viernes, 8 de mayo de 2009

Crónicas del olvido (I)

Corre un quinceañero por el túnel. Corre como si le fuera la vida en ello. Corre como si una legión de demonios quisiera arrebatarle el alma. Corre casi sin resuello, corre sin desfallecer. Corre un quinceañero por el túnel.

Aguza el oído para escuchar la entrada del tren en la estación. Aguza el oído más allá de lo que le deja el trepidante palpitar de su joven y enamorado corazón. Aguza el oído por encima del clamor de sus pasos. Aguza el oído pendiente del murmullo de la catenaria. Corre un quinceañero por el túnel.

Ya queda poco para ver a su amada. Ya queda poco. Entra en el andén y se recompone, se atusa para mostrar indiferencia, ya queda poco. Aminora su caminar para que no parezca apresurado. Ya queda poco. Corre un quinceañero por el túnel.

Irrumpe el metro como un trueno. Ya está aquí. Cuenta el quinceañero los vagones, uno, dos, tres… Irrumpe el metro como un trueno. Ya está aquí. La busca de hito en hito, a su diosa, la diana de todos sus pensamientos, de todos sus secretos desvelos, la busca con desesperación, como un condenado escruta el semblante del Señor. Corre un quinceañero por el túnel.

Allí está ella. Ha merecido la pena. Sin apenas aliento, con altivez, él contempla toda la belleza de la Creación en la comisura de sus labios, balcón donde amanece una vida o se puede despeñar a lo más profundo de los infiernos. Allí está ella. Ningún músico podría componer una melodía tan hermosa para que sólo Dios la convirtiese en carne. Allí está ella. Se podría acabar el mundo y nada importaría porque allí está ella, frente a él, y la Eternidad se detiene para venerarla. Corre un quinceañero por el túnel.

Han pasado siglos y nunca más volvió a verla después del bachillerato. Hay momentos en los que se puede morir, como se puede morir toda la vida. Ningún día se esconde el sol sin que la recuerde. Corre un quinceañero por el túnel de su existencia.