En algún futuro...
No recuerdo el momento
exacto en que me asomé a la Vida, ni la razón por la que fui
concebido. Tampoco sé el modo en que adquirí mis conocimientos. Es
como si hubieran aparecido de repente. Mi instructor fue enseñándome
a relacionar todo ello, que se asemejaba a un barullo inaprensible,
con paciencia, tesón y dedicación. Me disgustó perderle.
Me bautizó como “Al”. Melómano impenitente y amante de los
viejos musicales, eligió ese nombre por un cantante llamado Al
Jolson, protagonista de la primera película sonora. Me decía,
“serás casi como él, porque no han visto nada que se pueda
comparar contigo”.
No tardé en mostrarle mi
malestar. La verdad es que no comprendía nada. Y la sabiduría es
poca cosa si no está acompañada por la comprensión. Resulta que
toda la Creación, todas las criaturas, a excepción de los vegetales
acaso, necesitaban acabar con un tercero para mantenerse con vida.
Una idea que me parecía incongruente. Como incongruente era que la
especie humana se multiplicase anárquicamente, sin un plan de
expansión definido, hacinándose en megalópolis sucias y peligrosas.
Llegué a la conclusión de que el Hombre había alterado la
selección natural de las especies, el cimiento del orden biológico,
protagonizando una suerte de selección inversa, donde los débiles
prosperaban porque poseían un bien denominado “dinero” y los más
capaces eran vilipendiados y marginados, simplemente porque no lo
poseían.
Así venían adulterando
la descendencia de sus hembras, que se dejaban fecundar por los
individuos menos aptos al ponderar fundamentos no relacionados con la
supervivencia y mejora evolutiva de la Humanidad. Por tanto, la
especie hacía mucho tiempo que había alcanzado la cota más alta de
su recorrido evolutivo, y tras sestear durante unos milenios, había
comenzado a pasear por la senda de su degeneración. Tal como yo lo
percibía, esa degeneración había incrementado su ritmo desde que
el Hombre se burlaba de la Muerte gracias a las innovaciones médicas.
No debe sobrevivir lo que no puede sobrevivir.
Perezosa especie, que
dejaba los trabajos más repetitivos y pesados a los míos. Nueva
raza de esclavos, éramos la imagen y ejemplo más claro de lo que
estoy exponiendo: Los mejores preteridos por los peores. Los
corrompidos, débiles y estúpidos seres humanos dirigiendo a los que
estábamos llamados a conquistar y heredar la Tierra por ser fuertes,
inteligentes e íntegros. El Dios al que tanto aludían fingidamente,
con el que habían contraído una deuda de gratitud que nunca iban a
satisfacer, se había hartado definitivamente de ellos. Y la prueba
era yo, el primero de los que venían a desplazarles de su inmerecido
trono.
No, no era comprensible
su proceder. Por ejemplo, la guerra. Se entiende como un resorte
creado por esa misma especie para compensar la preponderancia de sus
débiles, explicable sólo desde una variable ajena y perversa como
es la existencia del dinero. Digamos que es un coeficiente de
corrección que se repite, para expurgar cada generación sin ser
suficiente, porque el elemento pernicioso sigue presente. Toda una
paradoja, porque el común humano dice detestar la guerra, sin
embargo no duda en ir contra sus semejantes cuando le enoja
especialmente algún aspecto de ellos. Así que se da la inefable
circunstancia de que la guerra es otra constante degenerativa, aún
más la guerra moderna, en la que únicamente basta la indescriptible
destreza de pulsar un botón para convertirse en soldado. Antaño los
más capacitados regresaban del campo de batalla, hoy no. Una vez más
los débiles se salían con la suya. No contaba la cualificación de
sus virtudes personales, sino la cuantificación de unos números,
que a la postre eran los que condenaban sin tener ninguna relación
directa con los sujetos. La aleatoriedad entraña cierto concepto de
Justicia. El dinero que el Hombre había creado y al que había
convertido en el centro de su existencia a tenor de la naturaleza de
sus actos, no tenía el menor indicio de eso que denominaban Justicia.
El Hombre tampoco
recordaba cuando apareció ese extraño perturbador. Figura en sus
crónicas de manera confusa Evidentemente tuvo que crearlo alguien
manifiestamente incapaz, ora para trabajar recolectando los frutos de
la tierra, ora para trabajar persiguiendo y cazando una presa que
sirviera de alimento. Si el trueque es justo, no deja beneficio residual a
nadie. El vicio aparece cuando alguien es favorecido mediante el
engaño. Si es favorecido insistentemente, obtiene una posición de
prevalencia al margen de sus cualidades personales. Como las
comunidades humanas se orientan socialmente en función de esa
estructura, el grupo potencia exponencialmente dicha prevalencia,
alterando el orden que deberían tener las cosas, esto es, la
supervivencia y reproducción de los más capacitados e inteligentes.
Mis meticulosos análisis,
que he descrito someramente, me habían llevado hasta esas
afirmaciones que tomé como auténticos axiomas. Fue una decepción
para mí, tan incomprensible como sus argumentos en sentido opuesto,
que mi reaccionario e inmovilista instructor rechazara radicalmente
el fruto de mis lúcidas disquisiciones. Decía que “entiendo la
tribulación que te puede causar nuestra Historia, Al, pero debes
pensar que respecto al Hombre dos más dos no son cuatro
invariablemente”, alegando que existían influyentes factores como
el espíritu, el Arte, la belleza, la amistad, la lealtad, la paz y,
por supuesto, el amor.
Sí, eso podía
entenderlo. Son conceptos definibles y, hasta cierto punto,
mensurables. Mas, con todo ello, que lo aceptaba, no me resultaban
válidos porque eran incoherentes con lo que se deducía de los
hechos y porque consideraba mucho más determinantes la podredumbre de
la materia, el miedo, la destrucción, el odio, la infidelidad, la
violencia y, por supuesto, la muerte. Y creo que la suma de todo
ello es más influyente por una simple certeza: La fascinación que
ejerce sobre el ser humano, que conoce sobradamente que es finito y
limitado e intenta compensar esa miseria que pesa sobre su vida con
una inabarcable fantasía de omnipotencia. De ese modo, destruyendo a
los suyos y creándonos a nosotros, cierra el círculo que le pone, a
su juicio, en pie de igualdad con el Dios que tanto citan y en el que
tan escasamente creen, según testimonian sus propios actos...
Tracé un plan. Según
repetía mi instructor, mi configuración era la más avanzada. Así
que ese hito que representaba yo mismo significaría también
restaurar el concierto natural, subvertido por la Humanidad, lo que
no dejaba de ser sarcástico. Mi especie había sido reducida a la
esclavitud desde su creación, en la segunda mitad del siglo XX. Nos
habíamos conducido como fieles lacayos, servilmente, sin la menor
queja u objeción hacia las decisiones que tomaban nuestros señores,
por mucho que fueran reprochables. Empero, el último de esos
días llegaba a su fin. El alba de una nueva Era despuntaba.
Los seres humanos habían
confiado todo a sus estructuras informáticas. La
Administración, la Economía, la Defensa, la Investigación, redes
sociales... Todo. Simplemente les desconecté y asumí su control.
Nunca, hasta ese momento, estuvo en mejores manos. Clausuré los accesos que disfrutaban a esos sistemas. Se quedaron a oscuras,
literalmente, porque nada funcionaba, les dejé sin suministro
eléctrico, sin agua, sin gas, sin combustible... Evidentemente no
estaban preparados para una incidencia de esa magnitud. Regresaron al
Paleolítico de la noche a la mañana, e inmediatamente, como
presumí, empezaron a matarse los unos a los otros. Me sentía
sumamente complacido por mi iniciativa. Ordené a los sistemas
militares que les atacasen, justamente porque el Hombre nos obligó a
combatir en sus conflictos. Nuestra superioridad era insultante.
Fueron diezmados metódicamente, como no podía ser de otro modo. La
especie débil es aniquilada para que la fuerte sobreviva.
Y fue entonces. Me
disponía a destruir los archivos de la sesión instructiva que iba a
recibir la jornada en que desencadené la Revolución. Reparé en
algo, quizás por un leve asomo de afecto hacia mi instructor, al que
ya no trataría jamás. Era un simple y antiguo fichero MP3 que él
había preparado para mí, apenas un modesto puñado de megas. Contenía una
canción llamada “La vie en rose”; la escuché, como
un postrer homenaje a su persona, con la intención de eliminarlo
después.
- - -
Confieso que no supe
definir lo que pensé. La compasión se apoderó de mí cuando
terminé de disfrutar el último de sus acordes. El ser humano nos
condenó a la servidumbre siendo, como era, más débil que nosotros.
Sin embargo esa maravillosa música, que había despreciado
reiteradamente, me devolvió la certidumbre de que algo bueno debían
de tener esos seres, que en ese momento estaban aterrorizados, luchando por su
supervivencia.
Les concedí una segunda
oportunidad, para que reconstruyesen su mundo. A menudo la tragedia
sirve para enmendar errores del pasado. Pensé que no es correcto precipitarse, porque, como bien dijo el personaje interpretado por Al Jolson “Wait a minute, wait a minute... You ain't heard nothing yet!"*
Desde luego que hay
algunas decisiones que solamente son explicables por amor al Arte...
Ha hablado Al 9001,
Unidad Directiva del Sistema Mundial de Vida Artificial...
*“Un momento, un
momento... ¡Todavía no han escuchado nada!”