Los ancianos recordamos mejor los
sucesos más distantes. Puede que no atinemos con la comida que el día nos ha
traído, pero escenas y acontecimientos con más de veinte o treinta años
retornarán a nuestra mente desplegando hasta el menor de sus detalles para
restregarnos dolorosamente lo que fuimos. Es de suponer que la Medicina del
nuevo siglo bautice ese misterio con algún nombre exótico, parece que un
misterio sin nombre es un misterio tan reiterativo que ni existe, lo que
incrementa todavía más su carga de misterio, lo que no deja de tener su aquel.
Es semejante la enfermedad.
Mientras se va incubando al calor de tu propio organismo sin apenas dar la
cara, vives la ficción, con incierta fecha de expiración, de que se está
sano. Tienes una época de dolores, poco intensos y como la cabeza está llena de
otras cosas, y el corazón de remordimientos, se hace caso omiso. Terminan
remitiendo, y piensas que “ya sabía yo que no era nada”. Pasa el tiempo y un
buen día te sorprende una ligera molestia, ni siquiera lo tomas como
padecimiento. Sin saber el porqué esa vez, pero tranquilo, vas al médico con la
certeza de que es un no-es-nada, como la ocasión anterior. El galeno se
enmascara con un gesto de gravedad que no entiendes pero intentas amortiguar,
por pura ansiedad, con chascarrillos que nadie, ni siquiera uno mismo, es capaz
de saludar con humor. Te hacen pruebas. Y pruebas. Y más pruebas. Y la visita
de un rato se convierte en todo el día con la alarma que supone escuchar, “no
será nada pero tenemos que descartar”. Sin embargo no hay descartes que
valgan porque entre los naipes que se han repartido te ha tocado en suerte el
único comodín que te va a mandar al Otro Barrio. “Tiene una neoplasia muy
agresiva y avanzada”, te dicen con voz baja eludiendo un término más
contundente. O lo que sería lo mismo, “tiene usted un cáncer tan grande como el
Golden Gate y sus posibilidades de supervivencia son nulas, apenas le
quedan un par de semanas de vida... Es conveniente que arregle papeles
cuanto antes”. Se agradece tener las cosas claras cuando el futuro se
ennegrece, al menos en esta existencia; a buena cuenta, no somos nada.
No me quejo. Es lógico que la
Muerte se acuerde de uno cuando ya eres un octogenario. Hasta me considero
afortunado porque, como sólo duele lo que tiene vida, al estar medio muerto
disfruto de unos cuidados paliativos mínimos. Algún acceso de una invencible
somnolencia, presagio del sueño eterno quizás. Pero no. No será así. Tengo para
mí que será como un amanecer, como si la vida entera hubiera sido un largo
sueño, que ya lo sospechaba el gran Calderón de la Barca, y la muerte viniera a
despertarnos para disfrutarlo. Además, todas las personas que he admirado y
querido ya han muerto, menos una que no sé donde ni como está y a la que debo
el ser otra persona. Por eso siento cierto alivio porque queda menos para
reunirme con ellos para iniciar una larga, distendida y enriquecedora
conversación sin relojes, ni deberes, ni fatigas, ni servidumbres que nos
distraigan. Efectivamente, creo que hay algo más allá, y que no será
malo, aunque merezca ser acreedor de ello. Cuando era joven agradecía de veras
que no tuviese que despedirme de nadie cuando viajaba por América porque
detestaba esos ensayos de la muerte que son las despedidas. Y entonces la
Ciencia era toda una industria, había fondos y recursos casi ilimitados después
de la segunda guerra mundial hasta entrada la década de los setenta. La
fantasía de la Cornu Copia (1) para el científico doctorado por
Princeton que aún soy. Que supongo que lo seguiré siendo allá donde esté,
aunque ya no tendrá mucho sentido porque presiento que todas las respuestas nos
serán dadas y si no es así, al menos tampoco tendrá mucho sentido hacerse las
preguntas con las que nos torturamos en este Valle de Lágrimas.
Princeton. En aquellos tiempos el
Universo nos resultaba manejable. Mi primer año de carrera fue el último
que Einstein impartió clase aunque su sombra, emérita, era sumamente
alargada. Un referente que impresiona, el mayor genio científico desde Newton,
y como él mismo, la demostración más tangible de que no solamente no somos
perfectos, es que no somos nada. La mayoría ve discurrir el tiempo de su
existencia sin grandes conflictos morales. En realidad sin conflictos de ningún
tipo. Nacen, crecen, conocen a la persona con la que tendrán hijos, los ven
crecer y un mal día pisan la trampilla sin pestillo que les lleva a ese Otro
Lugar que presumo más feliz que este. Cierto que sufren los problemas
cotidianos que hacen entretenida la vida. Pero no se debaten con espanto
entre el respeto a la Vida del Hombre que profesan y la incongruencia de
participar en un Programa para concebir y fabricar la bomba atómica, que
desintegrará, calcinará y segará, indiscriminadamente, la vida de cientos de
miles de seres humanos, por poner un ejemplo. Y lo más clamoroso: Que esos Programas tienen una responsabilidad
difusa porque no sabemos, ni siquiera los que hemos ayudado a su
desarrollo, quienes son las personas o grupos que los inspiraban.
Otro, muy ilustrativo, es la
persecución del bello Ideal que implica la erradicación de la enfermedad como
fuente de sufrimiento mientras se combina material genético de distintas
especies al margen del menor indicio deontológico, del menor atisbo de Ética.
Eso por no hablar de que se aniquile una afección (la Viruela) pero que se
conserve el agente vírico que la causaba, máxime teniendo en cuenta que se ha
perdido la memoria inmunológica... ¿Con qué fin? Dicen que el infierno está
empedrado de buenas intenciones, pero me atrevo a añadir que se decora con las
peores. Ciertamente, yo me he ganado andar por ese pavimento. Porque formé
parte, como brillante co-director, del equipo que llevó el éxito al “Proyecto
Eve”, para fabricar, más bien cosechar, una Humanidad que fuera reemplazable,
asépticamente, cuyo número pudiese aumentarse o disminuirse y, por supuesto,
perfeccionarse con radicalidad eugenésica. Una subsociedad de leales y dóciles
servidores sin vínculos parentales y/o afectivos de ninguna clase, sin casi
recuerdos, sin pesares y sin pensares. Meros robots de carne, disciplinados y
con una interfaz admisible para el ser humano, no como esos engendros metálicos
de la Ciencia-Ficción. Y lo mejor para alguien: Que Dios no habría
tenido nada que ver en ello, sino incluso al contrario. Aunque la tapadera,
como prioritaria, era la Guerra Fría. El dinero de los contribuyentes, que el
Gobierno nos entregaba generosamente para investigar y experimentar, tenía como
objetivo infiltrar elementos sacrificables de alto rendimiento
tras el Telón de Acero. Era una especie de carrera: Sabíamos que otros
proyectos estaban en marcha ya cuando nosotros comenzamos a mediados de los
sesenta. Los había de todo tipo, enumeraré los que peregrinan por Internet, los
otros aún duermen en su pesadilla, tan inimaginables que ello mismo asegura su
secreto: Programas para controlar el clima, para controlar
sectores económicos, para controlar nuevos materiales, para controlar
el espacio, Proyectos de control mental, de control de masas... Control
y más control. Toda una delirante y paranoide fantasía de omnipotencia.
Resulta que nuestra juventud había sido diezmada en los campos de batalla de
Europa y del Pacífico por una mítica Libertad que se convirtió en secundaria,
precisamente para combatir a esos enemigos de nuestras libertades que también
se afanaban en sus propios disparates. Ya he dicho que muchos de nosotros
estábamos bajo un agobiante debate moral.
A pesar de ello, el factor
aleatorio, cuántico si se quiere llamar de ese modo, mostró tercamente
su rebeldía ante cualquier intento de control, como si el Libre Albedrío
fuese la fuerza más poderosa a la que nos enfrentábamos y se negase a obedecer
las directrices de las teorías que cimentaban los propósitos de los altos
funcionarios que dirigían las siglas que nos proveían de fondos. Nuestros
rotundos éxitos y avances pronto empezaban a mostrar peculiaridades y complicaciones
no previstas. Y los políticos, seguidos de esos directores en compañía de
numerosos benefactores patrióticos con incalculables fortunas, que también
pululaban por las agencias gubernamentales que nos cobijaban, se pusieron
nerviosos porque el dinero era finito y había quienes exigían un riguroso
seguimiento de sus múltiples aplicaciones. Tan finito como para que esos
funcionarios, más refractarios a corromperse, cuestionasen su destino
realizando indagaciones no deseadas; y tan finito que sobornar a periodistas
para que cerrasen la boca se tornaba labor dificultosa ya que liquidarlos no
garantizaba que el secreto de turno no terminase saliendo a la luz.
La Luz... La
luz. Mis primeros recuerdos están bañados por la luz de España. Yo nací y crecí
allí. No había cumplido los diez años cuando el lúcido presentimiento de mi
padre respecto a una guerra civil nos llevó a los Estados Unidos puesto que él,
un mediocre profesor que sabía inglés, no lo era tanto como para no obtener un
modesto trabajo en plena Gran Depresión, durante el primer mandato Roosevelt.
Mi abnegada madre hubiese preferido algo más cercano a la demente Europa que se
precipitaba hacia la II guerra mundial, pero mi progenitor fue tajante: “Europa
está muerta, querida, no volverá a ser ni la sombra de lo que fue, porque tras
los héroes y los filósofos siempre vienen los carroñeros”. Esas fueron sus
palabras exactas, luego supe, cuando ya me faltaban ambos y a tenor de la
propia experiencia que da la Era en que se vive, que “carroñeros” debían de ser
los mercaderes y usureros que hicieron de la cuna de Aristóteles, Virgilio,
Séneca, santo Tomás de Aquino y tantísimos otros, un estercolero donde todo
tenía un precio por no tener valor nada, y ya no se veía el menor recuerdo de
algo parecido al Honor. Así que mi señor padre tuvo una gran corazonada cuando
sacó a su familia del Viejo Continente. Y ni que decir sobre lo de sustraernos
del cainismo que sufría la vetusta España, incapaz de espantar sus demonios
desde los tiempos del incompetente de Carlos IV. Pese a espejismos pasajeros,
pese a las mentiras sabidas, volvía una y otra vez a la tradicional política de
prostíbulo, taberna y compadreo de mandiles, acaso por el propio convencimiento
de sus electores, que creen no merecer nada mejor por creerse el taimado y
felón bulo de que no tienen un país al que defender. Esa es la peor de las
derrotas, la que no se da en un campo de batalla, sino en el corazón y en el
espíritu de aquellos que deberían batirse, si no por pundonor, hombría de bien
y vergüenza torera, sí por un porvenir para sus hijos. La razón última de un
simple y humilde profesor que arrojó la toalla en el otoño de 1934 y llegó a la
conclusión de que España no tenía remedio, por lo que era incompatible con el
bienestar de los suyos. Acertó.
Atinar o errar
suele ser una cuestión de perspectiva. De contemplar desde un punto de vista
adecuado que te permita intuir la evolución, o degeneración, de las
circunstancias para mejor tomar la decisión que nos corresponda. No me gusta
ejercitar, ni imaginar, lo que hubiese sido una historia alternativa, no tarda
uno en meterse en paradójicos callejones sin salida, en sofismas insostenibles
porque se piensa en situaciones complejas y pretéritas desde una atalaya
ventajista por la misma razón que no se puede regresar a los veinte años
sabiendo lo que sabemos ahora para enmendar entuertos: Es un juego tramposo.
Así que asumo mi Gran Error, sin paliativos y sin atenuantes porque podría
haber contestado un simple y categórico “no” a esos optimistas y entusiastas
enviados del Gobierno que me propusieron formar parte del equipo que acometería
el Programa “Eve”. Es notorio que me habría evitado muchos sinsabores, habría
impedido que se derramaran muchas lágrimas de una inocente y no habría perdido
mi alma, que es lo que sucede cuando se entra en tratos con el demonio.
Llevaba muchos
días pensando en ella. No volví a saber nada de Eva desde que se escapó en
1992, cuando alguien del Gobierno, o de los que dirigen al Gobierno, tomó la
determinación de cerrar el Programa y “secuestrar” todos los archivos y
ficheros con la información, pagando a periodistas y expertos para que negasen
la existencia de “Eva”, el protocolo de
costumbre cuando algo existe de veras. Y, créanlo, el simple hecho de que tenga
nombre ya lo hace real. No saben hasta qué punto.
Hace muchas
noches que el anciano no concilia el sueño porque teme y sabe, porque así se lo
han afirmado los médicos, que llegará el momento en que no despertará más, al
menos en esta existencia. Así que, por puro pánico, mantiene la vigilia. Cuando
le vence el sueño, a breves intervalos, sale de ese estado con el corazón
palpitándole en la boca. De ese modo se cerciora de que sigue con vida... Unas
horas, unos días más acaso. No mucho. Está desahuciado. Sin embargo, más que el
terror a lo Desconocido, que siempre ha atormentado los pasos del Hombre, lo
que teme es marcharse sin haber tenido la ocasión de reparar un daño, un
perjuicio que le pesa terriblemente y que contrasta con el espectacular
horizonte que ve todos los días desde Conzelman Road, con la Bahía de
San Francisco a su izquierda y la inmensidad del Océano Pacífico a su derecha.
Facilitar una huida no es redención suficiente cuando únicamente aguarda la
soledad y ser perseguida por unos sabuesos rabiosos. Aunque siempre es mejor la
libertad que un ataúd de hormigón en el fondo del mar.
Realmente fue
como si estuviese esperando a alguien. No es habitual que llamen a la puerta de
tu casa a las cuatro y pico de la madrugada, sabía que no sería el lechero al
que se refería Churchill (2), ni tampoco ese grupo de agentes especiales
que no existen pero que pagan los contribuyentes para defender la
Democracia al estilo de los totalitarismos del Gulag. Un completo sinsentido
como tantos otros de una Humanidad que ya tiene muy poco de “humana”. Abrió la
puerta sin mirar por la pantalla, arriesgado al estar solo pero sin miedo
porque cuando nada se tiene que perder, se tiene mucho por ganar.
Como fue, en
efecto. Era cierto que Dios siempre concede una última oportunidad. Allí estaba
Eva. Su sonrisa le cegó hasta hacerle llorar de emoción. Venía con un hombre,
un cincuentón bien vestido que fumaba en pipa, eso disipó sus temores de que
fuese un agente de lo-que-fuera. No podía creerlo. Eva había logrado dar
con él. Se fundieron en un abrazo y sollozaron durante unos minutos que le
parecieron interminables a su improvisado guardaespaldas, ahora silente como
paciente convidado de piedra. El viejo daba gracias a Dios en español mientras
cogía entre sus manos el rostro de Eva, que reía emocionada, sin saber qué
responder cuando le preguntó por el milagro de estar más de veinte años como
prófuga del Gobierno, su legítimo propietario sobre el papel.
El anciano recuperó la compostura
y tendió la mano al hombre que había apagado la pipa y guardado en una funda
negra de piel. Le habló en español instintivamente, quizás porque sus palabras
ya brotaban directamente del alma...
- Me llamo Briante, Andrés
Briante, pero los amigos, usted ya lo es por venir con Eva, me llaman “Andy”...
- Jesse Atkinson, – la estrechó
cordialmente – soy psiquiatra, en Los Angeles. Y no sé bien la razón que me ha
traído hasta aquí, he conocido a Eva esta tarde. Ella no ha contado gran cosa,
ni allí, ni en el viaje.
Eva bajó la cabeza, como si la
humillación de ser lo que era pesase más en su ánimo que la gratitud que sentía
hacía su inesperado ángel de la guarda. A Briante no se le escapó el detalle.
- Soy un desconsiderado. Por
favor, tomad asiento... Tantas millas y no he ofrecido nada. ¿Os apetece tomar
algo antes de... entrar en materia?
El doctor Atkinson negó con la
cabeza. Eva musitó un preocupado “no, gracias”, mientras parecía escrutar al
científico. Súbitamente, le agarró de la mano y le espetó “¡Estás enfermo!”.
- No, mi querida Eva. No estoy
enfermo. Me estoy muriendo, no me queda mucho. Por eso hay que tener premura.
La mujer rompió a llorar
desconsolada, ante el asombro del psiquiatra, que no había llegado tan lejos en
sus suposiciones. Evidentemente, el aspecto de Briante, demacrado, tembloroso,
pálido y ojeroso, no era la imagen de una persona sana, pero no había inferido
la auténtica gravedad de su estado.
- Bueno, bueno... - Abrazó
suavemente a la chica – Esto es algo que le pasa a cualquiera – Ironizó –
Tenemos que hablar mucho, y no hay casi tiempo. Y tú, – se dirigió a Jesse –
tendrás muchas dudas. Es la hora de la verdad. Hay multitud de cosas que no
sabes, Eva, por tu propia seguridad. Así que comenzaré...
Fue en la primavera de 1966. A mi me reclutaron en
diciembre del ’65, me dijeron que aún faltaban unos cuantos para completar el
cuadro de recursos humanos. Se hicieron de rogar más que yo, porque no recibí
la orden de incorporarme hasta finales de abril del año siguiente. Mi cargo era
el de co-director del Programa, en realidad el director científico, estaban muy
satisfechos, incluso perplejos, ante mis conclusiones sobre las consecuencias
de la interacción de la observación en el cálculo cuántico y las variaciones de
la Termodinámica en “contextos” específicos, junto a otros trabajos y estudios,
que en su día fuero un hito de la Física hasta que se retiraron de la
circulación para que no pudiesen ser de utilidad para nadie más.
Como es lo normal en estos casos, establecimos una serie
de axiomas sobre los que se fundamentaría todo la arquitectura teórica del
Programa. El nombre de “Eve” vino dado por la película “All about Eve”(3) y por
las implicaciones bíblicas, Eva fue la primera mujer creada y a algún gracioso
con mucha arrogancia le pareció adecuado que la primera de su “especie” se
llamase del mismo modo. Estábamos jugando a ser como Dios, pero “contra” Dios.
Creo que esa tentación la hemos padecido todos los que nos llamamos
“científicos”. También porque estábamos en la “víspera” de Algo muy grande, y
porque fonéticamente es muy parecido al inicio de una frase condicional en
inglés (4)...
Tardamos años en diseñar la cápsula. Lo denominábamos
“útero” en clave, estaban obsesionados porque los soviéticos no se hiciesen con
ningún dato. Y cuando la acabamos, tuvimos que reconstruirla un par de veces
porque reventó en sendos intentos frustrados, no era capaz de soportar tanta
aportación de energía. Murieron varios compañeros. No obstante, teníamos vedado
fracasar y no sería por dinero. Estudiábamos meticulosamente las causas de los
fallos y los corregíamos. La problemática principal es que precisábamos tal
cantidad de energía durante unos milisegundos que el experimento se tornaba
inestable por no alcanzar un mínimo umbral de seguridad que garantizase el
éxito...
Sin embargo, lo logramos. “Eve”
salió de la cápsula. No me dio la gana llamarla así, decidí renombrarla en mi español materno. “Eva”, como en el Génesis. Nació en medio del tumulto que se organizó
porque fundimos la central nuclear de Harrisburg como consecuencia del
Experimento. Seguro que recordará – se dirigió expresamente a Atkinson –
el accidente nuclear de Three Mile Island. Nunca se explicó con claridad lo que
sucedió. Ahora lo sabe: Está sentada junto a usted. Los soviéticos reventaron
Chernobil con otro “experimento” casi seis años justos después... ¿Nunca se ha
preguntado como unas instalaciones concebidas para soportar un agresivo
bombardeo, con unos procedimientos de seguridad exhaustivos, pueden “fallar”
misteriosamente? Si intuitivamente no le convencen unas explicaciones
“oficiales”, es porque siempre hay otras “oficiosas”, y veraces, que quieren
ocultar. No deje de investigarlas. No permita que le engañen. Si hay una
definición de “Poder” político desde hace décadas, podría ser esa: Mentir compulsivamente para
perpetuarse en su ejercicio.
El psiquiatra se
arrellanó en el sofá. No podía creerlo. Es como si siempre te hubieran dicho
que el infierno no tenía puertas y alguien, de un manotazo, te mostrase que no
solamente existen, sino que además están abiertas de par en par.
- Pero, ¿por qué? ¿Quién
es ella en realidad?
- El Mal no precisa una razón. No
la busque. Caerá en su juego porque justificar y racionalizar es fácil. Encontrarán
cinco pies al gato, y si necesitasen siete, también los tendrá. Ella recibió el
“apellido” de Nemo 1. Entonces, las máquinas de escribir poseían el mismo grafo
para el uno que para la “L” minúscula. Y se convirtió en “Nemol”. “Eva Nadie
Uno”, no me dirá que esos a quienes servíamos no tenían un concepto muy sui
generis del humor...
- Sí, no me había percatado...
Pero no es eso a lo que me refiero. Si ha sido engendrada sin participación de
una mujer y un hombre, ¿Cómo es que es?
Briante sabía que habían llegado
a la cuestión fundamental. Una confesión no es tal si no es completa. Hasta el
final...
Hitler, entre otras muchas
cosas, era un experto ocultista. En sus ires y venires entre Viena y Munich
llegó a sus oídos que algunos estudiosos judíos de Praga habían logrado, a lo
largo de los siglos, crear una entidad personal “ex nihilo”, - Atkinson
recordó esa frase en el diálogo que había mantenido con Eva hacía escasas
horas. - como un fantasma de carne y hueso. Lo llamaban “Golem”. Cuando
llegó al Poder, en 1933, se propuso emularlos. Fracasó una y otra vez y
finalmente, con la guerra ya en contra, canceló esas “actividades”... En enero
de 1945, tropas del general Patton capturaron a herr von Müller, el director
del “Proyecto”, y se hicieron con sus apuntes. Procuraron “reclutarle”, como
hicieron con von Braun y algunos más, pero se mantuvo leal al Reich hasta el
último momento y se envenenó con la tinta de sus propios escritos. Los pidió
fingiendo que iba a colaborar, le dejaron a solas para “concentrarse mejor” y
se empachó con ellos. Durante años había mezclado la tinta de su pluma
estilográfica “Waterman” con cianuro para suicidarse engullendo sus propios
documentos si caía en manos del enemigo. De esa forma evitó cooperar con los
Estados Unidos. La primera impresión de los agentes de la OSS (5) es que se
trataba de otra descabellada idea que se traían entre manos los alemanes para
ganar la guerra. Alemania, paradigma de la Filosofía racionalista, barajando
una interpretación del mundo que distaba de ser “razonable”. No porque lo sea
verdaderamente, que no lo es, no... Mire, no se fíe nunca del Racionalismo: Las
peores pesadillas del Hombre suelen tener un esquema ideológico de lo más
“científico” y racional.
Pero abandonemos esa truculenta historia. Hubo uno de
esos agentes que se quedó con el “concepto”. Únicamente podía fiarse de su
memoria, más que suficiente para los primeros esbozos. Y desde ese punto
llegamos a Eva. Ella es una “tulpa”, un paso más allá de un simple “golem”, una
representación imaginada que ha cobrado vida, que se ha encarnado gracias a uno
de los resquicios que la Física va descubriendo “públicamente” pero que
nosotros ya conocíamos en 1979. Ella es más humana que muchos de nosotros. La
única diferencia anatómica respecto a un ser humano es que no tiene ombligo, y
su material genético es, por decirlo de alguna manera, “nuevo”, no sabemos la manera en que evolucionará. Y que no
envejece lo que hace que su memoria sea ligeramente “oscilante”. Digamos que
fluctúa, recuerda, olvida, vuelve a recordar, sin que ello afecte a su
personalidad. Casi es lo que nos pasa a todos, ¿no? En lo demás es una mujer
absolutamente normal, eso sí, con una intuición descomunal. No sabemos mucho
más porque en los trece años que estuvo bajo permanente examen jamás dejó de
asombrarnos por lo que significaba: Nada menos que la Materia subordinada a lo
intangible, sustentada en la voluntad del espíritu como fuerza creadora y nada
de nada respecto a que la única realidad sea la palpable. No obstante, en 1992
uno de “ellos” decidió cerrar el Programa. América estaba sacudida por una
crisis económica y la Unión Soviética ya había capitulado desapareciendo de los
mapas. Se nos dio la orden de destruirlo todo y de “deshacernos” de Eva... Eva.
El viejo miró tiernamente
a la mujer, que le cogió la mano y la llevó a su cálida mejilla. Una lágrima
tembló en uno de los párpados del científico.
No he conocido a nadie con mejor corazón que ella. – Señaló a la chica con su mentón – No porque
fuera “definida” de ese modo... Nosotros sólo establecimos que su sexo sería
femenino, si hubiéramos impuesto más variables, más energía habríamos requerido
y más probabilidades de fracaso hubiéramos tenido. ¿Por qué? Porque los que
mandaban quisieron que fuera así. Salvo eso, todo lo demás quedó en manos del
azar, de la aleatoriedad de un proceso que nunca comprendimos en su totalidad.
Éramos como el niño que sabe que se enciende la luz al accionar un
interruptor... No le pida a un niño que explique la manera en que la
electricidad llega a la bombilla. Como el aprendiz de un brujo, que parlotea
abracadabras y dibuja monigotes en el éter ignorando la magnitud y la
trascendencia de sus actos. Ella es incapaz de hacerle daño a nadie. Supongo
que en estos veinte años su sufrimiento y su soledad ha sido inconmensurable... “Mirad que
os envío como ovejas en medio de lobos” (6) y habrá tenido que ser prudente
como la serpiente y sencilla como la paloma, a la fuerza, para sobrevivir. El
caso es que la situación se descontroló. Fui despidiendo a los colaboradores
discretamente, mi intención era facilitarle la huida al extranjero. Hasta que
apareció un agente especial con instrucciones para llevársela Dios sabe donde,
aunque es presumible. Y ahí me negué. Apenas tuve tiempo para bautizarla, en
casos desesperados es admisible, dentro de mi recuperada fe católica y
entregarle un pequeño Rosario, que quería regalarle en otra ocasión más
apropiada. Ella escapó en la confusión y yo fui “arrestado”. Puede imaginarse
lo kafkiana que resultó mi “detención” porque no hubo cargos contra mí, ni
juicio... Meses después me soltaron desde un coche en marcha, en medio de
ningún lugar, en Nuevo Méjico, y magullado decidí que ya había” contribuido”
bastante para convertir en un solar este regalo de Dios que tanto maltratamos.
Dejé el apartamento alquilado, el sitio al que seguramente habría acudido Eva
tras su fuga pero en el que no me hallaría – la
joven asintió levemente – por estar “retenido”, y me mudé aquí para
vivir de lo mucho que me pagaron cuando trabajé para ellos. Demasiado tarde
para formar una familia... Demasiado tarde para todo menos para el
remordimiento porque me consumía desconocer el paradero de Eva. Intenté dar con
ella, pero no lo conseguí... Porque bien mirado, Eva es mi familia. Ella me
demostró que todos somos un milagro, pequeño, humilde, frágil, pero también
deslumbrante, admirable, indescriptible, porque “somos nada”, sí, pero “somos”
al cabo y “somos” nacidos de la nada, también como ella misma. Nadie nos espera
cuando no estamos pero también es seguro que somos la expresión última de un
acto de amor, la voluntad, la Creación en su grado máximo. Ella no fue fruto
del amor, no tuvo padres que la mimasen, no disfrutó del calor de un hogar,
sino un frío laboratorio y unos desabridos científicos que no tenían ni idea de
lo que pasaba. Por eso es más insólito aún que sólo haya dejado puro amor allí
por donde ha pasado. No me lo ha dicho nadie, lo sé. La conozco muy bien.
Ambos se sonrieron. El
anciano se disculpó y se ausentó unos minutos. El doctor Atkinson porque estaba
abrumado por un experimento sin parangón en la historia de la Ciencia, y Eva
porque seguía embargada por la emoción de haber logrado reencontrarse con Andy
Briante. No se dijeron nada. El físico regresó fatigosamente, con una carpeta
que contenía unos documentos, que entregó a la chica, se sentó con gran
esfuerzo y prosiguió...
No cuento estos sucesos como lamento, sigo pensando que
me lo tenía merecido. Cuando alguien mete un crótalo en su lecho no puede
lamentarse de que acabe picándole. Uno tiene que ser consecuente con sus errores.
Tengo claro, porque ya he visto y vivido mucho, que los gobiernos, los estados no son patriotas, no miran por el bien de sus nacionales, ya sean del color político que sean, en el país que sea, es lo mismo, porque van a lo
suyo, que es vivir a costa del trabajo de los demás y procurar por todos los
medios que la gente permanezca engañada en un estado letárgico para que no
moleste. Sirven a sus intereses. Y a "otros". Ya se lo he dicho antes. Todo es una estafa, una mentira, mucho más descarada y descarnada, como alegoría de la muerte, en este siglo XXI. Si un día
llegan a la convicción de que John Doe (7) resulta ser un fastidio, un
obstáculo para sus fines, o simplemente es más “conveniente” su eliminación, el
amigo Johnny tendrá las horas contadas sin importarles que pague su sueldo y todos sus caros privilegios a través de los impuestos. Así que hay que manejar su miedo,
porque lo que más temen es que un escándalo remueva y movilice a la sociedad civil y la
“despierte”. Ese escenario les da pánico, suponiendo que en el país de turno exista algo similar a
una sociedad civil, que esté vertebrada y que tenga unos principios cristianos suficientemente sólidos como para conmoverse ante un “sindiós”. Y yo poseo esa
información, puesta a buen recaudo, lejos de aquí. Si pasa algo “no natural”,
todo saldrá en Internet, desde un servidor al que no podrán censurar. Los
periódicos están en su nómina, sálvese el que pueda porque no sé de ninguno que
sea genuinamente independiente... Desde ahora tu nombre es Eva Briante, como
puedes ver en los documentos, eres mi hija y lo que poseo es para ti. He
cursado indicaciones irrevocables para que todo sea conocido hasta en sus
menores detalles si pasa cualquier eventualidad, accidental o no. Ya nadie te perseguirá
más, hijita mía, que Dios te bendiga... Ahora quiero dormir para “despertar”,
creo que ya he hecho lo que me faltaba. ¿Sabe una cosa, doctor Atkinson? “Lo
más increíble de los milagros es que ocurren” (8)...
Y cerró los ojos. Su mano derecha
cayó pesadamente a un lado. Jesse vió en ella, firmemente asido, un Rosario,
idéntico al que llevaba Eva consigo.
Las nubes se apartaban
reverentemente para que pasase el resplandor del sol, delicadamente, imponentemente, como los primeros acordes del "Ave María" de Schubert.
Amanecía...
NOTAS:
(1) Cornu copia: Cuerno de
la abundancia.
(2) “La democracia es el sistema político en el cual, cuando
alguien llama a la puerta de calle a la seis de la mañana, se sabe que es el
lechero." Frase de
Winston Churchill.
(3) “Eva al desnudo” se tituló en
España, película de 1950.
(4) En inglés “víspera” se
traduce como “eve” y la conjunción “si” como “if”, que se pronuncian de forma
parecida.
(5) O.S.S.: Office of
Strategic Services, Oficina de Servicios Estratégicos, precedente de la
C.I.A.
(6) Mateo, 10, versículo 16.
(7) Juan Nadie, fulano de tal, una
persona cualquiera.
(8) Frase de G.K. Chesterton