si eso mismo que Eva acababa de hacer era lo que había añorado
desde que terminó la cuenta atrás que le catapultó hacia esa nada, hacia ese
absurdo limbo que todos denominaban “Misión” y que solamente Dios sabía si
terminaría bien. Una lágrima se escapó de su ojo izquierdo y se dejó caer
rodando por la mejilla hasta mojar el emblema de la Misión que lucía en su
pechera.
- ¿Por
qué no reconoces que me has echado de menos? – Interrogó Eva. - ¿Por qué no
dejas de plantearte bobadas y simplemente aceptas que estoy junto a ti? ¿Acaso
no es lo que deseas?
- Porque
no tiene sentido. Es una locura. Es demencial que seas real, tangible, que
estés en esta nave... Salida de la nada, por arte de birlibirloque...
- ¿Y qué?
¿No es cada ser humano alguien que también sale de la nada más absoluta?
¿De donde viene la gente que nace? Generaciones y generaciones sin estar, nacen
y son, para luego volver a no ser entre los que dicen “estar”... La Vida no es
más que el episodio de un viaje más largo... como este.
- No
puedo aceptar lo que no entiendo, Eva. Y no comprendo que estés aquí cuando
únicamente partí yo a bordo de la “Caronte” desde la órbita exterior terrestre.
- Hay
muchas cosas que ignoras de esta Misión, Graham. Harías bien en desconfiar de
eso, de doña Cables, de tus superiores y no de mí que soy la que te ama
en toda esta mascarada.
- Y...
¿Qué sabes tú que yo desconozca? – Planteó con tono inquieto, como si tanto
secretismo, tanta oscuridad, empezase a cobrar una forma amenazante. - ¿Qué pasa
en todo este asunto?
La mente
del coronel estaba trabajando de manera febril con todo los datos que podía
recordar. Había antecedentes... En situaciones de largo aislamiento y en
entornos hostiles, se habían descrito casos de “materializaciones” de
individuos. Estaban perfectamente documentados, se cursaron sus evidencias e
informes y fueron silenciados por las agencias de Inteligencia para impedir que
llegasen a oídos de la opinión pública. “Seguridad nacional”, decían... Es el
pretexto que entierra todo, que sepulta verdades con montañas de mentiras para
que los pueblos que viven libres, dicen, sigan residiendo en la más absoluta
inopia votando cada poco tiempo a los embusteros que les roban y manipulan. Esa
es la más cierta definición de la Democracia moderna que se le había
presentado...
Sí.
Recordó como la “USS White Swordfish”, una expedición que el gobierno de los
Estados Unidos fletó para explorar la Antártida tras la guerra contra España,
en 1899. Los tripulantes se mataron entre ellos y el buque quedó a la deriva...
Hasta que encalló en Signy Island, una isla de las Orcadas del sur, al norte
del Mar de Weddell, donde años después quedaría atrapado el "Endurance" de
Shackleton. En el Cuaderno de Bitácora quedó escrito que días antes de los
hechos que ocasionaron la reyerta entre los marineros, aparecieron en el barco
dos mujeres. Los más supersticiosos propusieron arrojarlas al mar por ser cosa
del Diablo, el capitán se negó y les dio refugio... Tantas semanas de soledad,
de abstinencia forzosa dispensó a las aparecidas unas atenciones que
terminaron causando disputas y discusiones. El resultado: La dotación muerta,
las aparecidas desaparecidas sin más rastro que su mención en dicho
registro y el barco a la deriva, como una reedición del “holandés errante”...
Sin ningún Ramhout van Dam que dar explicación pudiera de lo sucedido.
También
le vinieron a la memoria leyendas que rodearon algunas expediciones de los
españoles en América, como la de Ponce de León o Lope de Aguirre... O las que
tuvieron como escenario el Oceáno Pacífico, en este caso de Ruy López de
Villalobos o Martín de Goiti. Lamentó no haber prestado más atención a su
contenido, como si esas historias fuesen vitales para lograr el esclarecimiento
de lo que no tenía ninguna explicación. O por lo menos para consolarse sabiendo
que es algo, otro enigma más, que rodea al ser humano para sorprenderlo de
cuando en cuando como una amante bromista.
Se acordó
de la misión “ESS Mars One” que se preparó unos años antes que la “ESS Caronte”
y desapareció sin dejar rastro cuando le faltaban escasas miles de millas para
alcanzar la órbita de desenganche e iniciar el descenso. La versión oficial,
como las versiones oficiales usuales, no se sostenía, argumentaron que la nave
había sufrido un brutal impacto contra otro cuerpo celeste (presuntamente un
meteorito) y que había quedado reducida a cenizas. Pero otras fuentes
murmuraron una versión distinta, en la que una maniobra incorrecta, efectuada
por una persona que no era de la tripulación ni había embarcado en la
Tierra, condenó la nave por falta de pericia. ¿Qué había pasado con los
miembros de la dotación? Simplemente que no estaban disponibles para
gobernar nave alguna y que tuvo que ser alguien, un tulpa acaso,
un fantasma que no ha vivido, el que intentó esquivar sin éxito al bólido que
destruyó la misión. Pero claro, todo eso eran puras especulaciones conspiranoicas,
que nunca hay que creer porque los personajes que ostentan el Poder siempre son
honestos, transparentes y veraces frente a los contribuyentes que pagan sus
sueldos. Muy elevados sueldos, tanto como para que la mentira forme parte de su
ADN...
- Lo que
importa es que ahora estamos juntos, por difícil que sea el cometido de la
Misión... Seguiremos estando juntos, pase lo que pase. Ahora bien, si prefieres
que me vaya, me iré... - Espetó Eva, sacándole de sus pensamientos, mientras le
dio la espalda. - Veo que no te gusta que esté aquí contigo...
- ¡No! -
El coronel volvió a sorprenderse retando a la lógica de la Misión – No te
vayas. La verdad es que no sé quien eres, aunque pareces conocerme muy bien, ni
entiendo tu naturaleza, ni imagino del limbo del que procedes... Solamente sé
que eres tangible, de carne y hueso y que estás conmigo... Y que no deseo que te
marches. ¿Qué deseas tú?
- Yo... -
Se giró y se sentó con gracia sobre una de las rodillas de Graham mientras
esbozaba una sonrisa de oreja a oreja, feliz, capaz de oscurecer de envidia la
petulante e inmisericorde superficie del Astro Rey... - Sí, por supuesto que
quiero quedarme junto a ti. Nací para eso, ¿sabes?
La “ESS
Caronte” mantuvo su ruta, establecida desde una Tierra que había callado por
motivos que el coronel preferiría ignorar. Pero ya no le preocupaba... Todo lo que
importaba del Universo entero se había hecho realidad de forma inesperada.
Sucede a menudo que el Señor nos hace regalos que no merecemos.
A proa
esperaba un nuevo mundo...