lunes, 11 de mayo de 2009

Crónicas del olvido (II)

“Has de ser como la mañana del día que te conocí”, cantaba la música de Triana, que tanto nos gustaba. Por desgracia tú quisiste ser noche antes que mediodía, y no me dejaste más que mohines de desdén.

Pudiste haber mirado en el fondo de mi corazón. Decías que no te daba vértigo. Decías que no era tan tenebroso como lo describía. Decías que ese era el sitio donde querrías estar el resto de tu vida. A fé mía que lo lograste. Nunca he podido desterrarte de allí.

Hoy tengo las palabras enredadas en mis dedos y las lágrimas aran profundos surcos en mi alma. Un día, cualquier día de hace muchos años, diste la espalda a mis ojos para que la oscuridad los cegase. Y el día se diluyó en las sombras, en una madrugada interminable.

Un hechizo nos separó. Una mala bruja, como de cuento, abrió la fosa que sepultó un sueño sembrando la cizaña en su féretro. Desconfiaste de mí, y yo me refugié en mi arrogancia: un abismo nos alejaba para siempre.

“Has de ser como la mañana del día que te conocí”. No llegaste a cumplir el deseo de la estrofa. En cambio, te convertiste en la deslumbrante luminaria que tortura mis días. Ignoro que pensarás hoy, seguro no me recordarás, pero yo, como Bécquer, aún me lamento de haber callado aquel aciago día.