Todo acaeció en el tórrido agosto de 202…
Guarrespolén es un pueblo escondido entre las últimas montañas que velan el Océano
Atlántico a los impresionables ojos de quienes gustan de creer que viven en la
mejor de las realidades posibles; en ese norte español que siempre parece
despertarse en el sueño más disparatado, quizás concebido por Valle-Inclán, por
Borges o por Bécquer que, para esto de las pesadillas, los autores del norte
nacen donde les viene a dar en gana.
Un somnoliento conductor, de nombre Juanín,
cruzaba la madrugada por la solitaria carretera que atraviesa su término
municipal, en su viejo vehículo. El hombre no estaba de vacaciones, ni las
esperaba, que en el nuevo y competitivo mercado laboral que habían configurado
las preclaras mentes que nunca se habían ganado el pan con el sudor de sus
mentes, lo de las vacaciones era un abuso intolerable. Así que, diligente tras
su agotadora y breve jornada de doce horas, se dirigía a su cercano domicilio
que distaba unos cincuenta kilómetros de la empresa donde colaboraba por un
sueldo justo. Muy justito para ir tirando y rezando para que no le viniese
ningún imprevisto porque lo de ahorrar era tan hilarante como lo de las
vacaciones.
Iba pensando en sus cosas, en sus miserias
cotidianas. En los días que le faltaban para cobrar el salario y tapar algo los
huecos de su frigorífico, que parecía un bloque de nichos con los cadáveres en
excedencia, que no se diga que la Eternidad no lo permite. O en si sería capaz
de estirar el gasóleo de su depósito para no tener que repostar, que las
distribuidoras de combustible tenían el detalle de no menguar su precio cuando petróleo
baja mientras que son raudos si este incrementa sus cifras, al igual que la
voracidad fiscal del Estado, acaso para que el consumidor considerase en su
debida medida el coste del magnífico progreso que se disfruta, ya se sabe que
no se valora adecuadamente lo que es barato. En todas esas cosas iba cavilando
el buen hombre, que ya se encarga quien sea de llenarnos las ideas de basura
para que no reparemos en lo Fundamental.
Fue en el punto kilométrico 6,660, justo
después de tomar una curva a la izquierda y de que la carretera se enderezase
inquieta por salir de la frondosa espesura que engullía inmisericorde casi todo
su recorrido. La Luna estaba en cuarto menguante y apenas lograba alumbrar lo
suficiente para crear esas dudosas sombras que el Plenilunio proyecta para
inducir a la locura, y que tanto conocemos los que hemos estado durmiendo (o
intentándolo) al raso, en el monte.
Cambió de marcha para acelerar, llegar a casa
cuanto antes ya resultaba acuciante por la fatiga y el sueño que le bufaba
furioso, por cobrarse otra víctima, en su cogote. Al principio creyó que se trataba
del reflectante impactado por las luces de su coche, de un blanco
resplandeciente, luego pensó que el parabrisas le jugaba una mala pasada, acaso
por algún gran insecto estampado contra el cristal. Pero no, no era nada de
eso. Era la silueta de una persona, de una joven con un largo vestido blanco,
quizás de color crudo, de estilo un poco hippie, sin bolso, la escasa brisa
movía el vuelo de su ropa con señorial donaire. Iba caminando por el arcén, a
la derecha de la carretera, al contrario de lo que prescribe el Código de la
Circulación, que nuestros servidores públicos siempre, siempre, siempre, están
cuidando el bienestar del ciudadano; y nunca, nunca, nunca se rigen por el afán
de sablear su bolsillo, faltaría más, dada la legendaria buena voluntad de
nuestros políticos.
Eran las tres y once minutos. Levantó el pie
del pedal del acelerador y el vehículo fue perdiendo velocidad hasta llegar a
la altura de la chica, que era sumamente sorprendente, por inusual, que una
señorita anduviese en soledad por una carretera secundaria tan a deshora y por
esos andurriales del Señor. Mientras el coche se iba deteniendo la observó con
mayor detalle, no tendría más de veinticinco primaveras, morena de largos
cabellos, con proporcionado talle y ese vaporoso vestido que tanto espacio
dejaba a la masculina imaginación. Bajó la ventanilla…
- Buenas noches, señorita, ¿necesita ayuda?
- Hola, guapo, - le respondió sonriendo – voy a
Miralmés. Me harías un gran favor si me acercas…
- Eso le pilla lejos para ir a pie… Claro que
sí, mujer, suba que yo también voy allí, es mi pueblo… - La señorita se subió
al vehículo y se sentó en el asiento del copiloto. – No la he visto nunca por
aquí, si me permite la indiscreción, ¿está en Guarrespolén de vacaciones?
- Algo así… - Contestó enigmática. – Fue una
suerte que pasases y me vieses… - Añadió con el acento propio de la región.
- ¿Cómo no habría de verla? Es usted muy guapa,
si no le ofende el cumplido. Es que tiene nuestro acentín, pero no la recuerdo… ¿Tiene familia aquí? ¿Acaso es usted
la chica de los “Marciales”?
- No me ofendo, gracias… No sé quiénes son los
“Marciales” de los que me hablas... Tienes un coche muy moderno…
Pensó que le estaba tomando el pelo y le siguió
la broma, al tiempo que enfilaba una larga curva a la derecha.
- Mujer, si le quita los treinta años que
tiene, sería de ayer mismo.
- ¿Treinta años? No puede ser… No puede ser... –
Repitió azorada, para exclamar acto seguido, - ¡Por Dios, ten cuidado con esta
curva!
Hizo ademán de cogerle el volante con su mano
izquierda, tan nívea que jamás había visto nada semejante. El automóvil derrapó
y frenó bruscamente en medio de la calzada. Ella ya no estaba.
Puso las luces de emergencia y se apeó
apresuradamente, por ver adónde podría haberse escabullido la joven… Pero,
¿cómo lo habría hecho?
Estuvo buscando con la mirada, escudriñando la
pétrea oscuridad que le cercaba. Incluso extrajo de su guantera una linternita,
siempre la llevaba por si acaso. Gritó varias veces “señorita”, “señorita”, con
desesperación por no explicar lo acontecido, sin otra respuesta que la caricia
del fresco y huidizo viento que acariciaba el follaje de los árboles.
Regresó al interior del vehículo. Miró la hora.
Las tres y diez. Era imposible, le había echado un vistazo al recoger a la joven
y el reloj digital marcaba las tres y once. Entre las dos consultas horarias
había parado, subido la chica y llegado hasta ese punto de la carretera, que
ahora se le antojaba el lugar más extraño del planeta, como confirmó el
escalofrío que le estremeció, pese al calor apenas mitigado por el aire.
Pasó del estupor al miedo, y del miedo al
pánico. Metió primera y arrancó el automóvil aprisa con el corazón latiéndole
con tal vigor que creía que le iban a estallar las sienes.
No conseguía explicar lo sucedido, “si es una
carretera muy tranquila, sólo la cogemos los cuatro que salimos de Miralmés
para ir a Ventarán”. Se convenció para acudir al puesto de la Guardia Civil más
próximo, que estaba en el pueblo anterior a Miralmés siguiendo por ese mismo
camino. Así lo hizo, golpeó la puerta con el viejo aldabón y, tras unos largos
instantes, le abrió un agente de la Benemérita…
- Buenas noches, ¿en qué podemos ayudarle? – Le
inquirió un agente con cara de sueño y malas pulgas a partes iguales.
- Buenas noches, mire usted, es que vengo de
Ventarán y en la carretera, a la altura de Guarrespolén, me he encontrado con
una chica que andaba por su arcén…
- ¿Y? – Le interrumpió el guardia civil. – No
es ilegal pasear a estas horas… - Le aclaró desabridamente el agente.
- No es eso… - Juanín titubeaba nervioso. – Es
que la he recogido en mi coche porque iba a Miralmés también y… pues que ha
desaparecido. Que estuvo y luego ya no estaba.
El agente, que era nuevo en la comarca, le miró
de hito en hito buscando algún indicio que le confirmase si Juanín estaba de
broma o borracho. Le preguntó, con aire de guasa, “¿qué ha bebido? Ande y
váyase a la cama que todavía le hago soplar el alcoholímetro…”
- Estoy sobrio, señor agente. Nunca bebo
alcohol. Traiga el aparato ese si quiere. Le estoy contando la verdad. La chica
se esfumó de mi asiento del copiloto cuando veníamos de camino. Se volatilizó,
se lo juro por mis hijos.
El miembro de la Benemérita resopló con aire de
fastidio y le espetó un autoritario “espere aquí” entre dientes. Después de
unos minutos, salió un sargento que saludó a Juanín cuando le reconoció…
- ¡Hombre!, ¡Juanín!... Pero, ¿qué haces aquí a
estas horas?
- Buenas noches, mi sargento- - Juanín aún
conservaba vestigios de la disciplina de su lejano Servicio Militar. – Usted me
disculpará… Mire, yo quería poner en su conocimiento que, retornando a mi
domicilio, recogí a una desconocida rapaza, de unos veinticinco años a lo sumo,
y recién pasamos del Claro de Esteban, pues que desapareció de mi coche.
- Juanín… ¿Qué me estás contando? ¿Una historia
de aparecidas y xanas?
- Ignoro qué fue, mi sargento, pero que sucedió
lo que cuento, que me caiga muerto si no ocurrió así…
- Ya… Y dices que fue una mujer… Mira, Juanín,
por tu bien, yo me callaría lo que te ha pasado y lo dejaría correr. Son cosas
que pasan a veces, y ya está. Sí, no enredaría con esto porque si tenemos que
abrir una investigación, no te va a traer nada bueno…
- Pero, ¿por qué? Si no hice malo…
- A ver Juanín, - el sargento le agarró el
brazo paternalmente a pesar de ser más joven que su interlocutor, – dices que
has recogido, en tu coche, a una mujer que no conoces y que, según tu
testimonio, se ha desvanecido en el aire ante tus ojos. Si enfocamos este
asunto con “perspectiva de género”, tal como preconizan nuestros superiores, lo
primero que tendríamos que hacer es detenerte y avisar a la capital para que
nos envíen personal cualificado para desmontar y examinar tu automóvil en busca
de posibles restos. Y tú, detenido, hasta que el señor juez o señora jueza decida qué hacemos contigo.
- ¿Cómo es eso, mi sargento? Si ni siquiera yo
comprendo lo sucedido, que miré el reloj del salpicadero cuando montó, y cuando
se esfumó marcaba una hora distinta pero anterior. Sólo quiero que me ayuden a
explicar lo sucedido…
- Pues Juanín, te ha pasado, ni más ni menos,
lo que les pasa a otras gentes que se lo callan por ser prudentes. En esa zona
pasan cosas raras, lo sabemos confidencialmente, ¿qué quieres que te diga? Tú
lo has visto, sea lo que sea, otros también. Sin embargo, hay que saber cuándo
cerrar la boca, y esta es una de esas. Así que vete a dormir, aquí no ha pasado
nada por tu bien y punto. Hazme caso, que no eres un crío, y no está la
Magdalena para tafetanes…
El hombre no insistió ante la velada amenaza de
terminar en el calabozo. Retornó a su casa y se acostó, dándole vueltas al tema
de cómo puede acabar una persona en la cárcel si no ha hecho nada malo.
Al día siguiente se despertó con un importante dolor
de cabeza. Telefoneó al trabajo para excusarse por no ir, el jefe le replicó
con un chulesco “tú sabrás, pero día que no trabajas, día que no cobras, y
recuerda que tengo dónde elegir”, sin preguntarle, siquiera por educación, sobre
la causa de su absentismo.
Tenía la intención de guardar cama para estar
mejor al día siguiente. Le llamaron por el móvil impidiéndoselo. “Oye, que el
alcalde te está poniendo verde porque, según él, eres un acosador y un
maltratador.”
- Caramba, ¿qué bobada es esa? – Acertó a decir
el asombrado Juanín. – ¿A cuento de qué?
- Pues porque resulta que su sobrino estaba
ayer en el cuartelillo de la Guardia Civil y escuchó una conversación que
mantuviste con el sargento. Le ha ido con el cuento y como va de feminista y
demás, pues que imagínate el resto…
- Sí, hablé con el sargento de madrugada por un
asunto, pero no es cierto que yo haya acosado o maltratado a mujer alguna… Recogí
a una muchacha que iba caminando por la carretera cuando venía de Ventarán, y
cuando salíamos del Claro de Esteban se evaporó en el coche…
- Sí, algo de una chica va contando. Yo te
creo, amigo mío, - le aclaró su interlocutor, - sin embargo, este va contando
lo que te refiero… Ya sabes, como nunca pasa nada, aprovecha para montar un
numerito y hacerse el progre…
- ¿Por qué me crees? – Inquirió intrigado
Juanín. - ¿sabes tú de algún suceso similar?
- Primero porque te conozco desde que éramos
chicos; y segundo, porque en una ocasión mi hermana y mi cuñado vieron a una
joven por esa misma zona. Pasaron a su altura y cuando se detuvieron para ver
quién era y si necesitaba auxilio… pues que ya no estaba. O sea, que no eres el
único que cuenta “cosas” de ese sitio.
El amigo se despidió. Juanín no reflexionó
mucho. Se vistió y marchó resuelto a hablar con el alcalde y soltarle cuatro
frescas en el bar que regentaba, que funcionaba como una especie de Casa
Consistorial bis.
- Que qué es eso que vas diciendo de mí… - Le
abordó sin miramientos desde la puerta del establecimiento. - ¿Cómo te atreves
a contar esas patrañas?
- Para, para y tranquilízate que vienes tú con
muchos humos, - le replicó fanfarrón el alcalde, consciente de que estaba ante
su público, - Cuento la verdad, lo que me ha referido mi sobrino de la capital, que es tan
agente de la Autoridad como yo, y lo que decimos nosotros va a misa, bueno, el
que vaya a misa, que aquí ya no tenemos ni cura, - se carcajeó ruidosamente con
las chanzas añadidas de la parroquia que actuaba como claque del primer edil, -
que eres un maltratador, Juanín, y un acosador, que cogiste a la muchacha y
como te dio calabazas, dejaste a la pobre rapaza en medio de la noche y de
ningún sitio…
- ¡Eso es mentira! – Gritó. - No le hice nada,
sólo iba a traerla hasta este pueblo de chismosos…
- Ya, ya… - Interrumpió incrédulo el alcalde.
Ahora estamos ante un “Expediente X”… ¡Pobre muchacha! Tienes suerte de que no
la encontremos, porque todos los de tu calaña tienen que estar en prisión como
perros rabiosos, no tenéis derecho a vivir en una democracia como la que nos
hemos dao…
- Me conoces de sobra para saber que yo soy incapaz de hacerle nada de lo que me acusas, no tienes pruebas, sólo me calumnias por razones que no llego a comprender, y lo que conté anoche en la puerta del cuartelillo de la Guardia Civil es la pura y simple verdad de lo sucedido. Tu sobrino, "de la capital", es un correveidile sin conciencia y sin oído; y tú... Tú eres un mierda.
Le echaron del bar con cajas destempladas, dada
la condición de sede consistorial alternativa que disfrutaba el bar. Juanín maldecía
la hora en que se le ocurrió acudir al puesto de la Benemérita para relatarles
lo que, ya no albergaba dudas de lo vivido, era un fenómeno extraordinario,
sobrenatural, de personas que quedan atrapadas en algún punto de aquí y de Más
Allá, asaltando a atemorizados espectadores, testigos de lo increíble, que solamente
son conscientes del prodigio al que asisten cuando ya ha finalizado, cuando les
invade la descarnada certeza de que existen cosas y eventos dolorosamente
inexplicables. La racional y cartesiana vida que llevamos se obstina en
desbancar y silenciar la Trascendencia, siendo como somos un breve paréntesis
entre dos misterios: De uno nacemos, el otro nos engullirá inexorablemente.
Juanín volvió a pasar la noche siguiente, y las
sucesivas, yendo y viniendo por esa carretera, aproximadamente sobre las mismas
horas, para dar con ella. Se obsesionó con lo acontecido, incapaz de pasar
página y seguir adelante con ese agujero en lo que era lógico dentro de su personal
relación de vivencias. Dejó el trabajo, su existencia se redujo a ir y volver
de madrugada por ese solitario camino con patológica insistencia y desesperación,
todo por demostrar que ella no fue una alucinación, que demostró tener más vida
y lozanía que tantas personas que se presumen reales sólo porque deambulan por
ahí y nos cruzamos con ellas.
Presa de su angustia y afligido en extremo, se
dispuso a dar un último trayecto, vencido por el agotamiento, en dirección a su
domicilio. Marchaba a gran velocidad y observó algo parecido a un resplandor. Era
ella.
Frenó a fondo y detuvo el automóvil. Se apeó y
fue a su encuentro, estaba frente a la mujer, apenas a un par de metros de la
mujer. Le sonrió dulcemente. “No te disgustes, Juanín”, le comentó despreocupada,
“no te disgustes porque ellos son los muertos, no nosotros, lo único es que
todavía no se han enterado…”
Le ofreció su brazo, del que se prendió el
hombre. Ahora daban igual los cotilleos a sus espaldas, los arribistas
malintencionados y sin escrúpulos. Ella era más real que todo lo que había
dejado atrás, que parecía pequeño y sin importancia; esa barahúnda hipócrita,
caótica y malvada, sin orden ni concierto, que no duda, una vez tras otra, en
arrastrar a la hoguera de su falsa virtud a multitud de inocentes, cuando los
que arderán en el infierno son ellos mismos.
FIN DE “HOLA, GUAPO”
A.M.G.D.