martes, 4 de junio de 2013

Allende (rosas que no se marchitarán)

Cuento en dos partes - primera

Introito

La muerte. Esa invisible amenaza que nos acecha, que acompaña silenciosamente cada paso que nos atrevemos a dar. Esa alargada sombra que preferimos que llame a la puerta del vecino, pasando de largo por delante de la nuestra. Ese oscuro umbral que vela una Eternidad intuida y abrumadora. Esa brecha en nuestra cotidiana concepción de las cosas, testaruda y paciente ante nuestro asustado vivir sin pensar en ello como si la inmortalidad fuera un característico rasgo de nuestra breve y vertiginosa existencia.

La muerte. Esa terrible Dama, liberadora y tirana al tiempo, con la que han tenido que bailar todos aquellos que nos han precedido y que nos tenderá su descarnada mano en algún instante. Esa cruel Dama que golpea a nuestros seres queridos, mutilando salvajemente nuestro corazón, antes de descargar el fatídico mandoble sobre nosotros. Esa incorruptible Dama que no atiende sobornos o súplicas, ni cobra peaje para franquear la frontera más ignorada de todas las que la Humanidad ha tenido que cruzar.

Tantas veces como muere alguien. Tantas veces como nace alguien que morirá, porque es…

Esa familiar y sonriente intrusa sin mirada
que nos sorprende en el lecho de madrugada
o de mañana en la calle, de forma inesperada,
seas longevo o infante, sí, acabará tu jornada.


I

En algún futuro cercano

Viviana no puede resignarse. La soberbia de su prometedora carrera de neurocirujano se mezcla agitadamente, al ritmo de sus sollozos, con el hiriente dolor por la agonía de su pareja, tendido sobre una cama y conectado a los múltiples aparatos que le mantenían con vida y que imitaban grotescamente la cadencia del sonido de su corazón… con su monótono y electrónico ruido. No había esperanza… La Parca había puesto el frágil hilo de su existencia sobre la afilada hoja de la guadaña.

Todo les iba bien. Ella trabajaba en un renombrado hospital de Madrid y él era programador y analista de sistemas de una empresa, un poco más joven que ella; hacía escasos meses que se habían lanzado a la aventura de vivir juntos. “Como lanzarse al vacío sin red”, confesó él. Un accidente. Todo se había quebrado. Las ilusiones que tejieron mientras hacían el amor como si no hubiera un mañana... Que finalmente les sería negado. No habría más despertares ni abrazos, sólo los besos que la memoria arrojase a la orilla de su desesperación, como si fueran los restos de un trágico naufragio en las inciertas aguas que tenemos que cruzar para alcanzar una Eternidad en la que ella no creía.

No. Viviana no se resigna. Aprieta los puños y se clava las rojas uñas en sus manos hasta que el carmesí del esmalte, ese color que tanto le gustaba a él, se confunde con la sangre que brota. Le había servido para despachar a un sacerdote, amigo de su familia. El hombre no contestó a su lloroso e irritado “¡No hay nada más que esto! ¡Nada!” mientras le mostraba las sangrantes heridas en las palmas de sus manos, como si fuera Cristo enseñando a su incrédulo apóstol los Estigmas de la Pasión. Viviana se negaba a creer que hubiese algo más allá de la vida física o al margen del método científico. La Ciencia era el camino que la Humanidad tenía que recorrer para perseguir sus anhelos. Sí, ella consideraba lo demás pura superstición ante la única certidumbre que era la muerte. Una certidumbre que se había confirmado demasiado pronto para arrebatarle al hombre de su vida. La única que el azar le había concedido antes de sumirse en las negras aguas de ese largo olvido, de ese eterno y oscuro soñar sin sueños.

Algún colega le había administrado un ansiolítico. Ahora podía ver la situación de una manera más clara y fría. Había una posibilidad de burlar a la inminente muerte. Masculló una excusa y se ausentó. Tenía que moverse con celeridad para prepararlo todo. Cualquier médico pensaría que se había vuelto loca si conociese su propósito, pero se dijo que “eso es lo que nos diferencia a los auténticos científicos: el riesgo de seguir adelante”. Se consideró afortunada porque las investigaciones de los últimos meses, a las que había contribuido su pareja, estaban misteriosamente guiadas hacia la idea que había sucedido tenebrosamente a las lágrimas. Si la Religión enterraba a las personas amadas en la Promesa de una Vida más allá de la vida, la Ciencia les anclaría a esta orilla.

Ella era la elegida, mataría a la muerte para siempre…


II

Pareció que la aguardaba para morir. Le resultaba inconcebible siquiera porque no abandonó el coma en ningún momento, pero lo cierto es que sucedió así, como funesto presagio de lo que habría de acontecer. Acababa de expirar. Ordenó a los presentes que esperasen afuera. No tenía muchos minutos. Llamó a una enfermera y le liberaron de los cables… apenas podía soportar el molesto y ofensivo pitido que indicaba que su corazón ya no latía. Lo acalló con ira mal contenida. Apartó la sábana enojadamente porque su asistente la había extendido para ocultar el rostro del difunto... Su cuerpo desnudo le recordó los espectaculares Cristos yacentes que los escultores habían legado a la Humanidad…

Mas no había tiempo para la vacilación porque estaba metida en una carrera contra el reloj. Ordenó que lo llevasen a uno de los quirófanos mientras ella recogía algo del laboratorio. Sin detenerse, comunicó a los extrañados familiares que se dirigieran al tanatorio porque “ellos”… ¡qué raro se le hacía pronunciarlo!… llegarían más tarde. Cuando irrumpió en la sala quirúrgica, sofocada por la carrera, la enfermera afirmó que precisaría de ayuda porque suponía que iba a donar los órganos. Viviana la echó de mala manera tras decirle que no necesitaba nada.

La neurocirujana ya había perdido muchos segundos. Su afán era oxigenar nuevamente toda la red vascular del cerebro de su amado. Dejó a un lado la emotividad que inundaba sus ojos e inyectó 500 mililitros de una solución de color rosa en las arterías carótidas teniendo especial cuidado en que ese líquido fluyera hacia el cráneo. Cogió la sierra eléctrica y comenzó la operación con movimientos sumamente exactos, como un ejercicio de Esgrima que hubiera ensayado mil veces, aunque esa fuera la primera vez que alguien pasaba por encima de consideraciones éticas para culminar el asalto a la inmortalidad. No se le escapaba que podía fracasar… la presión afectiva, la conmoción, su fatiga… sin embargo contaba que estos factores pudieran ser ventajas en lugar de inconvenientes. Meticulosamente, sin perder de vista el cronómetro, fue seccionando con extremo cuidado todos los anclajes que fijan el seso a la cavidad que lo contiene, y esta, a su vez, al cuerpo. Lo extrajo de la cabeza con ambas manos mientras reprimía el profundo dolor que la sacudía, lo metió en el contenedor que había traído y que malinterpretó la enfermera; se hallaba lleno de ese fluido rosáceo que antes inyectó en el cuello del cadáver. Lo cerró, se despojó de los sanguinolentos guantes de látex y marchó lo más aprisa que le permitían sus piernas y la imprescindible diligencia para llevar a buen término el plan.

La madrugada le permitió alcanzar su casa con discreción y rapidez. En ese chalé de las afueras de la capital se habían quedado tantas horas de amor que recordarlas le producía un punzante dolor. Abrió la puerta con dificultad, por el apresuramiento, por el cuidado para no zarandear el contenedor y por una molesta ventisca que se había arrojado contra sus ojos como si quisiera forcejear con ellos para desatar el llanto que tanto estaba reprimiendo. Mientras descendía al sótano, Viviana prefería no pensar en las seguras consecuencias y explicaciones que se vería obligada a dar porque consideraba que si tenía éxito todo quedaría zanjado. “Este fin lo justifica absolutamente todo”… La nueva realidad de que la Muerte ya no podría hurtarnos a los seres queridos...

¿Acaso existía algo más poderoso que el amor?

No precisaba de asepsia alguna, sólo el potente ordenador que servía de herramienta de trabajo al hombre que había iluminado sus esperanzas. Era de última generación y además había sido mejorado con procesadores cuánticos, aún en experimentación, que manejaban “qubits” en vez de los familiares “bits” sobre los que se había cimentado la informática binaria tradicional. Su pareja estaba trabajando en la generación de un sistema de computación lo más parecido posible al cerebro humano para superar y multiplicar sus potencialidades, incluida la creatividad. Y ella estaba sumida en la configuración y diseño de neuronas biónicas que pudiesen formar redes neuronales invulnerables y autosuficientes. Lo que advirtió en la fría habitación del hospital, súbitamente, como un manotazo sobre la frente, es que ambos estudios, combinados, eran la clave para la continuación de la vida al margen e independientemente de un soporte corporal… Sintió que la chispa de la genialidad erizaba su piel del mismo modo que lo habían hecho sus caricias.

Encendió el sistema. Zumbó imperceptiblemente mientras unos lejanos truenos llegaron a sus oídos. Decidió que la música solaparía al molesto quejido del cielo. Le pareció apropiada la Suite número 1, opus 46 de Edvard Grieg, más conocida como “La Mañana” de “Peer Gynt”. Todo un canto a la vida. Cogió el conector, una especie de cápsula recubierta de innumerables y finísimos filamentos que capturarían instantáneamente, merced a las innovaciones en nanotecnología, los apéndices dendríticos de cuantas neuronas se pusieran a su alcance. Lo encastró delicadamente en el blanquecino tejido de la protuberancia anular y contuvo la respiración… ¡Funcionaba correctamente! El ordenador reconocía y podía acceder a los fragmentados y dispersos ficheros de naturaleza biológica que conservaba el cerebro de su amado. Ahora sólo había que trasferirlos al ordenador y reanimarlos posteriormente para que se volviesen a interrelacionar entre sí dando paso a la personalidad del paciente. Así de sencillo. ¡En unos minutos volvería a comunicarse con él! Le vinieron a la mente los versos de Jorge Manrique, “Recuerde el alma dormida, / avive el seso e despierte…” para ser inmortal definitivamente…y que no se viera cercenada ninguna vida más.

El proceso llevaría algunos minutos. Consideró normal que se formasen burbujas en el misterioso líquido que preservaba la masa cerebral, que a veces se estremecía levemente por los impulsos eléctricos que canalizaba el conector con forma de cápsula. En realidad se trataba de una vasta mudanza: la personalidad se trasladaba, con todo su bagaje íntegro, a una estructura física con componentes fácilmente reparables, que no moriría porque no estaba condenada a morir. Observaba la pantalla con atención por si sobrevenía alguna incidencia… tenía que presentarse una tormenta justo ahora, cuyo creciente tronar delataba que se aproximaba aunque no viese los relámpagos. También era natural en otoño. Echó una fugaz y nerviosa mirada a los indicadores luminosos del Sistema de Alimentación Ininterrumpida… que operaba con normalidad. Exhaló un largo suspiro. Un corte de luz sería fatalmente irremediable, se sintió más tranquila tras ver que el SAI hacía su trabajo. Quedaba poco ya para que finalizase la transferencia…

Le pareció escuchar unos pasos en el vestíbulo, justo encima de donde se encontraba. No podía ser nadie… había cerrado el domicilio a cal y canto. Silencio. Sería el ruido del viento agitando las ramas de los árboles contra la fachada. Vamos, no era el momento de distraerse con historias de fantasmas… Sobre todo porque ella no creía en la existencia del alma ni de nada que pudiese trascender la materia. La persona era un cúmulo de síntesis físico-químicas, complejo sí, pero descifrable por la Ciencia. La muerte cerebral sobreviene por el corte de suministro de oxígeno que llega a través del torrente sanguíneo hasta las células neuronales, exceptuando alteraciones mecánicas (como un derrame) o aberraciones del propio sistema (como los tumores cerebrales). El cerebro podía ser reemplazado si llegaba al final de su vida útil, dados los avances y descubrimientos que la Medicina y la nueva Informática Cuántica habían proporcionado a la Humanidad. Ella misma, en esa tormentosa soledad, daría el paso obligada por la tragedia.

¿Estaba realmente sola? ¿Por qué había crujido un listón de la tarima que conocía perfectamente por esa audible característica? “Viviana, sé racional”, dijo apaciguándose, “no dejes que los nervios te sugestionen: alguna corriente de aire con temperatura más baja que la del maderamen habrá provocado su contracción con el consecuente chasquido. Es natural. Y lógico.” Se asustó por la señal acústica del ordenador, avisando que la transmisión de archivos del cerebro a la computadora había finalizado con éxito. Un gran trueno hizo fluctuar la corriente eléctrica. No le concedió interés. Era el turno del programa diseñado para crear redes neuronales: todos los archivos que se habían “mudado” se integrarían restableciendo la estructura psíquica, la personalidad del hombre que amaba y que volvería a su lado para no dejarla nunca más.

“Nunca más”. Se acordó del Cuento de Poe, “El cuervo”, con la diferencia que este “nunca más” era la certificación de su felicidad y no la expresión de un insoportable abandono. En la pantalla apareció la pregunta de protocolo, “¿desea ejecutar el programa elegido?”. Le pareció divertido marcar la opción afirmativa mientras decía con vehemencia…

- ¡Levántate y anda…!

Entonces se abrió la puerta del sótano. Lo hizo con normalidad, no como en las películas de terror, que se abren despacio. Una silueta en lo alto de las escaleras, no veía el semblante porque estaba a contraluz, pero le resultaba familiar… La melodía del maestro Grieg se interrumpió.


III

Primero se sorprendió. Como sucede cuando algo no debe estar ocurriendo. Un sentimiento neutro completamente despersonalizado. Inmediatamente llegó el temor. Mudo, agarrando con su gélida mano cada miembro de Viviana para dejarla petrificada mirando hacia la puerta que había sido franqueada. Ni siquiera se estremecía por los truenos de una tempestad que parecía estar justo sobre su domicilio. Desde luego, era alguien a quien conocía.

Bajó un peldaño, luego otro, con naturalidad, hasta que la lánguida luz de la estancia permitió distinguir sus facciones en la penumbra… para arrojarse a sus brazos. No quiso reparar en la lógica, ni atender el hecho de que el cerebro del hombre que se acercaba a ella estaba en un frío contenedor y conectado a un ordenador, rehusó pensar; solamente deseaba estrechar el cuerpo que había visto morir. Los mismos ojos tristes, la nariz recta, esa barba de tres días que solía llevar, el prominente mentón… no...

¿Para qué pensar cuando se puede sentir? ¿Acaso no es la vida la mejor demostración de todo? Cerró los ojos, su boca buscó los labios de él para fundirse en un largo beso.

Un beso que no era como ninguno de los que se habían dado. Demasiado húmedo, con regusto dulzón, molesto, como si se hubiera tomado un caramelo justo antes de besarla. El aroma de su piel, más penetrante y agresivamente sensual, tampoco era el mismo. Abrió los párpados… retrocedió con violencia arrojando al suelo alguno de los periféricos que servían a los ordenadores. Ante ella estaba una mujer joven, alta, rubia, de distinguido ademán, acentuado por una piel tan blanca que parecía transparente, de grandes ojos negros que la miraban socarronamente. Toda una belleza, sí, tan perfecta que revelaba abiertamente que pertenecía a lo sobrenatural.

- ¿Quién es usted? ¿Cómo se atreve a entrar en mi casa? – fingió valor mientras echó mano a un teléfono - Voy a llamar a la Policía…

La desconocida rió serenamente enarcando las cejas.

- No vendrán, querida. Nadie te puede oír. Pensaba que me iba a costar convencerte. Tu ardor ha facilitado mi propósito… Por cierto, tendrías que haber desactivado la protección informática. La muy cretina ha fulminado todo lo que has descargado del cerebro de tu amante…

Se abalanzó sobre el teclado. Era cierto. Intentó abortarlo pero el proceso para “desinfectar la intrusión” ya estaba iniciado y el daño era irreversible. Rompió a llorar con desesperación al tiempo que golpeaba furiosamente la carcasa del ordenador. Notó la fría mano de ella acariciando su cabello. Se revolvió con violencia pero la desconocida no se inmutó. Y añadió…

- Es irónico que la protección contra virus, hackers, troyanos y todo eso, sea la puntilla que ha rematado tus esperanzas... Va a resultar que la mente del ser humano es un maldito programa infectado... No te consolará, pero habrías fracasado igualmente. Tener una inmensa biblioteca no sirve de mucho si no tienes al bibliotecario. Sobre todo si ha escrito y se conoce de “memoria” cada una de las palabras de los libros que posee.
- ¿Dónde está mi marido? ¿Quién es usted? – preguntó Viviana entre singultos - ¿Qué quiere de mí?
- Es curioso que se hable de “maridos” sin mediar más matrimonio que la voluntad. No es una crítica, también se etiqueta indiscriminadamente como “amor” lo que no es más que sexo. Me parece espléndido: cuando todo sea “amor” sin serlo, ya no existirá en realidad. Y habremos ganado. ¡Qué bonito es el amor! Llevo siglos diciéndolo. Sí, el caos del Hombre, retornado a su animal condición, será la completa derrota de Dios, ni sé cuántas veces lo habremos señalado. Respecto a tu primera pregunta, no sé qué será de él… yo no llevo ese “negociado”. Me he hecho pasar por tu… “marido” – ironizó – porque has captado mi atención. La luz de tu osadía es más brillante que toda la barahúnda informe que me llega. Sí, deslumbrante de tan luminosa. Como lo fue mi Mozart. Empecemos escuchando una música más apropiada, mi bella amiga.

Para su asombro, el ordenador obedeció como si una mano invisible lo hubiese manipulado. Los inconfundibles acordes del “Lacrimosa” de Mozart desafiaron el fragor de la tormenta que seguía rugiendo en el cielo.

- Espero que te guste el “Réquiem”… Fue una lástima. Tenía que haber conquistado la Inmortalidad de una forma más literal, pero rechazó mi proposición. A veces me parece seguir oyendo sus gimoteos. Creo que me excedí presionándole… pero el resultado es insuperable, ¿no crees?

La neurocirujana no le respondió porque estaba escrutando cada gesto, cada palabra, cada silencio de su interlocutora… para sumirse lentamente en el horror.

- Debes serenarte, - le dijo como si le leyese la mente – se supone que el espíritu científico no conoce el miedo – afirmó con sarcasmo – Muchos se dirigen a mí como “votre éclat”, en otras épocas usé el nombre de “Lucien”, pero tú puedes llamarme Aurora: soy una lugarteniente y fiel servidora del Lucero de la Mañana, que es mi señor…
- ¿De qué locura está hablando? – inquirió despectivamente Viviana, que comenzaba a sentirse distinta – He perdido a mi marido – remarcó el término - hoy mismo y usted irrumpe en mi casa para contarme historias en las que no creo…
- ¿Piensas que el desdén que manifiestas con tu militante Ateísmo le disgusta a Dios? – entonó la pregunta burlonamente – “huy, Viviana, una hija de Eva, está enojada conmigo, no resistiré la Eternidad con esa carga” – se rió de la parodia - Bien. La soberbia me place aunque lamento decepcionarte: hay un aspecto, primordial pero normalmente imperceptible, de la realidad que tanto ponderas que no se somete al “método científico”, y peor aún, condiciona la Materia por completo. Eppur si muove
- ¡No hay nada, maldita sea! - gritó enfurecida y asustada ante la creciente agitación de su cuerpo - Esto es una broma pesada, ¿verdad? Antes el sacerdote y ahora… quien demonios sea usted.

Aurora volvió a reírse con malevolencia. Se acercó a Viviana…

- Mírame bien a los ojos… Dicen que son las ventanas del alma…

En un primer momento, la doctora apartó la cabeza con desagrado. Pero sin saber el porqué, con suma presteza, accedió, se puso en pié y se acercó. Le extrañó no verse reflejada en ellos… Luego flaqueó y se sentó pesadamente: es como si toda la Angustia de la Humanidad hubiese traspasado su corazón. El llanto regresó a ella.

- No puede ser… no puede ser – repetía - ¿Así que todo es verdad?
- La Verdad me trae sin cuidado. Y vuestra Libertad más todavía. – repuso como un latigazo – Y eso que llamas “todo”… es una sucia chapuza. Venís solos y os vais solos mientras os pasáis el “interludio” sorteando vuestros propios engaños, eso sin contar que estáis en medio de una guerra a muerte como peones forzosos de una partida de Ajedrez que ni siquiera imagináis. Sois como invitados a un banquete en el que no podéis hacer nada con verdadera libertad porque todo es pecado. Y en premio a esa falsa virtud pusieron la Creación entera a vuestros pies como se tiran guirnaldas a los cerdos. ¡No lo merecíais!... Sin embargo, nosotros no os juzgamos: no nos importa si matáis, fornicáis o sois aficionados a cualesquiera de los otros pecados, sois el producto de cientos de siglos de vicio continuado… Pertenece a vuestra naturaleza. Dios se ha equivocado con vosotros, y pronto, muy pronto, nos lo reconocerá para que volvamos a su Lado y gobernemos en su Nombre, como antes. Han pasado tres veces siete siglos desde que crucificasteis al Hijo, aunque eso no te dirá nada porque distas de ser una iniciada… Sois monos parlantes… una calamidad, un error andante, si te gustan los ripios...

Viviana parecía no escuchar. Al cabo de unos momentos, con voz entrecortada intentando hacerse oír por encima del temporal, preguntó…

- Y ¿qué tiene que ver conmigo eso? Mi marido no era creyente, yo tampoco. ¿Por qué viene a contarme todo esto? ¿No sería más lógico que visitase a alguien con poder, un político, por ejemplo?
- Eres una ingenua, - afirmó desabridamente – pero agradezco una sugerencia que llevamos practicando desde que os exhibíais con taparrabos. Es un principio. Ya irás espabilando. Tenemos mucho tiempo por delante. Me ha gustado tu atrevimiento para quebrantar el Orden Natural de vida y muerte. Estaba condenado al fracaso por lo que te he dicho antes, sin mencionar otros pormenores técnicos… aunque desafiarlo… ¡caramba!, – exclamó con entusiasmo – lo firmaría hasta mi propia arrogancia. Por eso te he otorgado la Inmortalidad. La desazón que sientes es la nueva necesidad que se abre camino en tu cuerpo: succionar vida de otro ser humano.
- ¡Dios mío! ¿Qué disparate ha hecho con nosotros? ¡Yo no quiero la inmortalidad si mi marido está muerto!
- Tu marido… - repitió con desprecio - Ni siquiera te habrías fijado en él si hubiera sido un indigente, ¡mujer!, ¿a quién pretendes engañar con juegos florales sobre vuestro manido y vacuo “amor”? Además… ¿ahora te acuerdas de Dios? Conocí a un francés que se pasó toda la existencia repitiendo la frase “écrasez l'infâme” – se recreó pronunciándola en un francés impecable – hasta la ponía en sus misivas, y cuando estaba en el lecho de muerte hubiera echado mano de todo el Santoral. Falleció suplicando que un sacerdote le confesase. Menos mal que estábamos allí para impedirlo y evitar un ridículo mayor. ¿Sabes?... De todos los deplorables espectáculos que el ser humano me ha brindado en estos milenios, la serenidad ante la muerte es el único que me ha impresionado de veras. Ciertamente... Como los cargantes mártires… Pero no nos distraigamos, ma cherie. Insisto en que tendremos tiempo, mucho tiempo para charlar, en esta nueva vida que inicias… En otra ocasión también concedí este privilegio… la muy desagradecida, después de enseñarle todo lo que podía saber sobre la Música, me abandonó. Quise matarlos, pero no me fue posible. C’est la vie… no me falta esprit sportif. Hay que mirar al futuro, es lo que siempre permanece, lo que más tenemos, la promesa que nunca se nos malogrará… Nous voilà! Contémplate en un espejo… y disfruta.

Viviana no era una mujer especialmente agraciada, pero se la podía considerar una belleza común, sin estridencias. Apenas se reconocía en el reflejo que le devolvía con pleitesía el espejo. Su cabello, moreno, se había oscurecido y rizado en multitud de tirabuzones que caían sobre sus hombros. Las cejas mostraban sumisión conformándose con ser ideal marco de su mirada. Sus azules ojos se habían aclarado para mostrar un brillo acerado y amenazadoramente seductor. Las pestañas habían crecido un poco, lo justo para dar un aire de misterio al rostro. Los labios se habían vuelto algo más carnosos para ocultar unos dientes perfectos y blancos. Notó que el sostén le apretaba, por lo que dedujo que el diseño de sus pechos había sido reconfigurado. Y luego estaba el ansia que bullía en algún indefinido lugar de su seno. En esencia era ella, pero no se identificaba con su nueva imagen. Se quedó sin palabras.

- No tendrás ninguna dificultad para sobrevivir... por los siglos de los siglos. Serás como una lucerna atrayendo polillas… Decidiendo quien muere y quien vive, según te acuestes o no con ellos para saciarte… Serás como Dios.
- Pero es que yo no quería esto – clavó su nueva y afilada mirada en aurora – Lo único que pretendía era recuperarle – sollozó - ¿En qué me ha convertido? ¿En una especie de… Lamia?
- En una depredadora, querida. Y como todos los depredadores necesitan alimentarse. Pero no de carne pese a necesitar el contacto carnal. – Se rió por el juego de palabras. – Tú succionarás vida cuando forniques. No concebirás sin mi consentimiento. Y matarás a tus amantes para seguir viviendo. Ahora no, sin embargo con el paso de las décadas puede que algún mono aventajado por un raro don pueda percibir tu edad real. Los podrás contar con los dedos de una mano y se callarán para no ser tomados por orates. Simplemente te rehuirán con aprensión. Gozarás de todo cuanto desees… La única condición es que me obedezcas. De lo contrario ordenaré que te quiten la vida, y no será una muerte agradable, te lo aseguro.
- Me condenas a prostituirme para subsistir en una vida sin amor, y si lo vuelvo a hallar no podré deleitarme con ello porque mataré al hombre que ame, – rió histéricamente - ¿aspiras a tener mi agradecimiento por esta maldición?

Aurora chasqueó la lengua con desaprobación…

- Vamos, vamos, eso no está bien. ¿Quién no se “vende” para ganarse la vida? Aún no has enterrado a tu marido – repitió la peyorativa entonación – y ya estás pensando en reemplazarle. Eso sin advertir tu ingratitud denominando “maldición” a una gracia por la que media Humanidad mataría sin pestañear a la otra mitad... Très bien. Veamos de qué pasta estás hecha. Si no te sustentas, morirás. Voluntad o instinto de conservación. Puede que resulte que, después de todo, sí que existe el Libre Albedrío…
- ¡No lo acepto, me oyes! – se hincó de rodillas mientras comenzaba a llorar nuevamente - No seré tu ramera. No mataré. Prefiero morir yo antes que ser una asesina. He perdido lo que amaba y estaba equivocada. No merece la pena seguir…

Aurora suspiró con suficiencia.

- Medítalo, amiga mía. Andaré cerca de ti. Además, como dice la chica guapa en cierta película “No tienes que representar ningún papel conmigo. No tienes que decir nada ni hacer nada. Sólo silba. Sabes silbar, ¿no? Juntas los labios y soplas”. Como si fueras a dar un casto beso… Por cierto, ya no hacen películas así. Igual que el Porvenir, que tampoco es lo que era…

La tormenta se apaciguaba dando paso a un inquieto sopor, enlutado por los acordes del "Requiem".


IV

Se había quedado dormida sobre el teclado, la aflicción la había dejado agotada. Hay situaciones que llegan para poner nuestro pequeño y frágil mundo del revés, y no podemos explicarnos cómo aguantamos tanto dolor, tanta ausencia. Soñaba que iba cogida de la mano de él, por una playa infinita de cristalinas aguas. Las olas se encrespaban progresivamente para romperse contra la arena y mojar sus pies. Despertó. El ruido del oleaje era el timbre del móvil que se cortó justo antes de contestar. No se escuchaba más que el leve murmullo del viento, contando sus secretos a la luna de la madrugada, obstinada en desarroparse de las livianas sábanas que la cubrían.

Durante unos segundos pensó que todo había formado parte de una mala pesadilla, que se había quedado adormecida mientras trabajaba. Miró a su alrededor aún somnolienta. Los ordenadores se hallaban apagados, no había conectores por medio, tampoco estaba el contenedor… el orden y la limpieza reinaba en todo el sótano, como a él le gustaba frente al concepto de “orden subjetivo” que defendía ella. La débil llama de la esperanza centelleó en su alma… “y si no ha sucedido nada de nada”, se dijo. Gritó el nombre de su pareja y corrió escaleras arriba. Sentía una gran debilidad, como si necesitase un buen desayuno. Entonces vio su propia mano agarrando el picaporte y reparó en sus uñas. Con ellas no podría intervenir a nadie, extremadamente cuidadas y muy largas, nunca las había llevado así. Fue a mirarse en el espejo del vestíbulo, se dio de bruces con esa desconocida que era ella. El rizado cabello, los ojos, los labios, el nuevo y bello cuerpo que la tal Aurora le había concedido sin pedírselo. Sólo unas marcadas ojeras deslucían el conjunto. Seguía instalada en la pesadilla.

Quiso comer algo, aunque no era hambre lo que sentía exactamente. Terminó vomitándolo. Probó con un poquito de pan. Tuvo suerte, su cuerpo lo admitió. Como el agua. La simple visión de la leche le produjo arcadas. Llamaron a la puerta. Atisbó por la mirilla. Eran dos de sus parientes. Se puso unas gafas de sol y abrió. “Estábamos muy preocupados, te esperábamos en el tanatorio pero no llegaste con el cadáver”. Intentó balbucear una respuesta para explicar todo, pero la interrumpieron. “No, Viviana, hace horas que estamos velándole, falta poco para que despunte el día. Le trajeron unos empleados muy extraños, supongo que serán compañeros tuyos del hospital… No dijeron palabra y le entregaron al personal del tanatorio con toda la documentación. Sólo nos faltas tú, bueno, ya sabes, claro… oye, ¿y cuándo has ido a la peluquería?” No respondió. Estaba muy confusa. Les pidió que la aguardasen unos momentos mientras se acicalaba un poco para marcharse con ellos. Pudo oír como se comentaban que “estaba muy cambiada” y la disculpaban por la “conmoción que había sufrido porque se adoraban”. Infirió que Aurora había sido la responsable de que todo estuviese dentro de lo habitual y que nadie sospechase.

Porque no parecía que hubiese nada de qué recelar. No quería ver el cuerpo en el féretro, sin embargo, no lograba explicarse que ningún tanatopráctor advirtiese una sola marca de la apresurada extracción del cerebro de su cavidad natural… Y nadie se dirigió a ella interesándose por ese asunto. Finalmente hizo acopio de fortaleza y se asomó a la cristalera tras la cual reposaba en un ataúd aquel por el que hubiera dado la vida gustosamente. La apariencia era de completo sosiego, como si estuviera sumido en el más tranquilo de los sueños… como si no hubiera sido sometido a una descerebración total. Imaginaba que tendría que estar agradecida a Aurora pero sentía que eludía un castigo justo. No por saltarse la Ética, la ley y protocolos científicos, sino por haber fracasado de una forma tan estúpida. Luego cayó en la cuenta, con amargura, de que quizás sí había sido condenada… Se aterró porque lo que contemplaba al otro lado del cristal era lo que la estaba acechando salvo que ella misma se convirtiese en heraldo de la Parca.

Soportó estoicamente cada una de las horas que precedieron al sepelio. Se esforzó en contener el sensual deseo que la colmaba. Detestaba ese sentimiento que consideraba ajeno a ella pero que la arrastraba en su voluptuosidad cuando besaba en la mejilla a algún hombre que se acercaba a expresarle sus condolencias, cuando percibía el tacto de su piel rozar la suya. La culpabilidad la torturaba por sentir todo eso estando su marido de cuerpo presente. Había decidido resistir. Prefería morir antes que vivir a costa de otras vidas… pero había momentos en que el deseo la hacía flaquear… y luego esa fatiga que contribuía a quebrar su tenacidad. Cuando se despidió el duelo se dirigió precipitadamente a su casa alegando que quería estar sola. Declinó los ofrecimientos de sus familiares que pretendían consolarla con su compañía.

Cerró la puerta a sus espaldas y liberó su aliento como quien deposita una pesada impedimenta en el suelo. Tuvo miedo. La casa se le antojaba una extensa e inabarcable terra incognita desde que Aurora violó su intimidad. Notaba que su desfallecimiento seguía aumentando, optó por darse una ducha y acostarse cuanto antes. Se desnudó y la lascivia recorrió cada uno de sus poros. El agua que se deslizaba por su cuerpo era como los ardientes dedos de un amante entregado. Cayó de rodillas: no sabía si podría aguantar más ese terrible asedio que ambicionaba doblegarla. Se puso un albornoz, pensó que una copa de vino le ayudaría a dormir, como hacía en otras ocasiones, y se lo sirvió con desconfianza porque dudaba que pudiera beber sin vomitarlo, lo mismo que le había ocurrido antes. Tomó un pequeño sorbo… bien. Uno más largo… ni asomo de náuseas. Era insólito que lo único que tolerase su cuerpo en su nueva condición fuera agua, (lo que creía normal), vino y pan, en dosis cortas, más no se atrevía porque las arcadas habían sido extremadamente violentas, como si la comida estuviese emponzoñada, como si perteneciese a un orden de la Naturaleza que ya no era el que le correspondía.

Se tendió sobre su lecho, escenario del ilimitado amor que había recibido. Pensó en muchas cosas antes de que el sueño la venciese. En su progresiva debilidad, en la imposibilidad de comer un bocado; en su nueva imagen, que no había pasado desapercibida pese a que en público no se había despojado de las gafas oscuras ni un instante. Se imaginó viajando a un lugar lejano y exótico, acaso a la playa por la que había paseado en su anterior sueño y sumergirse en sus transparentes aguas para olvidarse de tanto dolor, de tanto recuerdo de la muerte… Sintiendo como la vida cabalgaba a lomos de su corazón.

Tenía la sensación de que llevaba poco tiempo echada. Le costaba moverse, reunió todas sus fuerzas para alcanzar la puerta. Llamaban al timbre exterior con insistencia. Era el director de la sucursal bancaria con una carpeta bajo el brazo. Consultó el reloj… Eran poco más de las dos de la tarde. Sopesó no abrirle, pero supuso que la insistencia se debía a que había visto su automóvil aparcado en la puerta y no en la cochera de casa. Carraspeó para aclarar la voz. “¿Qué desea?”, preguntó a través del telefonillo. “Hola, soy Francisco María Lorenzana, lamento molestarla… traigo unos documentos relacionados con el seguro de vida de su marido… Lamento su pérdida. Es necesario que los firme… estos trámites son muy lentos, le pedirán más papeles e informes, seguramente llevará meses que le transfieran el capital, así que he creído oportuno encargarme de ello para acelerarlo lo que pueda… y también aprovechar para darle el pésame.”

Iba a responder que ya iría ella a firmarlos en otro momento, cuando se sorprendió de que uno de sus dedos estaba pulsando el botón que abría la cancela. No quería recibirle, pero sus manos desobedecían. El hombre agradeció que le atendiese mientras entraba en su casa.

- Gracias por recibirme, venía de realizar otra gestión, – Viviana detectó el engaño – he visto el coche y he pensado que si me firmaba esta documentación podría ahorrarse el desplazamiento hasta la oficina. Nosotros se lo remitiremos a los compañeros de la compañía de seguros, son del mismo grupo financiero que el banco. Así le minimizamos las molestias… Siento lo que ha sucedido.
- Gracias. Vaya, ¿iba con toda esa carpeta “por si acaso” me localizaba aquí? – Se abrió el albornoz con disimulo para dejar a la vista su escote, estaba perdiendo la batalla porque el tono traslucía seducción: su cuerpo no cumplía lo mandado. – Pues ha tenido suerte, acababa de salir del baño, – mintió – aunque no sé quien ha tenido más fortuna… ¿Quiere tomar algo?
- Creo que yo soy el afortunado. – Repuso mientras se ruborizaba al mirar de reojo sus pechos. – No, no voy a beber nada, gracias.
- Siéntese en el sofá… Aquí, a mi lado... – Le indicó, dando unas palmaditas al asiento, mientras ella se ubicaba dejando parte de sus muslos a la vista – y explíqueme bien todo.
- Le dejaré copia – se acomodó en el exiguo espacio que ella le había dejado – Necesitaremos el certificado de defunción, una fotocopia de sus documentos de identidad, un informe médico y si dispone de ello, el de un reconocimiento clínico que no tenga más de doce meses de antigüedad… - Notó el calor de ella mientras se arrimaba cada vez más – Y tiene que firmar esta solicitud, esta declaración jurada… aquí, aquí y aquí, – fue marcando consecutivamente - si pidiesen algo más, ya se lo comunicaría.

Ella se debatía entre el pánico y el instinto. No deseaba arrebatarle su vida pero advertía que la suya se le estaba escapando: presenciar su propio fin era el mayor horror que podía imaginar. La vista se le empezaba a nublar, tenía taquicardia y el latido era completamente arrítmico. Estaba tan alterada que calculaba que no le quedarían más que unos minutos. Su vida o la de él.

- Entonces – Viviana puso la mano sobre su rodilla – con esto bastaría en principio… ¿Podría dejarme su bolígrafo? - Le pidió mirándole fijamente – ¿De verdad que no quiere nada?
- ¿No te han dicho que tienes unos ojos preciosos?...

Viviana se arrojó furiosamente sobre sus labios al tiempo que se sentaba a horcajadas sobre él y le arrancaba la ropa. Atribuyó a la desesperación el renovado vigor que la invadió. Se quedó atónito en un primer momento, pasado este, abrió el albornoz para dejar que sus manos peregrinasen por la suave piel hasta tomar con ansiedad los pechos que apuntaban a su rostro altivamente. Ella buscó con exaltación la espada que le daría la vida para hincársela con deleite y presteza. Perdió la noción del tiempo, se arqueó jadeante al compás de su pasión, culminando en una oleada de placer que la arrastró por completo, como si cada célula de su cuerpo estallase impetuosamente de júbilo.

Después comenzó a llorar… porque estaba muerto. Se separó con espanto mientras se cubría avergonzadamente. Tenía miedo aunque nunca se había encontrado mejor, con tanta plenitud. Se acordó de la frase de Aurora… “Silba”, se ordenó a sí misma. En un extremo del salón se materializó, con la misma expresión burlona que recordaba.

- “El espíritu está presto, pero la carne es débil”… sobre todo si esta en juego el propio pellejo, ¿no?
- ¿En qué me has convertido? – Interpeló con un hilo de voz - ¿qué soy exactamente?
- ¿Realmente importa eso? – replicó con aspereza sentándose al lado del cadáver – Eres invulnerable a la enfermedad y a la muerte. Sólo una completa calcinación podría impedir que te regenerases para seguir tan guapa, y ello es casi imposible porque no lo permitirías, porque posees la fuerza suficiente para impedirlo, como has comprobado. No te quejarás, te hemos hecho un tratamiento de belleza gratuito, ya has visto los efectos que causas...
- Yo sólo veo que he matado a alguien. Soy una asesina.
- Eso es relativo, querida. Los animales, strictu sensu, no son responsables de la muerte de las piezas que se cobran. Te has alimentado de la vida de un chupatintas, en este caso de un carroñero... ¿No lees los periódicos? Sin duda es la denominación que mejor les cuadra a estos, nuestros leales dispensadores de dolor e injusticia. Una pena, ¿qué le vamos a hacer? Estas cosas pasan. Y tú eres una depredadora y has obrado como te dictaban tus instintos, que son los que te mantendrán con vida. Sabrás cuando te engañan para eludir las trampas, y olerás la presa más fácil, como es el caso. – Pasó el brazo por detrás de la cabeza del difunto - Mirando su cara diría que ha tenido una muerte sumamente placentera
- ¿Y qué? Le he asesinado, ¡maldita seas! Habrá dejado familia y a una viuda tan inconsolable como yo. Sólo me aguarda un rosario de muertes a mi paso e infinitos remordimientos. Y además de todo ello me dices que tendrán suerte los “agraciados”… ¿Cómo puedes ser tan cínica? ¿Cómo...
- Porque estás ante alguien que lleva siglos viendo vuestras miserias, entre otras razones. - Le interrumpió poniéndose en pie - Seguramente será eso. Me aburres con tus grotescos lamentos, ¡todos estamos malditos!, ¿es que aún no te has percatado? La puñetera Creación entera es una maldición, un lamentable error. Eres lo que eres, ¡disfrútalo! ¿Acaso tenías tantos escrúpulos cuando se te iba la mano en alguna operación?
- ¡Lo hacía para salvar vidas!
- ¡Bien! Pues ahora es la tuya la que estás salvando, ¡necia! ¿Cuánto más van a durar aquellos que esperan saborear tu piel para llevarse su gusto al infierno? ¿Un año, una década…? Eso es menos que nada, un parpadeo en la Eternidad, ma cherie. Algunos de esos seguirían acostándose contigo aún sabiendo lo que les aguarda… La realidad es que todos están muertos aunque piensen que viven, una mera cuestión de plazo y de oportunidad, y tú, – levantó su dedo índice con autoridad – me servirás cuando te lo pida porque tienes tanto miedo a morir como ellos. Con una diferencia a tu favor, que valorarás en el futuro: tú vivirás, Viviana. Ellos son pasto de la golosa tierra.

Cerró los ojos como si no quisiera escucharla. Tras unos segundos, afirmó…

- Me gustaría devolverle la vida. Ojalá pudiera deshacer el daño…
- Sólo he conocido a Uno que resucitaba. Era impresionante, desde luego. Te vamos a hacer otro favor, aparte de embellecerte y encubrir la casquería de tu marido.- Volvió a mencionarlo con sarcasmo - No te acostumbres… Vamos a adecentarle y a dejarle por ahí. En lo sucesivo te apañarás tú sola. Tienes capacidad para ello. Además, una muerte súbita le puede acaecer a cualquiera, y estos ejecutivos son propensos a ello, más con tantos escándalos y cosas así. Nunca podrán acusarte de nada… me encantan estos racionales tiempos. Su mujercita no se enterará de que le era infiel, lo siento pero no eres la única – añadió mofándose – y pronto encontrará a otro para que le caliente la cama y lo que sea. Viuditas iuvenis, luctus brevis(1). Vuestras biografías se pueden resumir con los nombres de los compañeros de cama que se suceden en lujuriosa procesión.
- Así que, ¿a eso se reduce la vida?
- La vida, querida, es un deplorable fallo de Dios. Sobre todo si es capaz de despertar la conciencia de sus criaturas. Cuando Le convenzamos de ello, - añadió risueña - todo volverá a ser como lo que nunca debió dejar de ser…
- ¿Qué será de mí? ¿Y mis familiares?
- Cariño, tú estás allende de cualquier consideración sobre moral, allende de la vida y de la muerte. Ahora eres una de esas criaturas que vagan por los cuentos, por las leyendas que han asustado al Hombre desde que los hogares velaban sus inquietos sueños, en lo más profundo de las cuevas que los acogían. Os habéis vuelto tan vanidosos que negáis todo aquello que no se puede ver y verificar, y sin embargo vuestros vilipendiados antepasados sabían perfectamente que se hallaban a oscuras en el fondo de esa caverna, hostilizados por una Creación que no era amable y en la que existían seres que no se podían ver, mucho menos entender y sí temer. Ese es el precio que hay que pagar por el Conocimiento… El miedo.
- Sigo sin ver qué relación guarda todo eso conmigo – afirmó mientras se secaba los ojos con el envés de la mano – Yo únicamente aspiraba a tener una vida, el amor, hijos y ver discurrir los años apaciblemente. Para terminar sumida en la sombra del olvido. Nada más. Nada menos… Ahora nunca tendré amor.
- ¡Mírate! – le gritó iracunda – Irradias luz. Ha desaparecido el cerco que afeaba tu mirada. Estás más bella todavía que antes. Eres la más hermosa manifestación de la Vida, porque eres vida. ¿Qué creías, ilusa? La Vida se sustenta de la muerte. No son enemigas. Siempre tiene que morir alguien para que otro viva. Coma vegetales, carne, huevos o pescado, es la muerte de otro lo que permite vivir. El amor es el tercer invitado a la mascarada. Es muy bonito, llevo siglos diciéndolo, hay cosas que existen sólo porque se cree en ellas. Así es esta estafa que llamáis “vida”. Repróchaselo al Responsable, nosotros no queríamos esto… Y tú tampoco porque has desafiado ese statu quo, como nosotros aunque por otros motivos, por eso llamaste mi atención, ya te lo comenté... “¡He ahí al Hombre, que ha llegado a ser como uno de nosotros por el Conocimiento del Bien y del Mal! ¡No vaya ahora a tender su mano y tome del Árbol de la Vida, y comiendo de ello viva para siempre!”(2) ¿No te reconoces? Pues esa mano era la tuya, querida…

Viviana estaba aturdida. Se sentía muy bien físicamente, aunque triste y le apetecía descansar un rato…

- Te sugiero que cojas tu pasaporte y te vayas lejos durante una temporada. La Argentina, Australia, los Estados Unidos, un lugar allende los mares estaría bien, ma cherie, en consonancia con tu nuevo estado. En tu cuarto han dejado un maletín lleno de dinero, no te preocupes, ya te dije que tendrás cuanto puedas desear. Quema tus tarjetas de crédito, no puedes dejar rastro. Pide la excedencia, no levantará suspicacias. De vez en cuando te visitaré. De vez en cuando te encomendaré alguna misión. Si me fallas acabaré contigo. No cometeré errores que se pagan con ingratitud… ¡ah!, Inès – recordó nombrando con acento francés – La Música… Pongamos algo más reciente que Mozart…

Sacó un dispositivo haciendo un juego de manos, aparentemente de la nada. Lo conectó al equipo de música mediante el puerto USB. Empezó a sonar la canción “Eyes without face” de Billy Idol.

- No creo que me necesites en absoluto, Aurora – aseveró con abatimiento – Eres capaz de llevar a término tus propósitos sin ayuda de nadie.
- Gracias, querida, pero tengo mis límites. Nos gusta el fair play, la deportividad y todo eso. ¡Ah! Y alfombrar el Infierno con vuestras almas... Cuando acuda a ti responderás con prontitud. Pasados unos cuantos años tu identidad tendrá que desaparecer, pero es normal, los que conoces lo irán haciendo, uno tras otro, porque la vida es así. Con fecha de caducidad. Y tú podrás seguir bebiendo vino a tu salud… que no te faltará. – Volvió a reír. – Ya has visto lo del pan, el agua y el vino, es una licencia “humorística”…
- ¿Por qué? – inquirió Viviana con interés - ¿Por qué es lo único que no vomito?

Aurora prorrumpió en carcajadas. Destellaron sus tenebrosos ojos con malevolencia al tiempo que declamaba…

- Creen que saben, son desdichados
sin saber que no alcanzan a ver,
dicen más sin estar los ausentes.
Ni vida, ni dolor, podrán detener,
por su ignorancia muy engañados.

Viviana no comprendió los versos. El sol del atardecer, cansado, se recostaba sobre el blanco y mullido almohadón que coronaba la línea del horizonte…


Notas:
1 - "Viudez joven, luto breve"
2 - Génesis, 3, 22.