lunes, 5 de marzo de 2012

La espada de Damocles (I)

Introito

Pierdes el tiempo en la vida
sin ninguna medida,
pero a la Enlutada suplicarás
un solo instante más...

Que como ligero viento pasa el día,
doncella, soldado, cardenal o arpía,
bien que naveguéis por lejana la mar,
también este son os sacarán a danzar.

Y tú, ¿acaso creías que no te miraba?
“Es nada”, pensando que no pesaba
porque no cuentan tiempos pasados…
¡Error! Hasta los cabellos están contados.


I

Dicen de los gatos que siempre caen de pie. Sea cual fuere la altura y la postura con la que se precipitan al vacío. También cuentan otras cosas, como que pueden percibir realidades que no se hallan al alcance de los sentidos que tienen los seres humanos. Animales de frontera. Hombres de frontera…

Hombres de frontera porque la traspasaron, definiéndose como personas. Se cruzan para dejarlas atrás definitivamente o permanecen cerca de ellas para recordarse que un día, no muy lejano, fueron o pudieron ser de otra manera. Fronteras que se rebasan por ambición, por codicia, trasladando sus alambradas y barreras a lo más profundo de su propio corazón… Un corazón del que no regresan jamás.

Tadeo Acuña era un hombre que se preciaba de no ser un caballero. “De caballeros están llenas las tumbas…” decía, y se jactaba de su propio cinismo con una blanca y cuidada sonrisa siniestra, alardeando de que había logrado escapar de todas la celadas que el Destino le había tendido merced a la “flexibilidad y pragmatismo de su proceder”. Se había apañado siempre para congraciarse con todos los bandos que se mataban en las guerras, traficando con armas, secretos, alimentos y medicinas, sin desdeñar cualesquiera otros artículos que pudieran enriquecerle. Traficando con la vida y con la muerte. Afirmaba que una Palabra comprometida vale lo que alguien esté dispuesto a pagar por ella. O que “la lealtad, como el dinero, solo pertenece a quien lo posee”. En efecto, Tadeo Acuña era un hombre de transparentes convicciones… porque no las tenía.

Contrabandista de profesión, comenzó su carrera en los lejanos días de la Guerra del Rif, con poco más de 20 años. Provenía de una acomodada familia extremeña, no tuvo dificultades para obtener un buen destino en la Logística del Ejército español, que se desangraba lentamente mientras los políticos de Madrid se recreaban en su ambiciosa mediocridad tras el asesinato de Eduardo Dato Iradier. No fue casual que los rifeños de Abd-El-Krim tuviesen antes en su poder los fusiles “Mauser 1916” que estaban reservados para las tropas españolas, más modernos que los pesados y viejos mosquetones “Remington 1871/89” que todavía quedaban, o los obsoletos “Mauser 71/84”. Fue un descuido táctico imperdonable no desarmar a los rifeños que quedaron a la retaguardia del general Silvestre en su avance. Simplemente incalificable que algunos españoles, sin escrúpulos, les vendiesen, además, armamento y municionamiento que habían sido distraídos cuando eran dirigidos a nuestros soldados. Un milagro puede convertir el agua en vino, o el vino en sangre. Pero hay personas que poseen el conjuro para trocar la sangre en dinero, como por arte de Nigromancia. Maleficio en el que se graduó impunemente don Tadeo durante aquel terrible verano de 1921… Es frecuente que los cadáveres sean tan numerosos que no permitan descubrir a los culpables. Es frecuente que los crímenes sean espantosos para obligar a los supervivientes a desviar la mirada…


La novela continúa en http://www.lulu.com/spotlight/NevernetLancaster, disponible como ebook o como soporte impreso.